La autoestima es un tema que ha sido difícil de abordar. La tendencia es a irse a dos extremos.
En un extremo, te dicen que pienses solo en ti: solo importas tú y lo que te haga feliz. Desde esta perspectiva, mereces todo por el simple hecho de existir. Esta postura basa la valoración personal en la búsqueda del placer y en el egoísmo. Promueve que nos alejemos de toda persona que no nos complazca y de todo lo que genere sufrimiento. En el otro extremo, están quienes consideran que solo eres un miserable pecador indigno. Desde este foco, se confunde el ser humildes con el autodesprecio. Se piensa que no valemos nada.
Ninguno de estos extremos es saludable. No es correcto rebajar nuestra dignidad, pero tampoco endiosarnos a nosotros mismos. Lo sano sería, entonces, buscar un punto medio. Sería tratar de encontrar un equilibrado afecto y una armónica valoración personal. Es por ello que yo prefiero el concepto de “valoración personal” en vez del de “autoestima”. Aquí te comparto tres tips para desarrollar, por lo tanto, la valoración personal.
Reconoce tu grandeza y tu miseria
Santa Teresa decía que “la humildad es andar en la verdad”. La verdad es reconocer que en nosotros hay una pequeñez, una miseria y una naturaleza herida que tiende a hacer lo que no conviene. También, es cierto que tenemos una enorme dignidad como seres humanos. La tenemos porque Dios nos elevó desde la condición de esclavos a la dignidad de ser sus hijos amados. Así, el centro no somos nosotros mismos, sino Dios.
Por eso, es importante que trabajes en conocerte a ti mismo. Es necesario que conozcas tus talentos, tus virtudes, tus valores, tu temperamento y tus fortalezas. Todo eso viene de Dios. No tienes nada que no te haya dado Él. El amor propio jamás debe ser mayor que el amor que se le da a Él.
A su vez, debes conocer las heridas emocionales y los traumas que hay en tu historia, tus necesidades y tus debilidades. No debes minimizarlas ni maximizarlas. Esto es necesario para que puedas trabajar en ellas sin abandonarte. Además, para que no te coloques por encima de los demás ni desprecies sus necesidades.
Trabaja en las heridas emocionales que lastimaron tu dignidad
Las heridas emocionales se caracterizan por distorsionar nuestra identidad. Nos dicen mentiras identitarias como, por ejemplo: “yo no valgo”, “no soy suficiente”, “nadie me va a querer”, “me voy a quedar solo”, “tengo que tener todo bajo control”, “debo ser perfecto”, “si digo que no, me rechazarán”. Una infinidad de pensamientos distorsionados y catastróficos interfieren en nuestro día a día. Impactan en la forma como nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Hacen que, también, nosotros lastimemos a otros con nuestras heridas.
Igualmente, estas experiencias dolorosas causan que construyamos mecanismos de defensa para protegernos del dolor. Así, evitamos el sufrimiento. Buscamos amor donde no debemos. Nos refugiamos en adicciones. Usamos a los demás. Nos comportamos de modo egoísta. También, por el contrario, podemos llegar a ser demasiado complacientes y compararnos con los demás. Todas estas son defensas.
Por eso, es importante dejar de vivir como si nada pasara. No podemos hacer como si la herida no existiera o como si se fuera a sanar sola sin que tengamos que esforzarnos. Dios nos ha dado ayuda desde el plano médico, psicológico y espiritual. Recurre a esta ayuda. Además, Dios te revela cuál es tu verdadera identidad: “y una voz que salía de los cielos decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco»” (Mateo 3,17).
Sé agradecido y aprende a perdonar
Debido a su naturaleza herida, el ser humano es un eterno insatisfecho. No terminamos nunca de estar conformes con nada y siempre queremos más. Por eso, es importante que aprendamos a ser agradecidos, a valorar lo que nos ha sido dado. Es necesario, también, que agradezcamos por las personas que nos rodean, incluso en medio de las dificultades.
De igual manera, perdonar es indispensable para tener un amor sano hacia nosotros mismos y hacia los demás. Nadie dice que perdonar sea fácil, pero debemos poner los medios para conseguirlo. De esta forma, lograremos tener una vida saludable en todos los aspectos. Guardar rencor, por el contrario, no ayuda. El rencor nos enferma física, psicológica y espiritualmente.
Entonces, estos son los tres tips: reconoce tu grandeza y tu miseria, trabaja en las heridas emocionales que lastimaron tu dignidad y sé agradecido y aprende a perdonar. Así, serás capaz de encontrar un equilibrado auto afecto y una armónica valoración personal.
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