El sexo es algo bello y deseable en el matrimonio. Llevamos siglos en los que este tema, en vez de hablarse limpiamente, es considerado tabú. En este juego de desprestigiar el sexo, se han participado tanto los “reprimidos” como los “incontrolados”. La realidad es clara. Dios ha deseado el sexo desde la misma creación del hombre, ya que creó varón y mujer. Podía habernos hecho asexuales o hermafroditas. Pero no, quiso que seamos sexualmente diferentes, y que nos atraigamos.
El placer, parte de lo creado
Pero no se quedó ahí, Dios también quiso poner placer en esas relaciones sexuales. Parece una bobada, pero es crucial para entender la importancia del placer en el sexo. El placer sexual en el matrimonio es bueno, y desearlo también. Hay gente que lo desprecia o no le da importancia. Se olvidan de que Dios lo ha querido para la persona humana.
El placer sexual en el matrimonio no es un mal uso del sexo. No es más “casto” el que no disfruta. Todavía hay mucha gente que dice que buscar el orgasmo es egoísta.
El problema del “puritanismo”
Cuando nosotros decimos que hay que hacer una “verdadera revolución sexual” la gente se escandaliza y nos dice “cuidado con lo que decís”, “eso se puede entender mal”. Mejor tener que aclarar que callarse por miedo a los “puritanos”. No hay nada más anticatólico que el puritanismo. Pero se ha colado entre nosotros.
Y por otro lado están los que se saltan el “uso natural del sexo” y lo ensucian. Estos últimos llamaron en 1968 a una “revolución sexual”, pero aquello era una reacción incontrolada. ¿Ante qué? Ante el “puritanismo” que existía en esa sociedad de la apariencia y de la doblez de vida. No importaba qué hacías en tu vida privada, si en la vida social seguías las normas.
La misión de los matrimonios católicos: la verdadera revolución sexual
Hay que recuperar la verdadera e inicial sexualidad que Dios quiso para el hombre (varón y mujer). Nosotros creemos que hay dos luchas o retos que tenemos los católicos del siglo XXI: el matrimonio y “la revolución sexual”. San Juan Pablo II se dio cuenta, y de ahí su catequesis sobre la sexualidad humana, y su preocupación por los matrimonios y la familia.
Sin unos matrimonios felices, no puede ser atractivo el catolicismo. Y una forma muy divertida y placentera de unir a la pareja es el sexo. Después de unas relaciones satisfactorias para la mujer y el marido, se perdona más fácil y mejora la convivencia. Esto es así porque el creador del hombre y del matrimonio (Dios) lo quiso así. No es sucio hablar de sexo en el matrimonio. Es muy bueno.
Hay que conseguir que en los matrimonios católicos se hable de sexo con naturalidad, y así se explicará a los hijos con más facilidad. Nos da pena que padres católicos dejen en manos ajenas esa responsabilidad; además es muy triste que ellos no hablen de ese tema con los hijos. Muchas veces, porque no saben y no lo hablan en la intimidad del matrimonio.
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A nosotros tampoco nos resultó fácil empezar hablar de esto en nuestro matrimonio. Era ir contra la corriente de “el sexo no es importante, hay cosas más importantes, como los hijos, el perdón, la comunicación, la conciliación trabajo-familia”. Quienes sostienen esa corriente no se dan cuenta que todo eso es más fácil cuando sus uniones sexuales son satisfactorias.
No es que el sexo sea lo más importante del matrimonio, pero está entre los aspectos importantes. Por una razón clara, Dios nos hizo varón y mujer.
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