Con el paso del tiempo y la monotonía de la vida, las relaciones íntimas pueden perder su frescura si no las cuidamos. A veces somos demasiados “serios y responsables” —¿o debería decir sosos e irresponsables?—.
¡Hay que divertirse! Y también ver cómo mejorar las relaciones. Esto es muy importante: hay que hablar sobre gustos, expectativas, carencias… En este artículo veremos cómo mejorar la comunicación para escapar de la monotonía.
No cerrarse al disfrute
Los desajustes pueden venir por la rutina, o porque uno de los dos no disfruta, o ninguno lo hace. Por supuesto, hay que ser delicado: no se puede obligar a nadie a una práctica sexual que hiera su sensibilidad, no se puede violentar la sensibilidad del otro. Pero tampoco se puede uno cerrar a disfrutar del sexo en el matrimonio. ¿Qué queremos decir? Sencillamente que, si a alguien no le gusta el sexo porque todo lo ve sucio y asqueroso, en nuestra opinión, mejor que no se case, ya que hará que su cónyuge se sienta frustrado. El sexo es un regalo de Dios para el matrimonio, y despreciarlo por sucio y asqueroso es un feo desaire al Creador.
Así fue pensado por Dios
El sexo está ideado por Dios para que los esposos se lo pasen bien, uniendo sus cuerpos y sus almas. Jesús dice: “de modo que ya no son dos, sino una sola carne” (Mt 19, 6). En su libro Una caro, el profesor Javier Hervada afirma: “si la Biblia utiliza «caro», y no dice «carnes» es porque «una caro» es la expresión más significativa. Por eso entendemos que unidad en la naturaleza es la mejor traducción” (Pamplona: Eunsa, 2000, pág. 37).
La naturaleza humana es alma y cuerpo. Es decir que, cuando marido y mujer se funden en el acto sexual, no están uniendo dos cuerpos: están uniendo sus naturalezas, haciéndolas una. Visualmente se ven dos cuerpos, pero realmente son dos naturalezas que se han fundido.
Todo deja huella
Por esto es que disfrutar “solo” —o sea, masturbarse— constituya un gravísimo error, un fraude que deja huella en la naturaleza de quien lo haga. Y lo mismo ocurre con las uniones fuera del matrimonio. Porque tener relaciones íntimas con la persona que amas y que te ha elegido para toda la vida deja una huella. Tanto para uniros, como para separarlos “kilómetros”, aunque estéis juntos. Si las relaciones sexuales no se viven bien, pueden ser “una bomba de destrucción masiva” para la pareja y para toda la familia.
Cuanto más largo es el tiempo de convivencia, más generosos hay que ser en el sexo. Es decir: hay que pensar más en el ritmo del otro. En nuestro gabinete vemos más mujeres que varones que no saben disfrutar de las relaciones sexuales en el matrimonio. Unas veces, por una educación sexual equivocada; otras, por vergüenza, por malas experiencias pasadas, etcétera.
Aconsejamos ir más despacio. Disfrutar de estar juntos. Saber disfrutar de las caricias, de los besos, de los susurros. Ir poco a poco. Cuidar los previos, buscar un ambiente tranquilo que lleve a la intimidad. Buscar las miradas cómplices a lo largo del día. Preparar la mente y el cuerpo para el encuentro sexual. Aquí no hay atajos y, si uno pone la proa, poco hay que hacer. Por ello, hay que ir quitando las preocupaciones del trabajo, de los hijos, de la familia… y desear ese encuentro.
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El mejor modo de hacerse verdaderamente responsable de una cuestión tan vital para la pareja como esta es buscando el disfrute de los dos, para consagrar esa unión que los hace uno. Por ello, nuestro consejo es volver a la idea originaria del matrimonio que nos recomienda San Juan Pablo II en su Teología del Cuerpo.
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