Era una noche tranquila, la casa en silencio, y Sofía y Mateo, casados desde hace dos años, se
dejaron llevar por el momento y vivieron su intimidad con la misma pasión de siempre. Sin
embargo, al día siguiente, mientras desayunaban, Sofía no pudo evitar sentir un peso en el corazón.
Miró a Mateo y le dijo: «ayer, solo tú disfrutaste. Yo no llegué al final».
Mateo, sorprendido, no sabía cómo responder. Para él, todo había sido tan natural, tan normal. En
cambio, para Sofía, esa experiencia había dejado un amargo sabor: no se sintió amada, sino
utilizada.
Esta es una historia inventada, con nombres de fantasía, pero muy real en muchos matrimonios.
Este tipo de situaciones, aunque a veces invisibles, pueden abrir grietas en la relación conyugal.
¿Todo vale? Indagaremos en esta cuestión
¿Qué heridas puede haber en el matrimonio?
Hay muchas vivencias cotidianas donde uno de los esposos se siente utilizado, como si solo fuera
un medio para el placer del otro. Allí se genera una herida profunda en el corazón. La unión
conyugal, que debería ser la expresión más alta del amor entre los esposos, corre el riesgo de
transformarse en un acto egoísta si no se vive desde la entrega mutua.
No solo las mujeres pueden sentirse así. Imaginemos otro escenario, volvamos a la misma pareja
ficticia. Sofía, consciente del deseo de su esposo Mateo, lo utiliza como moneda de cambio. Un día,
«si me compras esto, tal vez esta noche…», le insinúa. En este caso, el esposo se siente manipulado,
como si su valor dependiera únicamente de lo que puede ofrecer o comprar. Ambos ejemplos
reflejan cómo el amor, que debería ser libre, total y desinteresado, puede corromperse cuando se
mezcla con el egoísmo.
¿Puede haber adulterio aún dentro del matrimonio?
En el Evangelio de Mateo, Jesús nos dice: «ustedes han oído que se dijo: <<No cometerás
adulterio>>. Pero yo les digo: el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en
su corazón» (Mt 5, 27-28). Si escuchamos esta cita bíblica en misa, enseguida nos vemos tentados a
concluir: la ley dice que no puedo engañar a mi esposa/o con otra persona. Perfecto, ya lo
comprendí. Sin embargo, hay mucho más por descubrir. Porque, en este pasaje, es como si Jesús
nos estuviera diciendo: ustedes ya han escuchado la ley. No obstante, yo les digo, miren su corazón.
¿Qué significa esto? San Juan Pablo II, en su Teología del Cuerpo, nos puede ayudar a
comprenderlo. Allí, él explica que el adulterio no se refiere solo a la infidelidad física, sino también,
al acto de desear a alguien de manera egoísta, transformándolo en un objeto para nuestro uso. Esto
puede ocurrir aún dentro del matrimonio, con “todos los papeles en regla” y cumpliendo con la ley.
Precisamente, por esto es tan esencial profundizar en la esencia del matrimonio como una entrega
mutua, a imagen del amor que Cristo siente por la Iglesia. Este sacramento es mucho más que un
“permiso legal” para vivir el acto conyugal. ¡Es la imagen viva del amor que Dios tiene por
nosotros! Es por ello que nuestro corazón no se conforma con una legalidad, sino que ansía ser
amado con un amor semejante al de Cristo por su Iglesia, quien lo dio todo con tal de desposarse
con ella.
San Juan Pablo II nos recuerda una traducción más antigua del pasaje del que hablamos
anteriormente en Mt 5, 27-28: “ustedes han oído que se dijo: <<no cometerás adulterio>>. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola «ya la hizo adúltera en su corazón», fórmula que
parece ser más exacta» (TdC 24, 4). La palabra «adulterar» proviene del latín «ad-alter», que
significa hacer que una cosa se transforme en otra. Pensemos en un ejemplo sencillo: si tomamos un
café y lo mezclamos con jugo de naranja, hemos adulterado el café, convirtiéndolo en algo
completamente diferente a la sustancia original. Algo similar puede ocurrir en el matrimonio,
cuando dejamos de ver al otro como una persona digna de amor y lo transformamos en un objeto
para satisfacer nuestros deseos egoístas.
Cuando adulteramos el amor conyugal, incluso dentro del matrimonio, estamos rompiendo la
esencia misma de lo que debería ser: el don de uno mismo al otro. El esposo o la esposa se
transforman en un medio para un fin. Ya no son fines en sí mismos, personas a quienes amamos por
lo que son y no por lo que pueden ofrecernos.
Entonces, ¿vale todo?
Para cerrar, pensemos en la película The Notebook (Diario de una pasión). La historia de Noah y
Allie, aunque dramática, nos muestra un amor que persiste a lo largo del tiempo, un amor que no se
basa en lo que el otro puede ofrecer, sino en la entrega total y desinteresada. En una de las escenas
más emotivas, Noah cuida de Allie cuando ella ya no lo recuerda debido a la enfermedad. Él sigue
amándola, no porque obtenga algo a cambio, sino porque ha decidido amarla, en lo bueno y en lo
malo.
Este es el tipo de amor que Cristo nos invita a vivir en el matrimonio: un amor que no se adultera,
que no se contamina con el egoísmo, sino que se mantiene puro, siempre buscando el bien del otro.
Así, la unión conyugal se convierte en una verdadera expresión del amor de Dios, donde cada acto
de entrega fortalece la relación y nos acerca más al amor que verdaderamente anhelamos.
***
El matrimonio es un llamado a vivir un amor puro y desinteresado, un amor que no se transforma en
otra cosa, sino que se mantiene fiel a su esencia: ser una entrega total de uno mismo al otro, tal
como Dios nos amó primero. Entonces, después de casarse, ¿vale todo? Sorprendentemente la
respuesta es sí, si es que por tod comprendemos la entrega total hasta la muerte, a imagen de Cristo-
Esposo por su esposa la Iglesia.