Blog.

¿Cambia la intimidad sexual con llegada de los hijos?

Sabemos que la llegada de un hijo es un cambio para toda la vida. Marca un antes y un después en la cotidianidad del matrimonio en todos los aspectos. De lo que más se suele hablar es de las nuevas rutinas, de aquellas actividades o paseos que con un bebé pequeño no se pueden seguir haciendo, del asumir un acuerdo en la forma de crianza, etc.

Sin embargo, hay algo que tal vez no se menciona a menudo: la vida sexual de los esposos. La intimidad conyugal, también, suele verse modificada en algunas cuestiones. Esto no es algo malo en sí mismo, solo es diferente. Que sea bueno o malo dependerá de la actitud que tomemos frente a ello y de las acciones que realicemos.

Asumir la nueva realidad

El primer punto para no caer en una crisis frente a la llegada de un pequeño es ser realistas y asumir la nueva situación. Es decir, ver y aceptar que ahora estamos en un nuevo contexto y actuar de modo acorde a éste.

Uno de los grandes problemas que suele aquejar a las parejas en esta etapa es creer que los cambios que están viviendo, por ejemplo, estar cansados por dormir poco o no tener tantos espacios a solas como antes, son signos de que no hay amor ni interés entre ellos. En realidad, son acontecimientos propios de quienes acaban de ser padres, totalmente normales y esperables.

La gran dificultad y, en general, el origen de los distanciamientos y de las frustraciones es pretender seguir viviendo exactamente igual que como lo hacíamos antes de ser padres. En cambio, el asumir que la vida ha cambiado y actuar en consecuencia es lo que nos mantiene unidos en la coherencia de transitar juntos un camino nuevo respondiendo de la mejor manera que podamos.

Todo lo que sucede en ese camino llamado paternidad es natural y forma parte del mismo. La llegada al hogar de una personita que es 100% dependiente de sus padres para sobrevivir y que exige una alta demanda siempre va a ser una revolución.

Los hijos no son nuestros enemigos

Luchemos un poco contra la atmósfera antinatalista que reina en la sociedad. Suele presentarse al hijo como el enemigo del amor entre los padres. Es decir, suele hablarse de él como aquel que viene a quitarles tiempo a su relación, a invadir los espacios a solas que antes tenían cuando desearan, incluso a rivalizar por el afecto entre ambos.

Cuidado que los ámbitos cristianos, a menudo, no están exentos de esta forma de pensar. Analicemos un poco. Si partimos de la base de considerar al hijo como un don precioso de Dios que es fruto del amor de los esposos, el niño nunca podría ser algo malo para ese mismo amor del cual tuvo su origen.

La paternidad, ya sea biológica, social o espiritual, está asumida en la misma vocación al matrimonio de modo inseparable. Así lo quiso Dios Padre. Así, nos muestra que la llamada a la donación que se hacen mutuamente los esposos se extiende, luego, a los hijos. Padre y madre se donan mediante su cuerpo y su alma a los hijos, a quienes transmiten la vida.

La donación del cuerpo se observa de modo especial en la maternidad. Si comprendemos esta dinámica, va a ser sencillo aceptar que el hijo es comunicación y extensión de la donación de los esposos y no alguien que interfiere en la donación entre ellos.

Los hijos perfeccionan y multiplican el amor de los padres. Nos enseñan a poner nuestros deseos y necesidades en un segundo lugar, porque en primer lugar están las necesidades biológicas y emocionales de aquella personita que necesita todo de nosotros para vivir. Su llegada expande y aumenta el amor del matrimonio que se brinda de modo fecundo y generoso comunicándose a otro. En cambio, cuando ese amor se cierra en sí mismo, termina por asfixiarse.

Paciencia

Lo primero que necesitamos frente a los cambios que aparecen en la sexualidad matrimonial es la paciencia. Luego de un nacimiento (ya sea por parto o cesárea) hay que esperar el tiempo oportuno y volver a comenzar casi de cero.

El varón, de modo especial, necesita tener paciencia con la mujer. Los dolores y heridas consecuencia del parto, el cansancio de noches sin dormir y la lactancia suelen ser factores que combinados pueden disminuir de modo considerable el deseo sexual de la mujer. Si esto sucede, no hay que alarmarse, es algo fisiológico y natural que ocurra.

Las hormonas de la lactancia pueden provocar una gran caída de la libido. También, hay que considerar el estado emocional tan particular del puerperio, en el cual la sensibilidad y el revuelo de sentimientos y pensamientos tienen un papel preponderante. Además, el afecto y la ternura femenina suelen volcarse más al bebé y no únicamente al esposo como era hasta ese momento.

Estas situaciones generan un entorno en el cual retomar la intimidad sexual puede ser un desafío para ambos. La clave está en el diálogo, en conocer qué le sucede al otro y dar a conocer qué le acontece a uno mismo. Entonces, se vuelve necesario trabajar en la comprensión mutua y en la espera del otro. Cada matrimonio es único y sabrá cuándo es el momento de retomar. A menudo, implica volver a aprender cómo tener intimidad en una situación totalmente nueva.

Flexibilidad

Volvemos a plantear la importancia de aceptar que las cosas han cambiado. Si pretendemos tener intimidad del mismo modo exacto que antes, es probable que nos frustremos ante las primeras dificultades.

En primer lugar, mencionábamos que la mujer puede tener bajo o nulo deseo sexual. Por lo tanto, requiere de esfuerzo extra por parte de ambos y de mucho diálogo para lograr que ese deseo aflore. Puede pasar que aquellas cosas que antes la estimulaban ahora ya no sirven y, entonces, hay que descubrir qué puede serlo en la actualidad. También puede ser que ella sienta algo de dolor, por lo que hay que tener más delicadeza y buscar nuevas posiciones que ayuden a que disminuya y aparezca el placer, dando lugar a que tarde más de lo habitual en llegar al clímax.

En segundo lugar, es conveniente considerar el factor tiempo. Antes podía disponerse de mucho más tiempo para tener intimidad, con la llegada del nuevo integrante es probable que los encuentros deban ser más acotados, en horarios inusuales o, incluso, que más de una vez sean interrumpidos por el llanto del bebé que se despierta a menudo.

En tercer lugar, tener en cuenta el espacio donde se tendrá el encuentro. Si se colecha (práctica muy extendida y recomendada) se pueden buscar otros lugares de la casa. Se trata de ser flexibles y no estancarnos en estructuras de hábitos sexuales rígidos que nos llevan a la frustración y al desánimo cuando las cosas no se pueden hacer como estábamos acostumbrados.

Muestras de afecto

Finalmente, para llegar con mejor predisposición al momento del encuentro sexual, ya que el sueño y el cansancio se hacen sentir, son fundamentales las demostraciones de cariño que nos tengamos durante el día. Pequeños gestos como mensajes cuando no estamos juntos, el repartirse las tareas hogareñas, palabras que halaguen y den ánimo, miradas, abrazos y caricias reafirman el amor por el cónyuge.

De esta manera, se cultiva a lo largo de todo el día el afecto, Es necesario, así, preparar el corazón de ambos para, si se da la oportunidad, poder demostrar esa entrega con todo el cuerpo, aunque esto sea con esfuerzo.

***

Vivir la sexualidad matrimonial de modo pleno luego de la llegada de los hijos es posible. Que existan numerosos cambios y que a menudo puedan ser difíciles nadie lo puede negar.

Sin embargo, todo aquello forma parte de lo natural y esperable para una etapa de la paternidad que, aunque en el momento no lo creamos, no dura para siempre y, en menos de un abrir y cerrar de ojos, pasó.

Aquí. lo que realmente importa no son los estándares cuali-cuantitativos que nos autoimpongamos según modelos externos. Lo que importa es la actitud con la cual transitemos la nueva realidad.

Esta actitud debe ser de amor y donación tanto al cónyuge como al hijo, ambos dones de Dios que nos llaman a salir de nosotros mismos para darnos íntegramente al otro.

También te pueden

interesar estos artículos

¿QUIERES SER UN
AMA FUERTE LOVER?

¡Suscríbete!

Artículos relacionados.