Toda mi vida soñé con el amor.
¿Tendría ojos azules? ¿Sería rubio, alto y fuerte? ¿Llegaría en una carroza, o timbraría en mi puerta para decirme que él era el indicado y que siempre me había soñado?
¿Lo conocería en un avión, o acaso en un tren? ¿Hablaríamos sin parar hasta el amanecer, o al menos hasta la media noche? ¿Sería mi vecino, o un extranjero de un país lejano? ¿Estaría dispuesto a dejar todo por mí? Muchas de estas preguntas me invadieron desde que veía historias de “amor” en televisión. Y lo pongo entre comillas porque, al igual que muchos, confundí por varios años lo que es realmente el amor.
Los antónimos del amor
Yo siempre había soñado con un “amor” que estuviera dispuesto a sobrepasar todos los límites por mí, incluso si ⎯como en las telenovelas⎯ romper esos límites implicaba romper el mundo entero… Porque ansiaba vivir mi propia comedia romántica, sin reparar en que, en la ficción, el chiste está en que todos a tu alrededor se dan cuenta de lo tóxica que es la relación, menos tú. Tú estás enceguecido por la toxicidad de las mariposas del momento.
Porque nos vendieron la idea de relaciones desordenadas, posesivas, ciegas y enfermizas como algo llamado “amor”, cuando en realidad no hay un antónimo mayor que eso. Fíjense: “el amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor 13, 4-7). En la primera carta a los Corintios, san Pablo nos deja clarísimo lo que es verdaderamente el amor, y ahí en ningún lado vemos el amor como nos lo presenta hoy la industria del entretenimiento. O mejor dicho: en ninguna historia vemos guionistas, directores o compositores que cuenten una verdadera historia de Amor, una que no esté enceguecida por el placer excesivo y los afectos desordenados.
Yo creía que el amor no estaba en mí…
¿Alguien más ha pasado su vida creyendo que está tan roto y dañado que jamás podrá amar? Yo viví 27 años con esta idea en la cabeza. Y solo cuando conocí realmente a Dios comprendí una verdad: que nosotros amamos, porque Él nos amó primero. Y no solo lo comprendí, sino que lo viví y lo sentí.
Cuando descubrimos el Amor de Dios, cuando lo experimentamos en toda su fuerza, no hay una parte de nuestro cuerpo que no quede invadido por Él, y no hay un solo ámbito de nuestra vida que no sea transformado completamente por Él. Cuando conocemos el Amor, nuestra historia no vuelve a ser la misma: hay un punto de giro, eso que en el ámbito del cine y la televisión se conoce como un “punto de no retorno”.
Para mí, eso es la conversión. Se trata de conocer a Dios y reconocerlo en todo, para no volver a ser los mismos, para no volver al punto cero, para no retornar al lugar del que nos sacó.
El amor siempre ha estado en ti
En ti, y en mí. Somos creados por amor, y para amar como Él nos amó. Porque no solo fuimos un desborde del amor creador de Dios Padre, sino también un desborde de amor de Cristo, nuestro Salvador, quien vino a enseñarnos cómo amar y que quiso quedarse para siempre con nosotros a través del Espíritu Consolador. Lo hizo para asegurarse de que pudiéramos amar de verdad: solos, jamás podremos, pero con Él todo lo imposible se hace posible.
Y eso implica amar de una manera sorprendente y divina, de una manera que traspasa toda frontera y todo límite humano. Amar con un amor que solo viene de Él, del encuentro crucial con ese amor que es el único que puede calmar nuestra sed ilimitada de amar y de ser amados.
El amor que no había soñado
Al final, el Amor que descubrí no solo había estado dispuesto a dejarlo todo por mí, sino a morir en una cruz por mí. Al final, el Amor que conocí no llegó en una carroza ni a timbrarme a la puerta para decirme que siempre había soñado conmigo: nació en un pesebre, para demostrarme cuánto me había amado.
Al final, el Amor que recibí llenó cada vacío que alguna vez había sentido, sanó cada herida que el camino me había dejado, y me limpió el barro del pecado, que tanto me había manchado. Al final, el Amor que conocí no solo era mucho mejor que el que había soñado: también me enseñó a amar de la manera en que siempre había anhelado.
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Si hoy puedo amar en libertad es gracias a Él, gracias a que lo aprendí de Él. Si hoy ya no tengo miedo de amar es porque el amor perfecto echó fuera todo el temor. Y ese amor perfecto es perfectamente Él. Quizás no es un amor tal y como soñamos, pero sí es el Amor que siempre anhelamos.
Y este amor también te puede sanar a ti, también te puede liberar a ti. Este Amor también te está esperando para decirte que te puede dar la mejor historia de smor que hayas podido soñar. ¿Por qué la mejor? Porque probablemente no sea la típica historia que creíste que sería, pero te aseguro que será mucho mejor de lo que esperaste: esta historia realmente satisface los deseos de amor con los que fuiste creado.
Si te interesa más contenido como este, @dannyperez20