Todos queremos vivir un amor verdadero, pleno, que nos permita ser felices. Pero a veces en la búsqueda de ese profundo anhelo, terminamos enredándonos y quedándonos en conceptos e ideas de lo que pensamos que es, pero que no llenan ese corazón inquieto que está hecho para la plenitud. Valdría la pena preguntarnos entonces, ¿de dónde proviene el amor que anhela nuestro corazón? ¿Cómo lo construimos?
Estamos hechos para un amor que nos trasciende. Solo somos capaces de amar verdaderamente si vamos a la fuente original: Dios. Porque todos los demás amores son solo expresión del Amor con mayúscula.
#1 El amor que no tiene a Cristo en el centro se busca a sí mismo y no busca entregarse.
Como somos humanos y sabemos poco del amor, solemos buscarnos a nosotros mismos y encerrarnos en nuestros intereses antes de darnos al otro. Pero el egoísmo es lo opuesto al amor. Cristo nos enseña que la felicidad está en salir de uno para entregarse: fuiste creado para ser un don para los demás, y en ese darse está tu plenitud.
Dios nos muestra el camino que implica romperse un poco por el otro: salir de mí para amar. No se busca el propio interés, ni el propio placer, ni la propia comodidad, se busca la felicidad, el bien y la plenitud de la persona amada. El amor en Cristo nos habla de la entrega hasta la Cruz, de la permanencia con el amado en la Eucaristía, del perdón en la Confesión. Cristo solo sabe dar, recibiendo poco o nada a cambio, sin reclamos ni reproches. Ese amor es el que nos precede.
#2 El amor que no tiene a Cristo en el centro es una ilusión que no perdura.
Cuando Dios no precede nuestro amor es muy fácil aburrirse y abandonar cuando «ya no hay ganas», cuando pasa la ilusión y el entusiasmo inicial. Es entonces que el amor se confunde con un sentimiento y comienza a depender de nuestro entusiasmo, estado de ánimo e incluso de las circunstancias. Cuando Cristo está en el centro, nos educamos en un amor que implica decisión y compromiso, que se sobrepone a las ganas y al sentimiento para permanecer amando. Se convierte entonces en una apuesta a largo plazo, un sí diario más allá de sentimentalismos.
#3 El amor que no tiene a Cristo en el centro abandona en la dificultad y huye ante la incomodidad.
Todo lo que vale la pena cuesta trabajo, y aprender a amar no es la excepción. Mientras una relación se construye, ya sea durante el enamoramiento, noviazgo o matrimonio, siempre surgen dificultades. En la existencia humana es inevitable el sufrimiento y es una tentación salir corriendo cuando lo vemos llegar. Resulta muy fácil abandonar la carrera cuando empieza a costar un poco y echarle la culpa a cualquier cosa que nos rodee. La filosofía del mundo es: ante la dificultad, salir corriendo. Que no haya nada que perturbe tu paz, siendo capaces de deshacernos de todo aquello que puede significar dificultad o perturbar la calma.
Por el contrario, el amor en Cristo te reclama quedarte a los pies de la Cruz: quedarte porque Él se quedó por amor a ti. En el fuego se prueba el oro, en la dificultad las virtudes crecen, el amor se fortalece, se purifica y se hace capaz de superar cualquier porvenir. El amor en Cristo nos demuestra que, si el amante permanece en el momento más duro de la Cruz, es premiado sin demora con la Pascua eterna.
#4 El amor que no tiene a Cristo en el centro no es amor.
Para amar necesitamos ir a la fuente de ese Amor inagotable, que nos enseña, nos forma, nos da ejemplo, nos capacita y nos mantiene. Sin Cristo podemos hacer buenos intentos, pero nuestra humanidad limitará la capacidad de entrega, nuestras fuerzas quedarán gastadas, nuestros sentimientos pasarán y las pocas ganas terminarán venciendo. Sin Cristo nuestro mejor intento nunca va a ser suficiente, no va a llenar por completo ni va a satisfacer los anhelos profundos del corazón. Con Cristo el amor se perfecciona, trasciende, nos muestra la grandeza de la vida diaria, de la entrega cotidiana. Con Cristo el amor se ordena, el dolor encuentra sentido y la entrega se vuelve necesaria.
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Podemos amar solamente porque Él nos amó primero. Buscar un amor sin Dios, ¿vale la pena? El amor que anhelamos es posible, pero con Él al centro.