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La Responsabilidad Afectiva

En un mundo donde las relaciones, cada vez más, son tomadas a la ligera, encontramos un
evidente temor o evasión del compromiso. También, hallamos personas que solo están
dispuestas a pasar un buen rato. Así, hablar sobre la responsabilidad afectiva es cada vez
más urgente.

¿Qué es la responsabilidad afectiva? ¿Cómo la puedo entender?


Para esto, me gustaría hablarte primero sobre la intimidad del corazón. La palabra
intimidad viene del latín intimus que quiere decir “lo que está situado en el fondo”. Por
consiguiente, cuando hablamos de la intimidad del corazón, estamos hablando,
concretamente, de esa parte de nosotros donde reposan nuestros anhelos, deseos, pasiones y
afectos.
En ese sentido, se entiende la intimidad del corazón como un lugar que no solo es bello
sino, también, sagrado Quien permite o limita el acceso a este lugar soy yo.


¿Qué implica la responsabilidad afectiva?


La responsabilidad afectiva implica vivir nuestras relaciones interpersonales con
autenticidad, respeto y amor verdadero no solo por el otro sino, también, por mí mismo. No
se trata solo de evitar el daño emocional que se le puede causar al otro. Se trata de asumir
un compromiso profundo de amar, reconociendo siempre la dignidad intrínseca de cada
persona, respetando sus emociones y sentimientos. También, reconociendo en mí una
profunda dignidad, un cuerpo, un corazón, unos sentimientos y unos anhelos que merecen
ser igualmente respetados.
Y aquí una de las mayores dificultades, porque hemos llevado al extremo el no hacerle
daño al otro, y a veces en un afán por cuidar al prójimo terminamos descuidándonos a
nosotros mismos, pues en vano te entregas a los demás si te abandonas a ti mismo.


La dignidad del cuerpo, la dignidad de nosotros mismos


La teología del cuerpo nos enseña que el cuerpo humano no es solo un conjunto de órganos
y funciones, sino que es la expresión visible de la persona misma. ¡Lo que pasa con tu
cuerpo te toca directamente a ti! A través del cuerpo, podemos manifestar nuestra
interioridad, incluyendo nuestros afectos, emociones y deseos.
En este sentido, la manera en que nos relacionamos afectivamente con los demás no es un
asunto superficial. Tiene implicaciones profundas para nuestra identidad y dignidad.
Aunque esta última (la dignidad) no se vea reducida por mis acciones, sí puede verse
profanada por las mismas.


No se le tiran perlas a los cerdos

Por eso recuerda que el primer custodio de la intimidad de tu corazón eres tú mismo. Quien
decide qué personas pueden entrar allí eres tú. Quien decide a quién compartirle los deseos,
anhelos y sentimientos que reposan allí eres tú.
No se les tiran perlas a los cerdos. Así como no se le permite la entrada a un extraño a tu
casa, tampoco se le puede permitir a ese mismo extraño entrar a la intimidad de nuestro
corazón. Pues, podemos correr el riesgo de ser víctimas de un robo o, incluso, una
profanación.


La responsabilidad afectiva es más que una simple obligación ética. Es una invitación a
vivir el amor en su plenitud, respetándome y cuidando el tesoro que se me ha dado.
Asumiendo esto, no solo transformamos la forma en que nos relacionamos con nosotros
mismos o con los demás. También, nos acercamos más a la verdad de quienes estamos
llamados a ser.

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