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¿Listos para el sexo?

¿Estoy listo/a para tener relaciones sexuales? ¿Cómo afectará esto mi relación? ¿Es lo mismo el sexo que el amor? ¿Cómo hablar de esto con mi pareja? ¿Y si no cumplo con sus expectativas? ¿Qué pasa si me arrepiento después?

Estas son preguntas que muchos jóvenes se hacen en torno a las relaciones sexuales. Pueden surgir tanto en quienes nunca han tenido una experiencia sexual como en quienes ya la han tenido y, de vez en cuando, se ven asaltados por ciertas dudas.

En el caso de una pareja creyente, hay una dificultad adicional. Por más que se intente minimizar este aspecto, tener relaciones sexuales fuera del matrimonio es un pecado mortal. Ahora bien, en algunos casos, saber esto es suficiente para abstenerse. Sin embargo, en muchas ocasiones, la conciencia del pecado queda en un segundo plano, especialmente cuando se experimentan de manera intensa las sensaciones que despierta el contacto físico con la persona que uno quiere, incluso si no se llega a una relación sexual.

Planteando el problema 

Normalmente, el pecado mortal viene asociado a un sentimiento de culpa. Y no es para menos, pues rompe mi relación con Dios. Sin embargo, cuando se trata de expresiones físicas desordenadas de afecto o de relaciones sexuales fuera del matrimonio, se produce una especie de disonancia.

En efecto, por un lado, sé que esto es pecado y que está mal. Sin embargo, por otro lado, esto que está mal se siente bastante bien. Más aún, uno puede llegar a experimentar que lo que hace con su pareja aporta cosas buenas a la relación.

En este contexto, nuestro concepto de pecado entra en conflicto con lo que sentimos y —hasta cierto punto— vivimos en nuestra relación. En efecto, aunque sé que está mal, también siento y percibo que me aporta un bien.

No matarás

Si alguien dijera que disfruta matando personas por el simple placer de hacerlo y que le produce un intenso gozo escuchar los gritos de angustia de sus víctimas, cualquiera diría que esa persona tiene un serio problema mental. Matar claramente atenta contra la naturaleza del ser humano, y por eso es pecado.

Sin embargo, si alguien dijera que disfruta teniendo relaciones sexuales fuera del matrimonio con su pareja, nadie diría que esa persona tiene un problema mental. Es pecado, sí, pero pareciera que no es la misma situación que la del que se dedica a matar. Y, de hecho, no lo es. ¿Por qué?

Matar por placer es un acto en sí mismo malo. No hay manera alguna de hacerlo bien, de forma que deje de ser pecado —excepto en casos como la legítima defensa—. En cambio, las relaciones sexuales son algo bueno. Dios las ha creado para disfrutarlas intensamente en el matrimonio y permitir a la pareja insertarse en la dinámica gozosa de la creación de una nueva vida. A diferencia de matar por placer, el punto de partida es que las relaciones sexuales son algo bueno.

Lo bueno se puede usar mal

Si bien las relaciones sexuales —como acto diseñado por Dios— son algo bueno, también pueden usarse mal. Eso es lo que ocurre cuando se tienen fuera del matrimonio. Sin embargo, dado que su origen es bueno, algunas de las bondades del sexo dentro del matrimonio pueden experimentarse también fuera de él. Y por eso, aunque sea pecado, uno puede sentir que el contacto físico intenso o las relaciones sexuales aportan algo positivo a la relación.

En efecto, las relaciones sexuales pueden unirnos más como pareja, ya que nos permiten conocernos en un contexto nuevo y profundamente íntimo, en el que nos entregamos por completo al otro. No obstante, fuera del matrimonio, también hay muchas cosas que se pueden perder. Quizás la experiencia no fue tan placentera como esperábamos, tal vez no nos trataron como queríamos, quizás la otra persona hizo un comentario hiriente o nos comparó con alguien más, o incluso sentimos que nos estaban usando, o que nosotros mismos estábamos usando al otro.

Volviendo al punto, como se trata de un acto diseñado por Dios como algo bueno, no todo es pérdida cuando se decide tener relaciones sexuales. Por eso, en ocasiones, el simple hecho de saber que es pecado no es suficiente para evitarlo, ya que, como vimos, aun cuando sabemos que está mal, podemos sentir que nos aporta cosas buenas.

Una propuesta de solución

Debido a lo expuesto, es importante no plantear la decisión de evitar las relaciones sexuales —o las expresiones desordenadas de afecto— en términos de lo bueno contra lo malo. No se trata de que, si evitamos las relaciones sexuales, todo está bien, y si las tenemos, todo está mal.

En el discernimiento sobre las relaciones sexuales, debemos tener claro que tenerlas fuera del matrimonio también aporta cosas buenas. Por eso, al elegir abstenerse, se puede sentir que se está renunciando a algo valioso. Y, en efecto, así es.

Al poner las cosas en la balanza, no se trata solo de colocar todo lo negativo del lado de las relaciones sexuales, sino también de reconocer los bienes que la intimidad sexual —o el contacto físico intenso— puede aportar a la relación. Ser conscientes de esos bienes nos ayudará a identificar qué bienes aún mayores podemos ganar, tanto a nivel personal como en pareja, cuando decidimos esperar. Al decidir esperar, nos privamos de ciertos bienes. Pero esa decisión solo tendrá sentido y no se vivirá como una simple pérdida si descubrimos que, al hacerlo, ganamos bienes todavía más grandes.

***

Con esta reflexión no intento matizar el hecho de que tener relaciones sexuales fuera del matrimonio sea pecado —y pecado mortal—. Lo es, y es importante confesarse. Sin embargo, creo que esta perspectiva puede ayudar a mirar la realidad de la expresión física del afecto con mayor realismo. Esta mirada puede fortalecer los motivos por los cuales elegimos como pareja vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.

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