¿No les pasa que se cansan de ver representaciones del matrimonio que nada tiene que ver con el ideal al que uno aspira en su relación, o incluso, con la realidad que uno vive? Por supuesto que no todo es color de rosas, pero, ¿no será demasiado? Las series, las películas, las publicidades, y hasta los chistes que se hacen en los grupos de amigos… Todo nos satura de imágenes de matrimonios que se sostienen como por arte de magia: diferencias insalvables entre varón y mujer, peleas a los gritos, discusiones en público, chistes mordaces, humillaciones disfrazadas de falsa comicidad, relaciones gélidas… Pareciera como si este fuera el único modo de figurarse el amor de los esposos. Y este tipo de representaciones puede contribuir a desalentar a las jóvenes parejas que quieran casarse.
Sin embargo, la realidad nos indica que esto no es así. Y el ideal de amor al que aspiramos —un caminar de la mano hacia el Cielo, una santidad conquistada de a dos— está muy lejos de verse reflejada en este tipo de discursos. Por eso, hoy quiero proponerles dos representaciones que considero más bellas y atinadas: dos poemas en los que se muestran por igual la realidad y el ideal. ¡Espero que la belleza de estas palabras los ayude a aspirar a un amor más perfecto, y a difundir imágenes positivas de esta vocación tan hermosa a la que nos sentimos llamados!
“Más allá del umbral”, de José María Valverde
Se trata del fragmento final de un poema que este autor español (nacido en 1926 y fallecido en 1996) publicó a mediados del siglo, poco antes de casarse. Demuestra una gran madurez para un autor joven, y lo considero un gran ejemplo de una relación que encara el matrimonio con cimientos firmes:
[…] Nos empieza a nacer todos los días
nuestro Cristo de dos, resucitando,
multiplicando el mundo, que se extiende
ahora con más montes y más tierras.
Y hoy que vamos creyendo en otros días,
juntando más amor para mañana,
y ponemos despacio en una hucha
los besos ahorrados, le decimos
a Cristo que es la hora de que llegue,
hoy que empieza a ser todo verdadero,
para que lo conviva y lo recoja;
que ya puede venir a compartir
nuestro pan de esperanzas, y a sentarse
con nosotros, ahora que tenemos
un rincón, entre dos almas, sin viento,
y una cuna de manos enlazadas;
que bajo nuestro techo de palabras
habite con los dos, para que se haga
verdad lo que decimos, y aprendamos
a estar cerca, y dejados en su sombra,
a ver la paz y a hablar y oír más bajo;
que sobra voz, ya siempre sobra voz…
Muy bello, ¿no es verdad? Me han dicho que parece casi una plegaria… Cuando lo leo, siempre me pregunto: ¿por qué el poema termina así, diciendo que “siempre sobra voz”? En ese hermoso mundo del matrimonio que se va multiplicando desde adentro de la casa, en ese hogar en el que las expectativas del fruto del amor construyen una cuna hecha de manos amorosas, la presencia cotidiana y sencilla de Cristo entre los esposos permite, creo yo, esa intimidad del “hablar y oír más bajo”. Porque, ¡claro! Lo mejor que podemos hacer es “ver la paz”, contemplar nuestro matrimonio desde la belleza de una esperanza enamorada.
“Una dedicatoria a mi mujer”, de T. S. Eliot
¿Qué pasa cuando, en este mundo tan bello que planteaba Valverde, empiezan a aparecer desafíos, diferencias, incomodidades o duras pruebas…? No es necesario que los esposos terminen convirtiéndose en las tan socorridas parejas casadas que exhiben su ridiculez en las representaciones artísticas o publicitarias de moda. El poeta británico-estadounidense T. S. Eliot ha escrito un poema que mi marido, Pablo, y yo consideramos un estandarte ante las dificultades:
A quién debo yo el deleite que salta
y aviva mis sentidos cuando despertamos
y el ritmo que gobierna el reposo de nuestro dormir,
el respirar a unísono.
de amantes cuyos cuerpos huelen el uno al otro
que piensan los mismos pensamientos sin necesidad de
lenguaje
y balbucean el mismo lenguaje sin necesidad de significado.
Ningún maligno viento invernal congelará
ningún torno sol tropical marchitará
las rosas de la rosaleda que es nuestra y sólo nuestra
pero esta dedicatoria es para que la lean los demás:
éstas son palabras privadas que te dirijo en público.
¿No les transmite mucha paz esta idea del matrimonio como una rosaleda? Algo frágil y volátil, pero a la vez, hermoso y floreciente. Algo que, si uno protege adecuadamente, puede volverse frondoso, y extender la belleza de su amor ante todas las miradas. Por eso el poema termina comentando que “son palabras privadas” que dirige “en público”: a veces, el amor matrimonial, fortalecido en las complicaciones, puede desbordar los límites de la pareja, y llegar incluso a tocar otras vidas.
* * *
El mundo actual se muestra burlón y hasta indolente no sólo respecto del matrimonio, sino también respecto de muchísimas de las realidades que son buenas, bellas y verdaderas: en definitiva, respecto del orden natural. Por ello, creo que es importante que podamos educar nuestra sensibilidad para las cosas verdaderamente bellas, y difundirlas.
Como ves, muchas de ellas pueden reflejar una visión del matrimonio mucho más acorde a la que buscamos. Como pequeñas semillas de verdad, existen poemas, cuadros, canciones, películas, que pueden germinar en nuestro corazón. Así, quizás puedan inspirarnos a generar nuestras propias representaciones del amor verdadero. Y, por supuesto, ¡nos invitan a vivirlo! ¿Nos animamos?
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