Nadie ama lo que no conoce. Entonces, ¿cómo pretendemos amarnos sin aún conocer quiénes somos, de dónde venimos, lo que valemos y hacia dónde vamos? ¿Qué tan complejo puede ser tener autoconocimiento de mí mismo, entender mi propia dignidad y revelar la verdad de mi vida? Estas interrogantes se irán presentando día a día en nuestra cotidianeidad. ¡Qué valioso que es emprender el proceso de conocernos bien a nosotros mismos! Es un proceso orientado a empezar a amarnos mejor, y a no conformarnos con lo que no merecemos. ¿Por qué? Por el simple hecho de que hemos sido creados para recibir un amor pleno y grandioso.
Conocernos nos hará convertirnos en los conductores de nuestra propia vida, nos ayudará a vivir en autenticidad, a ser reconocidos por lo diferentes y únicos que somos. Y esta labor ardua —porque lo es— saca lo mejor de nosotros mismos, nos permite conocernos a profundidad, mas no a la perfección. En efecto, cada día habrá nuevas atracciones para nosotros: siempre existirá algo de misterio, un misterio que va más lejos de nuestra propia razón. La intuición y la suposición son las armas que nos exigirán llegar a la meta, porque quien se esfuerza por conocerse finalmente lo irá logrando de manera progresiva. Porque se aprende a sacar una gran sabiduría de una dificultad.
Por ello, qué importante es construir nuestra propia identidad y hacerla cada vez más fuerte, para que reconozcamos lo valiosos que somos, el propósito de haber sido llamados a este mundo, y tengamos claros los límites que estableceremos en nuestra historia, en la búsqueda de nuestra felicidad plena. Aquí te hablaremos acerca de los 3 puntos claves que simbolizan la importancia del autoconocimiento.
#1 Reconozco mis fortalezas y debilidades
¿Qué recordamos de nuestra niñez, de nuestras vivencias cuando niños? ¿Qué añoramos de nuestra vida? ¿Cuál fue nuestro momento más feliz en la historia? ¿Qué situación no quisiéramos repetir por nada en el mundo? ¿Qué nos hace completamente felices? La identidad personal supone todos nuestros recuerdos, que son innumerables. Familia, lugares, personas, lo que recibí, lo que di, lo que amé, lo que odié, lo que seguí, lo que sufrí, lo que lloré, lo que sonreí, cuánto carcajeé, mis penas, mis alegrías, mis gestos. Pero, por sobre todas las cosas, las huellas que dejó en mí cada recuerdo, cada recuerdo que hoy forma parte de mi vida, y siempre lo hará.
El olvido no perdona: nuestra cabeza y cerebro son muchas veces traicioneros, y el corazón, que se conecta con aquellos recuerdos, sigue latente, pero sufriendo y cargando todo aquello que nos pesa o que nos alivia. Escondemos miedos, esperanzas y proyectos, queriendo enfocarnos en nuestro futuro, en un futuro que tantas veces tiene que seguir cargando con nuestras propias inseguridades.
Pero aun así, autoconocernos y descubrir nuestra propia identidad implica llevar con nosotros todo aquello que nos atormentó o todo aquello que nos hizo explotar de felicidad. Todo forma parte de nosotros, y no hay cómo renunciar a ello. Pues gracias a ello hoy elegimos reconocernos como aquel hombre sufriente o como aquel hombre que toma su sufrimiento para ser el mejor.
#2 Me amo y reconozco el amor de Dios en mi vida
¡Qué seres tan complejos somos! Ante todo, el misterio que contemplan todos nuestros recuerdos, hay alguien ahí fuera, que no es nada ajeno a todo lo que hemos vivido. ¡Es Dios! Dios, con su forma tan encantadora de habernos creado, aquel que fuera de tiempo y espacio nos lo ha dado todo y comprende lo más íntimo de nuestras vidas.
Con su mirada noble, Dios enternece nuestro camino, entre miedos y esperanzas, y mientras pasa el tiempo seguimos descubriendo lo amados que hemos sido desde un principio, y lo amados que siempre seremos por aquel que dio la vida en un Madero por nosotros. Es Él, el Hijo de Dios, quien sufrió lo peor, con una dignidad pisoteada a través de un cuerpo latigado, incluso siendo el Rey de reyes. Quien aun así, a pesar de no haberlo merecido, fue capaz de entregarse por ti y por mí.
Porque descubrir nuestra identidad no es solo un acto con nuestro cuerpo y espejo. Es un acto de humildad, de reconocer que somos hijos amados de Dios. Porque esa es nuestra identidad plena: ser hijos en el Hijo, ser hijos, y ser plenamente amados…
#3 Establezco mis límites
Solo reconociendo que soy hijo amado de Dios, soy capaz de reconocer lo que valgo y lo que merezco. Solo mirando mis raíces y recuerdos, puedo distinguir mi propia identidad en Dios. Porque si hay alguien que fue capaz de morir por mí, aún sin que yo lo mereciera, ese fue Cristo. Por ello, no merezco un amor menor al que Él me ha entregado con el precio de su sangre derramada.
¡Si quiero ser amado de verdad, tengo que recordar lo que Él, en su condición divina y humana, fue capaz de hacer por mí! Y con ello podré delimitar lo que soy o no capaz de recibir. No merezco menos que un amor que se sacrifique y que viva el Evangelio. No necesito un amor a medias, no necesito un amor que no venga de Dios.
Recuerda que los límites los pones tú. El límite lo definen la integridad, la dignidad y felicidad personal. ¿Hacia dónde quieres ir? ¿Qué quieres permitir en tu vida? ¿Qué necesitas o deseas para ti? Tus no negociables los construirás a partir de la buena relación que tengas contigo mismo. Dios tiene el anhelo profundo de hacerte completamente feliz, pero en tu propia libertad; tú sabrás y definirás si quieres lo mismo para ti.
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Ser fiel a lo mejor que cada uno posee, de ser protagonistas de nuestra propia historia, de dejarnos acompañar en este proceso, de dejarnos llamar por nuestro propio nombre y permitirnos ser amados hasta el extremo… Todo ello será crucial para que quede atrás nuestra vida de espectadores; para que comencemos a tomar las riendas de lo que somos capaces desde que fuimos creados por Dios. Desde este punto de vista, ¿por qué seguir conformándonos con menos de lo que merecemos?
Atte.,
Los Compis.