Empezar un noviazgo es animarse a embarcarse en una expedición para descubrir un nuevo mundo. La otra persona nos cautiva con su atractivo, pero también nos intriga con todo aquello que desconocemos y que provoca sentimientos encontrados. Así, experimentamos miedo por lo que ignoramos del otro, o entusiasmo por todo lo que tenemos por delante para conocer.
A medida que nuestra relación avanza, crece el conocimiento mutuo y también el compromiso. Esto desemboca en el deseo de hilvanar dos historias de vida, dos proyectos, en uno solo y común hasta la muerte.
Pero, ¿conozco lo suficientemente al otro como para comprometerme en semejante aventura? Si llegaron al matrimonio, la respuesta fue afirmativa. Pero es muy importante tener en cuenta que, aun cuando ambos puedan estar seguros de dar ese paso, la realidad es que ninguno conoce del todo al otro. No podemos abarcar completamente el misterio del otro. Muchas cosas se irán conociendo durante la vida matrimonial y los años juntos por venir.
En este artículo queremos compartir con ustedes nuestra experiencia y comentarles 3 cosas que hemos conocido el uno del otro después de habernos casado.
I. Cosas que Jimena descubrió de Ezequiel
1) Amante del ahorro. Aunque algo lo presentía, descubrí que le apasiona comprar los productos más baratos —y dudosos respecto a su calidad— de la góndola del súper. En cambio, yo siempre fui de elegir lo que sabía que era bueno sin probar nuevas marcas —seguramente marcas de primera calidad—. Él dice que ciertos bienes son commodities y, por lo tanto, no varían en nada unos de otros, salvo en su valor. Por eso, en estos años de matrimonio conocí la leche con sabor a agua, los trapos que no limpian —sino que ensucian—, y el vino con sabor a vinagre, entre otras cosas.
2) Me casé con un “wedding planner”. Sus amigos me lo habian dicho, pero no fue hasta que estuvimos casados que lo comprendí. Ezequiel tiene esa capacidad propia de los agentes de viajes: te planifica todas las vacaciones, desde hospedaje hasta las actividades de cada día. A veces puede ser como ganarse la lotería; otras, como una espina que se te mete en la media. Si me descuido, puede organizar cada minuto de la semana. Como no usa agenda, las actividades suelen superponerse, y por eso empezamos a pensar en la clonación para cumplir con tantos compromisos.
3) La relación madre-hijo no se toca. Ezequiel siempre fue muy familiero y yo también, pero no fue hasta que me casé que descubrí la relación que tiene con su mamá. No es que esté celosa, pero si Ezequiel va a visitar a su mamá, sé que no hay horario de vuelta, y ni hablar si hay comida —¡porque como la comida de mamá no hay!—. Puede que vuelva con cuatro tuppers…
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Ahora sí, hablando en serio, de Ezequiel aprendí a darle el correspondiente valor a las cosas. Ya con tres años de matrimonio, no me importa la marca de los productos que compra —siempre y cuando sean buenos—. Y hasta acepté que no tengo que guardar todo: no necesito tantos zapatos, y tal vez los de mi cumpleaños de quince realmente no los vuelva a usar.
Ezequiel también me enseña a diario lo importante que es cuidar y cultivar las amistades, porque sus múltiples planes casi siempre incluyen a otro que necesita de nuestra ayuda o compañia. Y ya que mencioné el tema, no está de más decir que aprendí que con la suegra no hay por qué competir.
II. Cosas que Ezequiel conoció al (d)esposarse con Jimena
1. Un “poco” perezosa. Si no se está detrás de ella cada tanto, ella puede ser tremendamente perezosa con los quehaceres del hogar, y dormir hasta tan tarde que ya no quede tiempo para mucho más que despertarse a desayunar, almorzar… o las dos cosas juntas. Esto me chocó mucho —y a veces me sigue chocando— porque, en general, me inclino por la hiperactividad, y llego al final del día satisfecho si he podido completar varias tareas que me había propuesto.
2. Lo mucho que habla. Por lo que me ha tocado vivir, las mujeres hablan mucho más que los hombres. Y una cosa es tratar de seguir el hilo de una conversación que salta de un tema a otro durante unas horas con alguien que es tu novia; y otra es tener que hacerlo a diario —24×7— con tu esposa. Esto me ha obligado a esforzarme por desarrollar mi capacidad de atención —o aprender a volar a un universo paralelo sin que ella se dé cuenta, casi siempre sin éxito.
3. Su faceta de madre. Otro desafío que es difícil prever es cómo será la mujer que amas en su faceta de madre. Mucho se ha escrito acerca de cómo se resiente una pareja con la llegada de los hijos. Sin divagar ni entrar en demasiados detalles, sí es cierto que, para el hombre, supone un desafío el no reconocerse “compitiendo” y sí más bien “compartiendo” el amor de su mujer con un pequeño bebé que la necesita casi con exclusividad.
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Ahora, en serio, convivir con una persona que disfruta la calma y, por así decirlo, el dolce far niente —lo dulce de no hacer nada— también me ha ayudado. Me ha permtido ser menos avasallador en mis propuestas conjuntas, me ha ayudado a darle a ella su espacio y a darnos tiempo a su gusto. Y así, he podido descubrir lo mucho que aportan los pequeños momentos.
Por supuesto que esto —y muchas otras cosas— nos ha llevado a chocar en lo cotidiano, y a tener discusiones fuertes. Sin embargo, gracias a ellas he aprendido a reconocer en Jimena un espejo que me expone mis defectos, y que a la vez me ayuda a corregirlos.
El matrimonio supone una unión íntima de dos, que no siendo más dos, sino uno, se complementan y cooperan el uno con el otro. El vivir con Jimena me ha hecho ser una mejor versión de mí mismo. Y creo que Jimena puede decir lo mismo.