Tenemos una marcada tendencia a querer cambiar a los demás, y especialmente a nuestra pareja, tratando de modificar las cosas que no nos gustan. Cuando no se realizan los cambios que pretendemos, sentimos una gran frustración. Y es que no somos conscientes de algo fundamental: nadie cambiará nada de sí mismo, a no ser que quiera hacerlo.
En los inicios de la relación
Al principio, el enamoramiento altera nuestra forma de percibir al otro: ensalza las cualidades positivas, y disminuye los aspectos negativos ¾o incluso, los ignora¾. Todo en el otro nos parece maravilloso. Por este motivo, al principio no se tiene intención de cambiar nada.
Más adelante
A medida que la relación avanza y el enamoramiento va reposando, la realidad se hace más visible, y te empiezan a molestar las cosas que no te gustan.
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Aquello que te molesta no tiene por qué ser un defecto: simplemente, se trata de rasgos del otro que no te agradan.
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A menudo nos empeñamos en cambiar actitudes o comportamientos de los demás que, si bien son importantes para nosotros, pueden no serlo para el otro.
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También puede pasar que desde el inicio fueras consciente de lo que no te gustaba, pero albergaras la esperanza de que todo eso se corrigiera.
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Quizá sabías que no cumplía ciertos requisitos, pero la atracción que sentías hacía que te guiaras únicamente por la sexualidad, sacrificando tus propios valores.
En una relación no hay que pedir cambios
Tras la elección, tenemos que aceptar al otro tal y como es, con sus virtudes y sus defectos. Las personas pueden mejorar, y lo deseable es que mejoren. Pero tenemos que decidir con lo que tenemos ahora, sin pretender cambiarla, manipularla, absorberla o anularla. Hay que discernir desde lo que hay, no desde lo que me gustaría que fuese.No podemos contar con los cambios que esperamos que realice la otra persona para que cumpla nuestras expectativas. Es decir, por poner el caso: no podemos esperar que la mentirosa deje de mentir, o que el mujeriego deje de flirtear.
La importancia de discernir
Es importante saber qué cosas pueden cambiarse, y en cuáles no podemos esperar grandes transformaciones.
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La personalidad, el carácter, la educación, los valores… Estas son cosas que pueden cambiar poco, y no podemos exigir que lo hagan. Si discrepamos en estos aspectos, no es razonable escoger a esa persona.
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Sus costumbres, sus manías y la forma de comportarse en determinadas circunstancias. Estos aspectos se pueden modificar y e ir adaptando entre los dos.
La decisión última
La eterna lucha por cambiar al otro pasa por la aceptación. Si mejora lo que no nos gusta, perfecto; pero, si no, tengo que basarme en lo que elegí, sin esperar cambios. Si hay aspectos importantes de su persona que no están de acuerdo con tus valores principales, lo mejor es que te alejes. Solo puedes aceptar a los demás, o alejarte de ellos, pero nunca cambiarles.
Se trata de aceptarnos, respetando la libertad, corrigiendo lo que pueda producir daño en el otro. Pero, en todo caso, la decisión última la tiene esa persona. Y ten en cuenta que el amor es un potente motor para la mejora.
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Si quieres que tu relación cambie, empieza por cambiar tú. La mejor manera de enseñar a los demás lo que quieres es mostrarte como ejemplo, identificar tus fallos e intentar cambiar, para producir así un efecto en el otro. El proyecto cosiste en darse uno a otro para hacerse felices.
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