Advertencia: este artículo contiene spoilers de la saga de Harry Potter.
Uno de los episodios más recordados tanto de las películas como del libro de Harry Potter es el encuentro del joven mago con el espejo de OESED o el espejo de los deseos, que sucede al principio de la saga. Cuando Harry le consulta a Dumbledore sobre cómo funciona este le va a responder: “Déjame explicarte. El hombre más feliz de la tierra puede utilizar el espejo de OESED como un espejo normal, es decir, se mirará y se verá exactamente como es.”1
Esta idea de felicidad y de aceptación de uno mismo va a luego atravesar toda la saga y nos dará por resultado 4 consejos útiles sobre cómo amarse a uno mismo de la manera que Dios nos hizo.
#1 Sólo la persona feliz puede verse al espejo tal cual es
En principio, para poder entender esto tenemos que comprender que la felicidad no es un sentimiento ni la realización de todos nuestros deseos, sino que el comienzo del camino hacia la felicidad se encuentra en “el acto por el cual me acepto a mí mismo. Debo estar de acuerdo con el ser que soy. De acuerdo con tener las propiedades que tengo. De acuerdo con estar con los límites que se me han trazado”2.
De este modo, conociendo y aceptando mi propia naturaleza dada por Dios y trabajando por alcanzar mí mejor versión, conforme a ella, es que comienzo a estar en el camino de la Felicidad y del Bien.
#2 No se puede vivir de ensoñaciones
Lo siguiente que Dumbledore dice a Harry trata sobre el peligro que trae el desconectarse de la realidad para intentar ser algo que no se es. Hay que entender que no se puede ser en acto aquello que no se es en potencia. En el caso de Harry, él no puede en acto revivir a sus padres, o sea, que la muerte es parte de la naturaleza humana y es algo que él no puede deshacer.
Sin embargo, lo que sí puede hacer Harry es vivir la vida que se le dio con los amigos que se le dieron. Y es gracias a la aceptación de esta realidad que al final, en el momento que se enfrenta nuevamente al espejo, puede ganarle a Voldemort y recuperar la piedra filosofal.
#3 Donde está tu corazón está tu tesoro (Lc 12, 34)
Es curioso encontrarnos con una frase evangélica en una saga fantástica, pero, sin embargo, allí nos la encontramos, en el libro 7, inscripta en la tumba de la hermana de Dumbledore, Ariana. Y es en esta frase que se encuentra el secreto de por qué el director de Hogwarts podía usar correctamente el espejo de los deseos: sabía que la virtud, como dice San Agustín, se encuentra en el orden en el Amor.
Dumbledore conocía en carne propia qué consecuencias traía el desordenar tus amores y prioridades teniendo ídolos en tu vida como el poder, la fama, el ego o incluso dejarse llevar por una amistad malentendida. Todo eso le había costado la vida a su hermana, el tesoro que no supo cuidar, pues su corazón estaba en el lugar equivocado.
#4 Recibir la muerte como a una amiga
De este modo, llegamos al consejo final, que tiene que ver con la parte de aceptar nuestras limitaciones y entregar a Dios aquello que a Él le corresponde sin intentar ponernos en su lugar. En la saga es Voldemort el que no puede aceptar sus propias limitaciones y naturaleza, llegando no sólo a cambiar su nombre y apariencia, sino al extremo cortar su alma en pedazos para vencer a la muerte. Esa es la idea detrás de su grupo de seguidores llamados Mortífagos o Comedores de muerte.
Sin embargo, ya habíamos dicho que la clave del espejo está, no en superar a la muerte, sino en aceptarla. En otras palabras, reconciliarnos con nuestras virtudes y limitaciones y colaborar con ellas. No intentando vencerlas con magia o irrealidades, sino trabajando con aquello que soy y lo que puedo llegar a ser, y ordenando el corazón hacia Dios, como hizo Harry hacia el final de la obra.
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En conclusión, podemos aprender muchas cosas de esta saga, pero la más interesante recae en esta pregunta: Si tuvieras el espejo de los deseos, ¿pasarías la prueba?
[1] Rowling, J.K., Harry Potter y la piedra Filosofal, Buenos Aires, EMECE 1999, p. 45
[2] Guardini, Romano, La aceptación de sí mismo/Las edades de la vida, Buenos Aires, Lumen, 2005, p.23