A lo largo de mi vocación profesional como ginecóloga me encuentro con un sinnúmero de situaciones que afectan a mis pacientes, no sólo desde la dimensión física, sino también afectiva y psicológica. Siendo una profesional que se interesa por la persona en su totalidad, debo expresar que varias de las mujeres que se acercan a mi consulta suelen comentar, ya sea de forma directa o entre líneas, que en muchas ocasiones sienten la sexualidad conyugal como un deber.
Lo viven como algo que se les exige dentro de su rol de esposas, como un elemento que debe estar presente en la vida conyugal, independientemente de las condiciones en que la amistad y la comunicación entre los esposos se encuentre. Esta es una perspectiva que no solo muchas mujeres, sino también hombres, tienen sobre la vida sexual de los esposos. Sin embargo, no dejo de pensar cómo esta visión fragmenta a la persona, aquella que en el marco del amor debe entregarse TODA, y no sólo su cuerpo.
Los 3 amores del amor conyugal
El matrimonio se resume en esa travesía para encontrar la capacidad de responder al amor verdadero cuando se descubre la vocación personal en un camino vivido como esposo/padre o esposa/madre. Esa es la finalidad del ser humano: responder al Amor.
Esta respuesta implica también entender la magnitud y particularidades de esa entrega entre los esposos desde la corporalidad y la pasión de la sexualidad (amor eros). Donación sacrificial que tiene su motor en la voluntad diaria y se traduce en ese deseo de estar juntos de forma tan entrañable que hace doler el corazón y los lleva al compromiso tangible de unir sus vidas (amor agape). Amor que requiere también del conocimiento mutuo y profundo de la amistad (amor filial), base y roca de donde se cimenta el amor conyugal.
Por lo anterior, se hace importante que esos 3 tipos de amor —esas 3 llamas— estén presentes en el matrimonio. Esa gran llama del amor conyugal jamás arderá tanto como cuando se alimenta de estas 3 expresiones. De esta manera, a pesar del pasar de los años, se debe luchar porque la sexualidad conyugal siempre sea una expresión de ese amor plenamente humano, fiel, total y fecundo (a nivel biológico y/o espiritual).
Se trata de un amor que hace a los esposos hace unirse en una emoción, una mente, una experiencia vital, un corazón; un amor que funde sus almas y los une en una sola carne. Para ello, se hace necesario trabajar día a día para que ninguna de estas llamas se extinga. Porque donde una de ellas empiece a titilar o se apague, el amor entre los esposos empezará a flaquear.
¿Cómo mantener la gran llama del amor conyugal?
Hay algunas herramientas que, como esposos, no deben olvidar para la vivencia de una sexualidad plena cuyas coordenadas estén dirigidas al amor. Hoy quiero compartir con ustedes estas herramientas:
#1 Reconocer y amar la diferencia sexual
Debemos conocer la diferencia sexual que nos configura como varones o mujeres. Es claro que somos iguales en dignidad porque todos somos hijos de Dios. Somos inteligentes y libres, amados por Dios por nosotros mismos, llamados a entrar en relación con Él, y con una misma naturaleza que nos lleva a la amistad y ayuda mutua. Pero también somos distintos a nivel anatómico y fisiológico, con diferencias en el sistema genital, y —a nivel psicológico— en el pensamiento y comportamiento por la configuración del cerebro masculino y femenino.
Hay que tener la certeza de que estas diferencias no nos jerarquizan y que son necesarias porque son signo de la necesidad del otro, de la riqueza del encuentro, de complementariedad y de una posible comunión interpersonal. Esto favorece el respeto, el entendimiento, la colaboración y la construcción de comunidades.
#2 Diálogo, caridad conyugal y comunión
No se pueden perder con el tiempo esas largas conversaciones que se tenían al principio de la relación cuando se empezaba a forjar la amistad. Nuestros cuerpos nos revelan y nos confrontan con una gran realidad: fuimos hechos para el encuentro. Por eso, se debe estar abierto al diálogo constante y a discutir todos los posibles impases y obstáculos que de la convivencia real y humana se derivan.
Los esposos deben recordar que en sus cuerpos está inscrito ese llamado a la comunión interpersonal, encontrando la realización personal en el darse al otro en un don sincero de toda la persona. Esto está llamado a darse no solo en la relación sexual, sino en todas las dimensiones de nuestra humanidad, que se manifiestan en la sencillez de la cotidianidad (quehaceres del hogar, espacios de esparcimiento, compartir con amigos, etc.).
#3 Vivencia de la castidad conyugal
La castidad conyugal —ordenación de la intimidad sexual hacia el amor— no sólo permite vivir la sexualidad con generosidad y apertura a la vida (a través de la vivencia de la continencia periódica), sino que conlleva a que la entrega sexual entre los esposos procure que siempre triunfe el amor. Esto permite que el amor brille en su máximo esplendor.
La castidad le imprime dulzura al amor conyugal. Le da limites para que pueda ser expresado con la finura y delicadeza con la que Dios ama y nos pide amar. El llamado a la castidad en el matrimonio es a que cada relación sexual sea vivida con su verdadero significado, integrando la pasión e impulso sexual con la razón y la voluntad, para dirigirlas a la entrega sincera de sí y encontrar sentido y gozo en la alegría y bien del otro.
De esta forma, queda claro que la sexualidad humana abarca más que la genitalidad. Integra cuerpo y alma, los cuales se donan al servicio del amor como una respuesta al llamado del esposo y de Dios, al amor. En efecto, hemos sido creados por amor y para amar.
#4 Matrimonio, llamada de Dios al amor
Esta es la mayor esperanza y garantía de felicidad en este camino, pues Dios nunca falla. El abandono completo a la voluntad Divina a través de la confianza en Dios y en la gracia de Cristo que nos sostiene SIEMPRE debe estar presente en todo momento de la vida conyugal. Esto permite iluminar el diálogo esponsal reflejado no solo en la comunicación verbal, sino también en el acto conyugal como expresión de amor mutuo y del amor de Dios, como don divino que se comunica entre ellos.
Para que la vocación matrimonial se viva como un camino de santidad debe cimentarse en un compromiso sacramental adquirido frente a Dios y la Iglesia con rectitud de intención y con abandono completo en Jesucristo. Así, se manifiesta en una confianza y fe plena de que “la gracia de Cristo no deja de favorecer y sostener”. Los que emprenden este caminar deben saber que Jesús, por medio del sacramento, los provee y proveerá de la fe, esperanza y caridad necesarias para su propia perfección y mutua santificación, que son, finalmente, la gloria de Dios.
Vivencia de una sexualidad plena: enmarcada en el amor
El encuentro sexual entre los esposos es un regalo. Es la expresión de su amor profundo y sincero que no descubre otra forma más sublime de manifestarse que la de entregar todo lo que se posee, lo que se es, la persona misma. La sexualidad vivida en plenitud en el matrimonio lleva al crecimiento de los esposos en la virtud. Esto ocurre al compartir su experiencia vital con el dinamismo de un amor que se realiza y se comprende solo en la verdad y en la libertad.
Por último, se debe tener la convicción de que la experiencia amorosa esponsal encierra una única verdad: la búsqueda desinteresada del bien del otro. Esta se hace palpable en el sacrificio de la vida misma para que el otro sea feliz. Este sacrificio se da de forma recíproca, fundamentada en el conocimiento insondable de la amistad primera y con la esperanza de que el amor conyugal pueda renovarse constantemente.
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