Las expectativas son un arma de doble filo. Un arma que, cuando se genera en nuestra mente, la abrazamos por su parecer inocente e inofensivo. Incluso les llegamos a tener cierto cariño, ya que cuando algo origina expectativas quiere decir que es ciertamente deseado y soñado. Lo esperamos con especial ilusión y anhelamos que llegue pronto.
Pero a su vez, estas expectativas inocentes son las que provocan que nos alejemos de la realidad, pues no dejan de ser recreaciones subjetivas de nuestra mente que tienden a la idealización. De esta manera, lo que esperamos que sea se convierte en lo opuesto a lo que realmente es.
Por lo tanto, las expectativas son uno de los mayores enemigos del noviazgo y a continuación os explicaremos qué peligros pueden provocar.
1. Nos alejan de nuestra pareja
Si dejamos que las expectativas nos controlen, obligando a creer que lo que pensamos es lo que debe ocurrir, nos alejaremos profundamente de nuestra pareja. Crearemos una persona a nuestra imagen y semejanza y nos olvidaremos de quién y cómo era esa persona de la que un día nos enamoramos locamente.
Las expectativas hacen que nos olvidemos del riesgo que provoca enamorarse. Ese riesgo que te hace vulnerable y que provoca que no controles todo lo que sucede a tu alrededor. Así, el amor y las expectativas son realidades que pueden llegar a ser totalmente antagónicas.
2. Generan frustración
Las expectativas generan frustración con uno mismo y con el otro. Con uno mismo, por no conseguir que esas expectativas que tu pareja tiene de ti se cumplan, llegando a culparte por no haberlas conseguido. Te sientes responsable de no haber tomado las decisiones correctas que te hubieran conducido a cumplir con esas aspiraciones.
Con tu pareja, culpándole de no ajustarse a lo que esperabas que fuera, o de que la situación no se diera como te la habías imaginado. Así, puedes llegar a dar mayor importancia a tus anhelos subjetivos que a la persona que más quieres.
3. Provocan incomprensión
Las expectativas hacen que el otro no entienda qué es lo que te sucede, por qué reaccionas de esa manera ni qué es realmente lo que pasa. A veces se nos olvida que no venimos al mundo con un manual de instrucciones personalizado. El otro no puede leerte la mente y saber qué es lo que está pasando en esa cabecita tuya.
Por todo esto, es normal que el otro no entienda qué nos y pueda llegar a rechazar nuestras pataletas o enfados provocados por las dichosas expectativas. Por eso, debemos comunicarnos con el otro desde el primer minuto en el que esos deseos empiecen a acampar a sus anchas en nuestra cabecita. Es primordial, para la salud de una relación, que el otro sepa el motivo de nuestro comportamiento.
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La clave aquí no es otra que dejar de vivir dentro de nuestra mente y nuestros esquemas, aprendiendo así a mirar y aceptar a las personas que nos rodean tal y como son. Debemos dejar al otro total libertad para ser como es, y así poder quererle realmente. Si no aceptamos lo que no nos gusta del otro, eso ya no sería amor.
Sabemos que las expectativas se crean de forma inevitable en nuestra cabeza. La clave está en controlar cuánto te afectan cuando no se cumplen. No es malo tenerlas, sino convertirnos en esclavos de éstas. La belleza de las expectativas se encuentra en el equilibrio entre el sentimiento que genera ese sueño y nuestra capacidad de saber que ese sueño no es otra que eso: un sueño.
Si tenéis cualquier pregunta, no dudéis en escribirnos a @princespequitas, la cuenta personal de Ana en Instagram. ¡Nos vemos en el próximo artículo!