La atracción física es un elemento importante en orden a que nazca y se sostenga el amor. No se identifica con el amor, pues la atracción física es involuntaria, mientras que el amor implica una decisión —la de buscar el bien del otro—. Asimismo, la atracción física se centra única y exclusivamente en los valores del cuerpo, mientras que el amor mira a la totalidad de la persona. Aun así, la atracción física es importante, y para valorarla en su justa medida es necesario reconocer el valor que posee cuerpo, y examinar el lugar que éste ocupa en el amor.
Un medio entre dos extremos
Una valoración exagerada del cuerpo podría hacer caer en el error de que el ser humano es sólo su cuerpo. Si esto fuera así, el amor se agotaría exclusivamente en la atracción física, y duraría lo que dure dicha atracción. «Te amo» significaría «me atrae tu cuerpo», y dado que el amor se sostendría en la atracción que genera el cuerpo, uno debería cuidar y trabajar su cuerpo, mantenerlo atractivo, en orden a que siga llamando la atención. En el momento en que dicha atracción desapareciese, se acabaría el amor.
Una valoración también exagerada se situaría en el extremo opuesto. Según ésta, el cuerpo sería sólo un aspecto secundario del ser humano, una especie de cárcel de la que habría que liberarse. En ese sentido, el amor debería ser lo más «espiritual» posible, y en las relaciones de pareja, habría que mantener una mirada negativa respecto de todo deleite que pudiera provenir de lo corporal.
En el primer caso, el ser humano sería sólo cuerpo; en el segundo, el cuerpo sería algo accesorio. Ambas visiones son exageradas, y por eso limitadas. Una valoración del cuerpo a la luz del valor integral de la persona se ubica en un punto medio: el ser humano es su cuerpo, pero no es sólo su cuerpo. Así, el cuerpo es un componente esencial —y no secundario— del ser humano, pero éste posee una riqueza que no se agota sólo en su cuerpo. Después de todo, el ser humano es una unidad de cuerpo y alma: es un alguien que sueña, que desea, que descubre, que protesta, que piensa, que decide libremente, que ama.
Quiero tu cuerpo
Una valoración equilibrada del cuerpo supone integrar éste al valor total de la persona, asimilando así la atracción al amor. En efecto, no se trata de despreciar la atracción que me pueda generar el cuerpo de alguien, sino de reconocer el valor que el cuerpo posee en orden a fortalecer el amor. Por ejemplo, me es más fácil buscar el bien de la otra persona si me siento físicamente atraído por ella, pero el centro está puesto en el amor, no en la atracción.
Poner en el centro el amor supone poner en el centro el valor integral del otro. En efecto, el cuerpo es valioso, pero su valor es parte del valor total de la persona. De hecho, como el centro está puesto en la persona y no en el cuerpo, no es el cuerpo lo que da valor a la persona, sino la persona la que da valor al cuerpo. De ahí que un cuerpo no es más valioso por ser más saludable o por estar mejor cuidado: es valioso porque es la expresión visible de alguien que posee una insondable riqueza interior. Por eso un cuerpo menos atractivo no es menos valioso, pues el fundamento último de su valor se extiende más allá de lo físico.
Ahora bien, ¿cómo integrar el valor del cuerpo al valor total de la persona? Podríamos expresarlo así: «Quiero tu cuerpo porque es tuyo, por ser la expresión visible de quién eres. Puede que haya cuerpos mejores, pero no los quiero, porque no son tu cuerpo, porque no eres tú. Quiero tu cuerpo porque te quiero a ti; y si perdieras el cuerpo que tienes te seguiría queriendo igual, porque te quiero por ser tú, y no por tu cuerpo.»