Una obra de arte puede llevarnos a entender muchas cosas. Y tal es el caso de la hermosa pieza dramática de Karol Wojtyla —san Juan Pablo II— acerca del matrimonio, titulada El taller del orfebre. Quienes la conozcan podrán coincidir conmigo en que la fuerza de su simbolismo y la profundidad de sus reflexiones, que se reflejan en su desarrollo teológico acerca de la unión entre los esposos, no tiene parangón. Y quienes no la hayan leído, háganse un favor y léanlo ;-).
Cuando éramos (más) jóvenes, me tocó la misión de interpretar esta obra con una comunidad de FASTA en Palermo, Buenos Aires. Fue una hermosa misión, y tuve una parte hermosa, pero compleja: representar el papel de Ana. Ana, para refrescarnos un poco la memoria, es la esposa de la pareja que aparece en el acto 2: se trata de un matrimonio que ya no se ama, y en el cual Ana se siente prisionera. ¿Cómo resolverá este conflicto? Se los dejo para que lo averigüen leyendo. Pero les cuento también que, en esos días, mientras rezaba en una parroquia frente al Santísimo, sentí que este personaje necesitaba decir algo. Y así surgió el poema que hoy les comparto, en el que Ana vuelve su rostro hacia Aquel que es fuente de todo Amor.
El poema: “Oración de Ana, la del taller del orfebre”
Alzarme en breve vuelo, Dios mío,
buscar tu sombra oculta y ocultarme,
y oculta resurgir de entre las calles,
de entre la luz, el tránsito, los bares.
Oculta, resurgir de mis desgracias,
sacarme para siempre el alma toda,
ponerla junto a ti, rezarte en vela,
y florecer por siempre en este encuentro,
en esta soledad. En esta pausa.
Florecer, y no llorar y no arrancarme
el corazón a gritos desolados.
Dejar ya de mentir, ya de fingir,
ya de escaparme. Dejar ya
de tener vida y amor y alianza en vano.
Concédeme, Señor, un breve vuelo.
Concédeme, si quieres, un instante
—siquiera algún momento de reposo—
para poder sentirte y reflejarte.
Y concédeme un amor igual al tuyo.
Oh, Esposo, oh, Luz, ya déjame encontrarte.
La tragedia del egoísmo
La cultura actual y el estilo de vida en el que estamos inmersos confabulan a menudo para que olvidemos quiénes somos, qué queremos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Por este motivo, muchas veces —incluso a pesar de estar bien formados, a pesar de haber tomado las decisiones importantes con la mayor conciencia posible— nos sintamos perdidos en nuestras relaciones humanas.
La obra de san Juan Pablo II y mi poema se refieren en particular a una relación matrimonial, pero lo mismo nos puede pasar, en menor escala, entre hermanos, entre amigas, entre familiares, entre compañeros de trabajo… La euforia cotidiana y la constante necesidad de tener todo —y más aún: de tenerlo YA— nos encierran en una burbuja constante de egoísmo. Esto repercute en nuestras relaciones cotidianas, de forma tal que la esposa se va alejando del esposo, y el esposo se va alejando de la esposa.
Una invitación a la pausa, para reencontrarnos
Este “florecer” al que se refiere el poema es una metáfora que podría aludir al crecimiento en la virtud. Se trata de un crecimiento personal, pero que repercute en la vida del matrimonio. ¿Y cuál es el primer paso para salir de este ensimismamiento y emprender el camino de la virtud, que nos hará crecer a ambos? El primer paso es la contemplación, es hacer una pausa. Porque el que está ensimismado sólo ve lo que poseeo o lo que quiere poseer; pero el que hace una pausa se mira a sí mismo para reencontrarse.
Una pausa: un rato libre que pasás con tus hijos, mientras tenés que hacer un tiempo; y ese juego te llena de alegría. Una pausa: una noche de desvelo en la que encontrás la paz del sueño después de (o gracias a) tomarte un rato para escribir lo que te pasó en el día. Una pausa: apagar las pantallas, hacer deporte, bailar… Una pausa: el breve e inspirado break que hacés en el estudio para anotar en el margen una idea que se te ocurrió al leer ese apunte. Un llamado a un amigo que perdió la fe, para ver cómo reencauzarlo. Tu nocturno momento de oración y de reflexión.
* * *
Para hacer una pausa que revitalice nuestra relación no necesitamos un viaje costoso, una cena extravagante, o un montón de planes. Como dice mi amiga @teru.teran (si no la conocen, ¡síganla!) en su última canción, se trata de respirar un poco. Porque una pausa es un encuentro con uno mismo, que se puede dar incluso en varios momentos del día, en nuestra vida cotidiana. Es introspección: charlar un poco con nosotros mismos, y con Dios, para volver a pedirle que nos conceda su gracia para amar más, y mejor.
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