Como sabemos, el sufrimiento hace parte inevitable de la vida durante nuestro paso por este mundo. Por eso, es más sabio aceptarlo y aprender a sobrellevarlo que tratar de evitarlo a toda costa. Veamos un poco cómo es esto.
El sufrimiento es parte de la vida
Paradójicamente, el miedo a sufrir nos lleva a sufrir más y a generarnos trastornos psicológicos. Permíteme darte un ejemplo. Una persona que tenga una herida de abandono en su historia —digamos, ausencia paterna— puede desarrollar la tendencia a ser desapegada en sus relaciones sociales y a experimentar miedo al compromiso, por temor a ser abandonada nuevamente. Esto generará que su capacidad de amar esté herida, por lo que será distante afectivamente con su pareja. Dado que tiene miedo al compromiso, tampoco podrá ofrecer a su pareja una relación verdaderamente comprometida —es decir, un matrimonio, o mejor aún, un matrimonio sano—, por lo que solo podrá ofrecer una relación sin compromiso (sexo casual, relaciones a corto plazo o, en el mejor de los casos, unión libre—.
En resumen, estará replicando su herida, abandonando a su pareja emocionalmente. Pero si esta persona decide sanar su herida y enfrentar su miedo al compromiso y al abandono, aunque no sea un camino fácil, terminará por ahorrarse mucho sufrimiento y ahorrárselo a su pareja e hijos, al ser capaz de establecer relaciones estables y comprometidas.
Así, el miedo a sufrir puede generar múltiples heridas emocionales en uno mismo y en los demás, además de contribuir a la aparición o al mantenimiento de trastornos psicológicos, como trastornos de ansiedad, trastornos del estado de ánimo, adicciones, etcétera.
Aprender a sufrir vs dejar de sufrir
Como vimos, dejar de sufrir es una meta irrealizable, por lo menos en este mundo, y la búsqueda de la eliminación del sufrimiento puede llevarnos a distintas patologías. Dado que inevitablemente el sufrimiento llegará en algún momento, es más sabio aprender a sufrir. Para quienes tienen fe, ofrecerlo a Dios es crucial para darle sentido. Ha sido ampliamente demostrado por la investigación científica que las personas de fe afrontan mejor las crisis, tienen una mejor salud mental y física y son más conscientes respecto del sentido de la vida.
Pero, aún sin el recurso de la fe, aprender a sufrir es el mejor negocio; si no podemos eliminarlo, lo mejor es afrontarlo de la manera más sana posible. De esta forma, no solo tendremos mejor salud y un mejor estado anímico, sino que dejaremos de herir al prójimo, de transmitir amargura y de vivir autocompadeciéndonos.
Pero cuidado. Evitar el autocompadecimiento no significa que no reconozcamos nuestras heridas o que no podamos recibir ayuda. Nadie puede sanarse ni afrontar el sufrimiento totalmente solo, y es por ello que debemos reconocer con humildad que necesitamos de la comunidad. Es lo que llamamos red de apoyo, que puede estar conformada por familia, amigos, compañeros, vecinos, profesionales en salud mental y en medicina, sacerdotes, directores espirituales, etcétera.
No todo sufrimiento es necesario
Dicho todo lo anterior, aclaremos algo: no todo sufrimiento es necesario. Como te decía anteriormente, si reconociéramos nuestras heridas para sanarlas y trabajáramos en llevar una vida lo más virtuosa posible, nos ahorraríamos infinidad de sufrimiento. Para quienes somos creyentes, es innegable que el sufrimiento normalmente viene del pecado propio o del de alguien más, y esto podría ser evitado.
Por otro lado, nos encontramos con personas (o quizá nosotros mismos seamos estas personas) que se han vuelto “adictas al drama”. Se trata de quienes buscan conflicto donde no lo hay o buscan rodearse de personas problemáticas porque no se sienten cómodas llevando una vida tranquila. Este es un sufrimiento autoprocurado, que no podemos decir que viene de la vida, del prójimo o de Dios.
Con los pies en la tierra, debemos reconocer que no está bajo nuestro control lo que otras personas hacen, pero que, si nosotros mismos nos esforzamos por alcanzar la virtud, a pesar de que no sea fácil, sufriremos mucho menos.
La importancia de las prácticas espirituales
Para los creyentes, las prácticas espirituales como la oración, la participación en la misa y los sacramentos, entre otras, constituyen recursos indispensables para un sano afrontamiento del sufrimiento
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Aprende a sufrir, reconoce tus heridas, distingue qué está bajo tu control y qué no. Así, haciendo foco en tu vida espiritual, podrás darle al sufrimiento un sentido trascendente, para sanar las heridas que deja a su paso y para salir fortalecido de las crisis.
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