En algunos ámbitos, se busca presentar el poliamor o las relaciones abiertas como una suerte de superación de las formas “tradicionales” de amor. Después de todo, ¿por qué restringirnos a estar solo con una persona y compartir nuestra vida únicamente con ella si podemos incluir a más personas?
Vemos que muchas relaciones monogámicas —incluidos matrimonios católicos— hablan de las bondades de la exclusividad, pero tarde o temprano llegan a su fin. Si vemos que esto no funciona, ¿por qué no probar algo distinto?
Aclarando nociones
Para comenzar, es importante aclarar que cuando hablamos de relaciones abiertas nos referimos aquellas en las cuales cada uno de los miembros de la pareja de mutuo acuerdo deja abierta la posibilidad de que cada uno tenga encuentros con otras personas. Parte de ese acuerdo puede ser que se informe a la otra persona o no.
Por su parte, cuando hablamos de poliamor, nos referimos a relaciones en las que se agrega a una o más personas a la pareja, de manera que la relación ya no es más sólo de dos, sino de a tres o más.
Monogamia, ¿sigue vigente?
Es cierto que en una relación exclusiva —de a dos— no todo es color de rosa, sino que, de hecho, esta puede ser fuente de mucho dolor y decepción. Sin embargo, esto no quiere decir que las relaciones monogámicas sean en sí mismas malas o que hayan perdido su vigencia.
El hecho de que uno o ambos no hayan encarado bien la relación no quiere decir que toda relación de a dos esté condenada al fracaso. De hecho, hay muchos ejemplos de relaciones que, si bien no son perfectas, hacen todo lo posible para sacar adelante su amor y les va bastante bien
Pero si ya probamos una relación de a dos y no nos fue bien, ¿por qué no intentar una relación abierta o probar el poliamor? Frente a esto, es importante reflexionar que, si bien puede parecer que estas nuevas formas de amor traen cierta novedad a la relación, en definitiva, hay algo esencial que se pierde.
Algo que falta…
Los seres humanos no somos infinitos, de ahí que lo que le damos a una persona no se lo podemos dar a otra. Y si bien hay muchas clases de amor que pueden convivir juntas —como el amor de pareja, el amor a los hijos, el amor a los amigos, etcétera—, cuando hablamos de relaciones abiertas o de poliamor, se pone a dos o más personas “compitiendo” en el mismo nivel.
Alguno podrá decir que no es una competencia porque no hay realmente un conflicto si es que hay un acuerdo de por medio. Sin embargo, si uno decide llevar una relación abierta o poliamorosa, es inevitable que ya no pueda darle todo de sí a una sola persona. Y entonces, la entrega de uno mismo en la que se concreta el amor, ya no puede ser total.
Al abrir la relación en cualquiera de sus formas, de alguna manera, hay una pérdida, pues lo que se entrega y lo que se recibe es algo parcial. Y si la entrega no es total sino parcial, el compromiso no será pleno.
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Puede que ese miedo al compromiso, es decir, a apostarlo todo en una persona —obviamente, de manera progresiva y consciente— puede hacer que estas nuevas formas de amor se vean atractivas. En efecto, ellas, por su propia naturaleza, exigirán un compromiso y una exclusividad menor.
Sin embargo, para que el amor sea una auténtica fuente de plenitud, uno no puede entrar en él con apuestas parciales. Si uno quiere ganar en el amor, uno tiene que hacer una apuesta total, un all in; y esto no es posible en una relación abierta o de poliamor.