Ser personas puras es una necesidad del corazón. Estamos hechos para amar. Según el Padre Kentenich, fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, la pureza es la transparencia nítida y plena de la huella de Dios en nosotros. La realidad del pecado original y el mundo actual nos ha hecho creer, falsamente, que podemos vivir de cualquier manera nuestra sexualidad.
El mundo de la hipersexualización nos propone ser libres sin conocer límites. Nos aleja de lo que queremos vivir. A menudo, consecuentemente, conduce al sufrimiento de la persona víctima de esa propuesta.
La consecuencia de la hipersexualización, entonces, es el hecho de que el propio yo no conozca un límite. Así, la persona pierde su libertad. Además, fácilmente, termina instrumentalizando a los demás, quedando sola y dividida.
Frente a nuestras pasiones, Dios ha puesto una virtud en nuestro corazón, con la que podemos ordenarnos y vivir el regalo de nuestra sexualidad como un Don de nosotros para el otro. Además, así, nos cuidamos del uso, porque vivimos la castidad. Sobre este tema te quiero hablar a continuación.
Piensa en el propósito de este tiempo de soltería
A menudo, solemos pensar que la soltería es un problema a resolver. No podemos olvidarnos de que Dios es soberano de nuestra vida y permite ciertos momentos para purificarnos, para crecer y madurar, para que le concedamos más tiempo a Él y maduremos en la virtud.
Muchas personas acuden a consulta psicológica cuando, después de cierto tiempo, no encuentran una pareja. Frecuentemente, estas personas sufren una situación de desesperanza. Entre ellas, es un hábito frecuente el contabilizar los meses y, tal vez, los años en que están solteras, porque con angustia ven cómo pasa el tiempo y no llega esa pareja adecuada.
Frente a esto, con frecuencia es importante volver a la raíz de todo: Dios es soberano del tiempo, y permite este tiempo en mi vida para algo. Sin embargo, a veces, le damos cabida solamente a lo que nosotros queremos que ocurra y se nos olvida cómo Dios está obrando en nuestro corazón.
Sana tus heridas y purifica tu corazón
La pureza es una virtud y, como tal, requiere de nuestro esfuerzo para que podamos crecer en ella. Maduramos, no obstante, la pureza, ayudados de la gracia de Dios. Otra forma de nombrar la pureza podría ser con el adjetivo “limpio”. Por eso, es importante comprender qué tanta pureza hay en nuestro corazón. En la fe, se utiliza la palabra pureza con distintas expresiones: pureza de intención, pureza de conciencia, pureza de corazón, etc.
En el Evangelio, nuestro Señor proclamó “Bienaventurados los limpios (puros) de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt. 5, 8). Entonces, para poder ver lo fundamental en nuestra vida y para entender lo que hay en nuestro corazón, en primer lugar, necesitamos purificar el templo interior. Es en nuestro corazón donde habita la Santísima Trinidad (Jn. 14, 23-27).
Las heridas, a menudo, nos conducen a la experiencia de la ruptura interior. Rompemos vínculos, así, con nosotros mismos, con Dios, con los demás. Esa experiencia de ruptura nos conduce a pecados que, poco a poco, distorsionan nuestra pureza interior.
En estos casos, solemos pedirle a Dios, al igual que el hombre enfermo de lepra: “si quieres, puedes limpiarme” (Mt. 8,2). Claro está que, un camino concreto para hacer realidad esta pureza, es la virtud de la castidad.
Reconoce la fragilidad de tu vida en materia sexual
No es extraño que hoy en día el mundo nos invite a vivir con libertinaje nuestra sexualidad. Muchas personas pueden desanimarse al pensar en la castidad, pues piensan: “ya tuve relaciones con muchas personas” o “es muy difícil tener auto control”. También, suelen sentir “me da vergüenza lo que digan otros de mí” o suponer “me he equivocado mucho”.
Sí, puede ser una realidad que existan muchos errores pasados y, tal vez, presentes en materia de sexualidad. Es posible que los hayas cometido. No obstante, crecer en la virtud, justamente, es reconocer que, ese barro con el que nos hemos ensuciado no es nuestro. Se lo podemos entregar a Jesús y pedirle que nos limpie.
Es importante, por ello, poder ver esta realidad en libertad. Tomar conciencia de las heridas que esto ha generado en mi vida y en la vida de otros puede ser una buena ocasión para ofrecer a Dios actos de reparación que me permitan purificarme de esas consecuencias de las formas desordenadas de vivir la sexualidad.
Corrige malos hábitos
Muchas veces no se logra vivir la castidad en la soltería porque tenemos malos hábitos: la pornografía, la masturbación, ver a otros con impureza, permitir conversaciones impuras, los excesos personales, la mala alimentación, etc. Son obstáculos que dificultarán la vivencia de la castidad.
Por eso, es importante tomar conciencia del tiempo que tenemos y de emplearlo en cosas santas y que glorifiquen a Dios. Seguramente eso te ayudará a crecer en la virtud. El trabajo hecho con amor y diligencia, el ejercicio físico, cultivar amistades, compartir con la familia, la oración, la vivencia de los sacramentos y las obras de piedad te ayudarán a crecer interiormente y a tener mejores hábitos interiores. Tener una buena rutina en el día a día permitirá, poco a poco, ir creciendo en el autodominio.
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Para concluir, es importante resaltar que la castidad no consiste solamente en tomar la decisión de vivirla y, posteriomente, abstenerme de tener relaciones sexuales. Consiste en dirigir la mirada al propio corazón para poderlo purificar de cuanto hay ahí adentro. Vivir la castidad en la soltería poco a poco permitirá que el corazón se purifique y pueda, así, ver al otro como Dios le ve. Cuando el corazón no se purifica, caemos en dinámicas de uso que nos lastiman por dentro.