“¡Las flores son tan contradictorias!
Pero yo era demasiado joven para saber amarla.”
El Principito, 1942.
Enamoramiento: ese primer encuentro que se da entre nuestros afectos y aquella persona con la que vas a estar el resto de tu vida… o no. Cuando pensamos en estar enamorado, lo que en general se nos viene a la mente es demasiado rosa. Es decir, pensamos en los corazoncitos, las mariposas en la panza, sentirse en las nubes, la oxitocina que asciende a niveles desorbitantes cuando vemos a esa persona.
En mi caso, empieza a sonar en mi cabeza “True”, de Spandau Ballet, involuntariamente. La música y las películas nos han condicionado para pensar de un modo determinado.
No digo que todas estas reacciones no sea verdad. Por supuesto que suceden y con mucha intensidad. Sin embargo, lo que más prima en un estado de enamoramiento no es, propiamente, el afecto. Al contrario, lo más prioritario en el enamoramiento son los sentimientos más infelices, los más desagradables, aquellos que terminan pesando más. Es necesario que así sea.
¿Qué es enamorarse?
Distinto del matrimonio o el noviazgo, poco se ha escrito sobre la fase que antecede a esas dos. El paso previo es la etapa del chamuyo, el casi algo o, también, el estar saliendo. De hecho, no hay siquiera un nombre para eso ni es algo que está bien definido acorde a su naturaleza.
Lo que se da en ese momento es, al fin y al cabo, un sentimiento de atracción. Si es genuino, la razón por la que estás viéndote con esa persona es porque hay algo que te gusta, que te atrae, ya sea por su físico o por su manera de ser. En otras palabras, estás enamorado.
Así, ¿qué es estar enamorado? Uno suele diferenciar enamoramiento de amor. Si entendemos al amor en su sentido general, es efectivamente lo mismo que enamoramiento.
Entonces, amor es una tendencia afectiva hacia algo que nos hace bien. Quien ama algo, no solo sabe lo bien que le hace. Además, lo busca, lo anhela y espera hasta volver a gozarse de él. Pasa con el amor a las cosas y con el amor a las personas.
El enamoramiento es en definitiva ese algo de aquella persona que me atrae, que me gusta, que me hace desear su presencia. Por esa razón, la busco, pienso en ella, le hablo. Hay una tendencia hacia ella.
Enamorarse es no saber
Bueno, estoy exagerando en realidad. Cuando uno se enamora sí sabe algo. Conoce algo de ese alguien que le gusta. Si no fuese así, no lo buscaría. No obstante, es algo superficial y parcial. No es mentira, pero es tan solo una parte.
Se acordarán tal vez el momento en que el Principito conoció a la rosa. No pudo ocultar su admiración. ¡Era tan conmovedora! Sin embargo, a medida que pasaban los días, el Principito se dio cuenta lo poco que la entendía. Ese es el drama de estar enamorado.
Uno puede sentirse atraído hacia alguien y, en el fondo, no saber realmente nada sobre él. Es inevitable que con el paso del tiempo, el enamoramiento se convierta en un estado de frustración, de inquietud y de melancolía. La razón de esto es que no conocemos a la otra persona.
El Principito, fastidiado, no lograba comprender los caprichos de su amada. Él se esmeraba en cuidarla, en hacer todo para ella y, aun así, ¿cómo con aquella que tan maravillado lo había dejado, de repente, con su compañía, se sentía tan insufrible? “Esta flor es bien complicada” concluye. Como cualquier perdido enamorado, el pequeño príncipe llegó a aquel punto en que se dio cuenta que amar a la rosa era más difícil de lo que parecía.
Enamorarse es sufrir
No quiero subestimarlos, seguro esto ya lo saben. Sin embargo, creo que la distorsión que existe en la música o películas que frecuentamos puede dejarnos confundidos ¿es algo lindo estar enamorado? Tal como le pasó al Principito, la respuesta es no. O al menos no del todo.
Estar enamorado tiene su dosis de encanto. A pesar de ello, lo que más nos marca es el momento en que la realidad se vuelve patente. Esa persona a la que estás queriendo acercarte desde hace tiempo, no es como vos creías. La visión encantada que nació en aquél primer instante se derrumba al darse cuenta que no la conoces en serio. Ella tiene sus dramas, su carácter, sus defectos e, incluso, sus secretos. Vos, a todo eso, recién lo estás descubriendo.
Ahí empiezan las inseguridades. Pensamos: “¿le hablo o no?” o “¿y por qué no me habla?”, y la típica: “¿habré hecho algo que le incomodó?”. Surgen, entonces, los malentendidos, por qué reacciona o actúa de cierta manera. Aparece la ansiedad de cuándo nos vamos a ver o de que cuándo me va a responder. Se hace presente, por tanto, la decepción, el darme cuenta que hay maneras de ser o de pensar que no me gustan tanto de esa persona. Enamorarse implica sufrir. Porque aún somos, en esa etapa, demasiado jóvenes.
Lo que en el fondo sí sabes
Enamorarse es no saber quién es esa otra persona. Aun así, hay algo que, en el fondo, uno sí entiende bien y que solo intensifica el malestar: el hecho de saber que no son nada.
En el matrimonio, e incluso en el noviazgo, existe el lazo y cierto compromiso que te asegura que ese bien no es algo que se perderá fácilmente. No obstante, previo a eso, no existe algo que te asegure estabilidad. En el proceso, por ejemplo, si empiezan a salir, se da una amistad, cierta simpatía. En un punto, eso no basta, y uno vive con el peligro de no poder gozar de ese bien tanto como quisiera. Puede que termine ahí, puede que no vuelvan a hablar y puede que mañana no quede otra, como pasó con el Principito y su flor, de marcharse y decir adiós.
Es necesario que el amor madure
El no terminar de conocer al otro nos provoca inseguridad. La falta de estabilidad nos provoca inseguridad. Ocurre esto porque estamos hablando de un estado en el que amamos a alguien de una manera puramente superficial.
Un amor superficial, un enamoramiento, nunca será algo firme, porque su fundamento es meramente afectivo. Los afectos están bien, pero el amor solo puede ser profundo cuando atraviesa el desafío de conocer. “Yo era demasiado joven para saber amarla”,dirá el Principito. Es claro, aunque ambos estén enamorados, ese enamoramiento no certifica que sepan amar.
Por más difícil que sea, esta es una etapa en el que uno debe aprender a madurar. Debe pasar por las inseguridades, las inquietudes e, incluso, arriesgar, aunque termine perdiendo. Además, es evidente que el lazo entre dos personas debe forjarse en el conocimiento del otro, y no solo en lo que uno siente. Si uno no aprendió a conocer y a querer lo bueno y lo malo, no ha avanzado ni un paso.
Amar es ser vulnerable
Frase tajante de C. S. Lewis y que guarda mil verdades: quien está enamorado solo busca su bien. El enamorado solo quiere lo que le gusta, lo que tiene la otra persona que le atrae. Por eso, cuando descubrimos sus dramas internos, sus defectos, sus condiciones, la reacción no es agradable.
Quien ama, realmente, no se cierra a sufrir. Al contrario, está dispuesto a padecer las adversidades. El amor maduro es perseverante a pesar de las diferencias, es generoso en dar y estar a pesar de todo.
***
El amor real, debe estar dispuesto a dedicar tiempo. Debe estar dispuesto a morir por el otro. El Principito se percata de esa verdad, páginas después de abandonar a la rosa. Además, entiende que lo que hacía especial a esa flor no era lo cautivado que lo había dejado su hermosura… sino el bien que estuvo dispuesto a hacer por ella: regarla, protegerla, escucharla. Al fin y al cabo, el enamorado busca un bien para él. No obstante, quien ama con madurez, busca el bien para el otro.
Soy Juani Rodriguez pero @decime.negro