Todos tenemos distintos gustos, características, prioridades y creencias en la vida. En este artículo nos centraremos en este último punto: las creencias. Es real que todos tenemos una dimensión espiritual. Sí, ¡todos la tenemos! Independientemente de nuestra fe o de qué tan practicantes seamos, está nuestra dimensión espiritual, esa que busca, entre otros, la trascendencia, el sentido de la vida.
Sabemos que cuando en un noviazgo uno de los dos tiene una vivencia personal y significativa de la fe, desea con mucha intensidad que su pareja también lo haga. Desea que tenga una estrecha relación con Dios y que puedan entonces compartir la fe y las prácticas religiosas. En realidad, sabemos que no siempre es así, por lo que, si te preocupa la relación de tu pareja con Dios, aquí te dejaremos unas claves.
Antes de entrar a lo bueno, queremos decirte que, si el tema de compartir la fe es una prioridad para ti, sí consideramos crucial que haya una base sobre la cual partir, es decir, que tu pareja esté al menos dispuesta en ese ámbito. De lo contrario, te invitamos a preguntarte los motivos por los cuales estás en la relación, y si realmente es lo mejor para los dos seguir caminando juntos. Ahora sí, aquí te van nuestros tips:
#1 No imponer/exigir
¿Recuerdas cuándo eras pequeño y había algo en la comida que no te gustaba? Generalmente, la respuesta de nuestros papás era “no te levantas de la mesa hasta que te hayas acabado el plato”, o algo en ese tono. Y, por supuesto, nuestra reacción era de frustración y enojo; posiblemente terminábamos rechazando aún más el platillo. Eso pasa normalmente cuando algo se nos impone. Si de entrada no es del mayor agrado o trae consigo un cambio, es posible que no nos guste, que no nos sintamos motivados a aceptarlo. En el tema de la fe, puede suceder lo mismo: se trata de una cuestión tan interna y personal que, cuando se impone desde afuera, puede llegar a sentirse invasivo.
Por eso, te queremos invitar a no exigirle a tu pareja que su vivencia de la fe sea exactamente como la tuya, o de un modo específico. Recuerda: la fe se vive desde lo más profundo y, especialmente al inicio, no se trata tanto de la forma, sino del fondo. Lo ideal es invitar al otro, pero nunca obligar. ¿Para qué? Para que, entonces, el otro viva plenamente el descubrimiento del amor de Dios, y no de tus enojos o frustraciones frente a su manera de vivirlo. Prueba hablándole de tu experiencia, de los frutos que has vivido y de lo maravilloso que ha sido, más que del «deber ser».
#2 El foco en el amor
Muchas veces, cumplir el punto anterior es difícil, pero hay mucho que humanamente puede ayudarte. Procura compartir con el otro lo que Dios ha hecho en tu vida, y facilitarle convivir con más personas que lo vivan. Así, podrá conocer a todo tipo de personas y platicar con ellas, disfrutar de momentos o actividades de convivencia —ya sean apostolados, retiros, o simplemente reuniones—.
Que no toda conversación relacionada a la fe sea contigo, sino también con personas de su mismo sexo y distintas personalidades. Así podrá resolver dudas, descubrir recursos y posiblemente romper ideas falsas que pueda tener sobre el tema.
#3 Suelta el control
En muchas películas nos muestran cómo una persona es de cierto modo —generalmente el villano—, y cuando llega alguien con amor que busca cambiarla, tiene un giro total para bien; ¡y felices para siempre! Eso nos ha llevado a creer que debemos ser el cambio en la vida de una persona. Como si su conversión realmente fuera nuestra responsabilidad…
Sin embargo, ¡la realidad es que esto no es así! Nosotros podemos invitar, apoyar, motivar y realmente colaborar con lo que Dios desea hacer en el corazón del otro, pero la fe de la otra persona no está en nuestras manos, sino en la de Dios. Si tú deseas que esa persona que tanto quieres tenga un encuentro con el amor de Dios, ¡imagínate cuánto lo deseará Dios! Él desea llevarlo a descubrir el amor más grande que ha podido imaginar, y llenarlo de Vida.
Así que ten muy presente que eso no depende de ti. Si olvidas esto, puede llevarte a sentir incumplimiento de expectativas y alta frustración. Por eso queremos dejar bien en claro este punto. Imaginemos que su fe es un viaje —“carretera con destino a Dios”—. Puedes llenar el tanque de tu pareja de gasolina, puedes ayudarle a empacar la maleta, incluso prepararle un sándwich para el camino… Pero el copiloto es Dios, y el que debe encender el coche, pisar el acelerador, dejarse guiar en el camino, es tu pareja. No tomes el control de este viaje, pues tú estás en el tuyo. Y ese es el siguiente punto a platicar.
#4 No pierdas el rumbo
Aunque la fe crece, se enriquece y fortalece en comunidad, aunque la vida en pareja sea un modo muy concreto de vivir el amor humano, que encuentra plenitud en el amor divino, como mencionamos en los puntos anteriores, la relación con Dios es personal. Sí: compartir la fe es algo maravilloso, pero te recomendamos enfocarte más en tu relación con Dios que en lo que tu pareja hace o no hace en este sentido.
Un punto que nos gusta compartir de nuestra relación es cómo fue que se decidió la forma del anillo de compromiso. El diseñador del anillo recorrió nuestra historia: éramos dos personas de ciudades y caminos diferentes, que se encontraron en un mismo punto. ¿Cuál fue este punto? Dios. Si tú te enfocas en fortalecer tu relación con Dios, en permitirlo entrar cada vez más profundo en ti, Él irá transformándote con su amor y dándote las gracias que tú necesitas en las diferentes áreas de tu vida. ¡Inclusive en el tema que hemos estado abordando en este artículo! Él te dará la paciencia, la paz y la claridad, todo lo que necesitas. Por otro lado, mientras más te acercas a Dios, más cerca estarás de la fuente del Amor, pues es Él mismo. Por ende, más fácil te será vivir también el amor humano.
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Querer compartir la fe con la persona que amas es un deseo auténtico por el que vale la pena implicarte y luchar. Solo recuerda que la mejor forma de “acercar” al otro a Dios es con brazos abiertos, y no con brazos que lo empujan. La fe es un don que se recibe, y para eso hay que tener el corazón dispuesto. Ora por el otro, y confía. Te aseguramos que, cuando dejamos el control en manos de Dios, cosas maravillosas suceden.
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