Es muy común pensar que los consejos evangélicos existen únicamente para quienes han elegido la vida religiosa, pues mediante su estado de vida pueden dedicarse a vivirlos radicalmente. Pero, si todos estamos llamados a la perfección cristiana, ¿por qué los matrimonios, que viven su vocación como camino de santidad, estarían excluidos de vivir también estos consejos?, ¿no estarían también llamados a vivirlos de una manera no menos exigente que la de los religiosos?
Y, ¿en qué consisten estos consejos? A diferencia de los mandamientos, que nos separan de lo que no es compatible con la caridad, los consejos evangélicos apartan de nosotros lo que incluso sin ser perjudicial, puede ser un impedimento para el desarrollo de esta.
#1 Pobreza
En el caso de los religiosos, estos se comprometen a no poseer nada como propio, y compartir todos los bienes con su comunidad. Sin embargo, los matrimonios sí están llamados a constituir un patrimonio, pero pueden considerarse como simples administradores temporales y por los deberes que tienen con los hijos, entregarles todo lo que sea necesario y conveniente para su desarrollo espiritual y material. Y una vez los hijos dejen el hogar, el matrimonio podría considerar vivir de una manera aun más desprendida materialmente. Aunque también hay otro punto importante para vivir este consejo y este es la apertura a la vida. Acoger de una manera generosa a los hijos, sin excederse en los cálculos financieros. Este nuevo panorama incluye verdaderas renuncias, nuevas prioridades, un verdadero testimonio de pobreza. Preferir comidas en casa, que salidas frecuentes a restaurantes, o una casa más grande que vacaciones todos los veranos.
#2 Castidad
Todos estamos llamados a vivir la virtud de la castidad según nuestro estado de vida. En el caso de los esposos, no debe entenderse solo como periodos de abstinencia, sino como la exigencia de entregarse íntegramente el uno al otro. Respetar el cuerpo del cónyuge, y estar disponible para la unión de ambos en la que se verifica el amor. Lograr el señorío de uno mismo, y no dejarse dominar por la concupiscencia. Ir contra lo que el mundo hoy nos presenta como sexualidad en el matrimonio, y darse todo por completo en su verdadera masculinidad y feminidad, estando siempre abiertos a la vida.
#3 Obediencia
A diferencia de los religiosos, los esposos no están obligados a obedecer a un superior, pero sí se deben obediencia el uno al otro. Esto ya no se puede decir con tranquilidad en estos días, pero hay que mencionar que así como el hombre es la cabeza, la mujer es el corazón. Ambos están llamados a vivir lo que son: masculinidad y feminidad.
Los cónyuges tienen en cuenta las características del otro y se someten a ellas: el hombre está más marcado por la racionalidad y la mujer tiene la autoridad del corazón. La exigencia está justamente en ver estas diferencias como oportunidades para conocerse, escucharse y obedecerse mutuamente, y así crecer en la perfección cristiana.
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Estamos llamados a la santidad, y esta no es otra cosa que la perfección cristiana, que brota de la caridad. No podemos vivirla con mediocridad. Con nuestra vocación nos jugamos la vida eterna. Y quien quiera vivir el matrimonio como vía de santidad debe estar dispuesto a vivirlo con estas exigencias que para el mundo de hoy no tiene sentido.