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Los Sí de la sexualidad según San Juan Pablo II

Juan Pablo II ha dado a la Iglesia el mayor regalo para el futuro del matrimonio y de la familia. Lo hizo, oportunamente, en un mundo que ya comenzaba a mostrarse abiertamente contrario a la cultura cristiana. Ha escrito y ha hablado sobre el cuerpo y la sexualidad del modo más integral y profundo hasta el día de hoy. 

El Papa polaco gozaba de una inteligencia brillante y de un conocimiento exhaustivo sobre la filosofía y la teología que sustentan la Doctrina de la Iglesia. Otra gran riqueza que tenía era su amplia experiencia en el acompañamiento pastoral a numerosos jóvenes, novios, matrimonios y familias. 

Juan Pablo II comprendía con claridad que la inquietud más grande de todas las personas era la cuestión sobre el amor humano. Su especial sensibilidad lo llevó a dedicarse a este tema abordándolo hasta su raíz más profunda en lo que se conoce como Teología del Cuerpo

De este modo, dio al mundo una visión de la sexualidad que es integral, positiva y que da respuesta y fundamento a la tradición y a la enseñanza que la Iglesia siempre ha tenido sobre el tema. Aquí veremos los principales puntos que, en su visión, describen a la sexualidad.

Sí a la diferencia sexual

La sexualidad tiene su razón de ser en la diferencia sexual. Ésta no es algo accesorio a la persona, como un agregado. Es constitutiva del ser humano. El ser varón o mujer forma parte de la identidad de la persona. Es transversal a todas sus dimensiones. 

El sentido de la sexualidad es el salir de uno mismo hacia un otro que es diferente y que nos muestra otro modo de ser en el mundo. Ambos sexos pueden darse en una reciprocidad que los enriquece mutuamente y que les posibilita la perfección en el ser y en el amar. 

Esto se da así porque el varón descubre su verdadera identidad masculina frente al encuentro con la mujer y ésta descubre su identidad femenina frente al encuentro con el varón. En otras palabras, es de cara a un otro diferente a uno mismo que se revela la perfección del ser mujer y del ser varón. 

Si nos adentramos más en el misterio, encontramos que la imagen y semejanza que el Creador ha plasmado en el hombre radica principalmente en la diferencia sexual. Es ésta la que permite que podamos entrar en una comunión de personas a imagen de la Trinidad. La diferencia sexual posibilita que podamos darnos y recibir al otro en su complementariedad.

Sí al don 

El objetivo de la sexualidad es la donación total al otro. Dios nos la da como regalo para que mujer y varón sean capaces de entregarse y recibirse por entero. Nuestro mismo cuerpo, en su impulso sexual y en su anatomía y fisiología, nos revela que está abierto al otro. 

Esto se da de modo pleno en el matrimonio, cuando los esposos entregan mutuamente todo su ser formando así una comunión de personas. Por este motivo, la donación es total, porque no se reservan nada, sino que se donan al otro en cuerpo y alma. 

Este don se da en el marco de la fidelidad. Es para toda la vida. Implica la exclusividad. Ambos esposos se pertenecen mutuamente. 

También debe darse en libertad. Vemos entonces que la sexualidad no es una simple función física ni un mero instrumento de placer para usar. Es la capacidad para amar de modo perfecto al otro en cuerpo y alma, buscando su bien en una comunidad de amor.

Sí a la fecundidad

Como hemos mencionado antes, la sexualidad es una llamada a salir de uno mismo hacia el encuentro con el otro para entrar en comunión. Esta unión física, gracias al lenguaje del cuerpo, nos muestra que la sexualidad está potencialmente abierta a la transmisión de la vida. 

La unión sexual y la fecundidad no pueden separarse. Si se elimina una, desaparece la otra. Esto no supone que de cada unión conyugal deba venir una nueva vida. Implica que cada acto sexual matrimonial debe estar abierto a la vida sin interponer, en el curso natural del mismo, algo que evite la concepción. 

Los santos Papas Pablo VI y Juan Pablo II muy bien han explicado que los esposos que necesiten evitar nuevos embarazos pueden recurrir a los métodos naturales de reconocimiento de la fertilidad. Es importante remarcar que a aquellos matrimonios que, físicamente, les resulta difícil concebir o llevar a término una gestación, también están llamados a vivir la apertura a la vida en la intimidad como predisposición del corazón y a ser fecundos tanto en los hijos concebidos que han ido al Cielo desde el vientre, como en la opción de la adopción. 

Es importante, además, que los matrimonios pongan sus dones al servicio de la sociedad. Esta última tarea involucra a todos los esposos, tengan numerosos hijos o ninguno. La fecundidad de una familia se mide en su voluntad por hacer del mundo un lugar mejor, saliendo de ella misma para donarse de modo generoso a los demás. 

La sexualidad es a imagen de Dios Trinidad. Es una comunidad de personas cuyo amor se multiplica y se comunica dando vida hacia afuera. Debe ser la vivencia del amor y de la sexualidad en el matrimonio un amor que se expresa y se multiplica saliendo del círculo de dos para abrirse y comunicarse a los demás. 

La comunicación del amor hacia fuera del matrimonio multiplica y perfecciona el amor de los esposos, haciéndolo cada vez más semejante a Dios. En cambio, cuando la experiencia del amor y de la sexualidad se cierra en un círculo de dos, se asfixia. Se agota. Se reduce a un narcisismo compartido.

Sí al gozo

Un gran sí de la sexualidad que San Juan Pablo II nos legó es el sí al gozo en el acto sexual. En primer lugar, la Teología del Cuerpo nos habla sobre la bondad del placer sexual. Éste se considera un insumo para el amor de los esposos que aumenta la unión afectiva entre ellos. Hace crecer el sentido de mutua pertenencia. Funde sus corazones bajo el sello del amor. 

El placer es lícito y bueno siempre que sea recibido como un fruto de la entrega total. El objetivo de la unión sexual debe ser siempre la entrega total y la completa unión. El placer viene como consecuencia de esta unión y la refuerza. 

Cuando ponemos al placer como objetivo principal de la relación sexual, dañamos la pureza de esta acción. Caemos en el uso del amado. 

Los esposos deben disfrutar del placer que experimentan desde el comienzo de la relación sexual. No deben obsesionarse solamente con el clímax, el cual, a veces y por diversas circunstancias, puede que no llegue. Y esto nos conduce al segundo punto: el acto conyugal, por su naturaleza, no sólo es acompañado del placer físico, sino que también y especialmente debe ser atravesado de un singular gozo espiritual. 

Que el acto conyugal sea atravesado por el gozo espiritual implica que, cuando finaliza la unión corporal, debe quedar en el corazón de ambos una felicidad intensa y una paz que perduren en el tiempo. Entonces, vemos que el placer sexual del acto de los esposos implica tanto lo físico como lo espiritual (que debe ser superador). Es resultado de la alegría de la unión.

Sí a la trascendencia

Finalmente, la gran sorpresa para muchos es que la sexualidad está íntimamente unida a la trascendencia. En la unión total de los esposos, Dios se manifiesta y se hace presente cuando ellos celebran la liturgia de los cuerpos en la verdad del lenguaje propio que les dio el Creador. 

El acto conyugal es el lugar privilegiado donde marido y mujer se transmiten la Gracia del sacramento del Matrimonio y la actualizan. Es un momento de santificación de ambos esposos y de perfeccionamiento de su amor a imagen del amor de Cristo por su Iglesia. Es oración que habla de Dios y Dios es comunión y creación. 

A su vez, es oración que habla a Dios en alabanza. El matrimonio eleva una alabanza a modo de gratitud por los dones recibidos. También, en la unión sexual, los esposos cumplen con la Voluntad que el Creador ha dispuesto en sus cuerpos y en sus corazones para que sean una sola carne. 

Por último, podemos ver la trascendencia en la sexualidad en el hecho que está unida a la fecundidad, a la capacidad de comunicar el amor y la vida más allá de los dos.

***

Luego de haber visto algunos puntos fundamentales de la sexualidad para San Juan Pablo II, queda en evidencia que él trajo una gran novedad a la Iglesia y al mundo. Esta novedad consiste en afirmar que la sexualidad y Dios no son opuestos incompatibles o, a lo sumo, indiferentes entre sí. Todo lo contrario. 

El Papa de la familia, como lo han llamado, anunció que Dios creó a la sexualidad con una verdad intrínseca y que llama al hombre, varón y mujer, a vivirla de modo pleno en su bondad y pureza. Para esto, nos enseña que no somos nosotros quienes podemos crear una sexualidad a nuestro antojo, sino que ésta ya tiene su propia verdad inmutable inscrita por el Creador en el cuerpo y en el corazón de cada persona. 

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