Muchas veces pensamos que hay cosas que el otro tiene que cambiar. Se lo decimos, y dedicamos tiempo y esfuerzo a que cambie. Es normal. ¡Incluso podríamos decir que ese deseo podría ser hasta bueno! Pero puedes preguntarte: y yo, ¿tengo derecho a cambiar al otro? ¿Y si no lo consigo? ¿Y si no cambia? O, lo que es peor: ¿y si no quiere cambiar?
En la vida en pareja, resulta normal que surja un deseo natural de querer cambiar al otro. Pueden ser pequeñas cosas, como que cierre las cortinas de la habitación, que no se coma las uñas, que no arrastre los pies… O pueden ser cosas más complejas y profundas, como que no sea tan pesado, tan tristón o tan hiperactivo. Y entonces puede que te preguntes: “Y yo, ¿tengo derecho a querer que cambie? ¿se lo digo? ¿O no? ¿O tengo que querer al otro tal y como es? Querer que cambie, ¿es no querer al otro como es?
Todos tenemos derecho a desear que el otro cambie. Es natural y es lícito. Pero, al mismo tiempo, tenemos que reconocer que cada uno tiene sus luchas y sus miserias. Son realidades y fuerzas que no conocemos por completo…, por mucho que nos conozcamos muy bien. Por tanto, no podemos juzgar sus intentos por conseguir cambiar, ni siquiera su intención de cambiar. Y por eso sería injusto exigirlo. Tienes derecho a desear que el otro cambie, pero no tienes derecho a exigirlo.
Y, visto desde el punto de vista del otro, si el otro tiene derecho a desear que tú cambies, tú debes poner el máximo interés en intentar cambiar, o en intentar luchar por hacerlo. Te tocará hacerlo toda la vida. No lo dudes. Si tiene derecho a que cambies, tú debes estar atento, y escuchar atentamente estos posibles puntos de mejora, siempre que se trate de algo objetivo y bueno para ti. Por ello, si quieres que el otro cambie, te recomiendo unos sencillos consejos.
Tus manías no son el patrón del otro
Analiza bien qué quieres que el otro cambie. ¡Y cuida que no sean manías tuyas! Está claro que es posible adaptarse, y que la adaptación tiene que ser mutua. Pero pon el esfuerzo en cosas importantes. Si vas a decirle algo que no es un punto de mejora real, o sí es una manía tuya, mejor olvídalo.
A lo mejor no es tan importante que deje las cortinas corridas o la persiana bajada. O tampoco pasa nada si no se lava los dientes tres veces al día, y prefiere hacerlo dos. Así pues, si lo que quieres que cambie no es crucial para el otro, no sigas los siguientes pasos. Intenta adaptarte. Intenta cambiar tú. En este caso, tú tienes que quererle como es.
Evita educar
No eres su educador, ni su superior, ni su madre. Ese tiempo ya pasó. Lo educado, educado está. No obligues a nada al otro. No exijas: el matrimonio está para quererse mutuamente, no para quererse cambiar mutuamente. Entre otras cosas, porque una vida queriendo cambiar al otro es una frustración para el uno, y un infierno para el otro. Evita educar. Ninguno es superior al otro.
No juzgues
Nunca sabes las fuerzas, las tendencias, las adhesiones, las querencias, ni la capacidad de luchar del otro. No juzgues al otro. No seas injusto con el otro. Piensa que cada uno es responsable de sus propias acciones: tú no eres su responsable, ni su representante, ni su manager. Si hay algo que tenga que mejorar, se lo puedes decir, pero no juzgues si luego lucha mucho o poco, o si lo intenta más o menos de lo que quisieras tú.
Si de verdad lo ves que es importante, no te lo calles
Es importante decirse las cosas. Entre otras razones, porque si te lo guardas, serías igual de injusto con el otro: no le permitirías mejorar, ni le señalarías puntos de superación personal. Pero díselo de tal manera que le mueva a querer cambiar. Díselo de forma que sienta el cariño. Prepárate para decirlo con aquellas palabras con las que el otro se sienta querido de verdad.
Por ello, busca el momento adecuado, la situación perfecta y las palabras más llenas de cariño. Hazlo con asertividad, que no sea un reproche. Piensa la forma de que el otro vea que realmente le importas, que lo dices sin maldad y buscando las palabras que unen, no las que hieren. Y, sobre todo, transmítele que se lo dices, no porque te moleste, sino porque es bueno para él o para ella.
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A la hora de pensar en los cambios del otro, ten paciencia: no se ganan batallas en un día. Muchas veces, será una labor de años. Probablemente el otro luche por mejorar toda su vida. Igual que tú luchas contra tus debilidades…, y sabes que siempre son las mismas. Ah, y nunca, nunca, interpretes la falta de avances como faltas de cariño. Esto hace la vida todavía más complicada, mina la autoestima y os separa más que unirlos. Recuerda: no juzgues.
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