Muy a menudo aparece el interrogante sobre si determinadas prácticas referidas a la sexualidad están bien o no en el matrimonio. La respuesta siempre está en la forma en que concibamos la intimidad sexual matrimonial.
A través de la Revelación, Dios Creador nos ha mostrado que la vida sexual de los esposos es un acto de donación total y recíproca. Varón y mujer se entregan y se reciben mutuamente en la totalidad de sus personas. Quedan, entonces, abiertos, por la naturaleza misma del cuerpo, a la transmisión de la vida.
Por tanto, para examinar si es conveniente o no la pornografía, basta pensar si contribuye o no a la vivencia de la sexualidad a la cual estamos llamados.
1. La lógica del uso vs. la lógica del don
La pornografía se encuadra dentro de la lógica del uso. ¿Por qué? Por tres motivos:
En primer lugar, porque al consumirla estamos usando a las personas que se exponen en ella y que muestran su desnudez como objetos de placer. Es decir, al verlas no apreciamos el valor y la singularidad de toda su persona, sino que solamente vemos en ellas valores sexuales que son útiles para lograr cierta excitación.
Esta mirada utilitarista y segmentada del otro no es la mirada de Dios. Al contrario, tiene un trasfondo egoísta, destructivo y de dominación sobre los demás. Otro agravante a la situación es el hecho de que el negocio pornográfico supone, a menudo, la explotación y el abuso de miles de personas en el mundo, personas que se encuentran en un estado de vulnerabilidad extrema.
En segundo lugar, esta práctica implica una mirada utilitarista sobre nosotros mismos. Es decir, no logramos ver nuestra propia persona como una integridad de varias dimensiones, sino que estamos fragmentados.
De este modo, nuestro cuerpo pasa a ser un objeto o instrumento para proporcionarnos placer en vez de vernos a nosotros mismos como una persona llamada a ser don para otro, como sujeto capaz de entrar en una comunión personal plena. Es decir, nos auto percibimos como objetos de uso y no como sujetos de amor.
En tercer lugar, cuando consumimos pornografía como preparación para una relación sexual estamos usando a nuestro esposo o esposa. ¿Por qué? Porque el objetivo principal de ese acto sexual será satisfacer con el cuerpo del cónyuge nuestras propias fantasías y deseos generados a partir del material pornográfico. No será buscar una unión sincera y personal que implique la mutua entrega total. Se rompe, de ese modo, el sentido de comunión.
2. La inspiración debe venir solamente de los esposos
Cuando hablamos del acto conyugal, muy pocas veces remarcamos que es un momento en el cual deben intervenir únicamente los esposos y Dios. Dios Padre los llena con su Gracia y Amor, siempre y cuando ellos se abran a su acción. Esto significa que ninguna persona externa al matrimonio debería participar. Parece algo obvio, pero no lo es, si profundizamos en las formas en que de modo sutil pueden meterse terceras personas en la sexualidad.
Una de ellas es la pornografía en todas sus expresiones: auditiva, escrita o en imágenes. Al usar como inspiración otras personas o personajes, lo que sucede es que, en el encuentro sexual, no nos estamos encontrando realmente con nuestro cónyuge. En realidad, estamos buscando al tercero que fue origen de la fantasía. Con lo cual termina siendo, en gran medida, una forma de traición a nuestro cónyuge, un engaño, porque compartimos los cuerpos y, en la mente, en el corazón, hay otra persona.
Algo similar sucede también cuando se recurre al uso de disfraces para estimular el deseo, el cual viene generado por un personaje en vez de la persona del cónyuge. Puede parecer algo sin importancia si lo observamos con una mirada superficial. Lo que sucede, en verdad, es que estas prácticas destruyen el amor y la comunión entre los esposos. Por tal razón, es necesario cuidar la preparación a la intimidad sexual y que la excitación tenga origen únicamente en la persona de los esposos y en el deseo de estos de entregarse y recibirse el uno al otro, por completo, en cuerpo y alma.
3. Produce dependencia y adicción
El uso de pornografía no es inocuo. Numerosos estudios científicos demuestran que su consumo conduce a la adicción. Las reacciones químicas que se generan en el cerebro modifican la forma de vivir la sexualidad, de sentir el placer, de la imagen que tenemos sobre los demás. El ingreso a este mundo puede darse de modo muy gradual. Una vez adentro, se hace difícil poder salir.
Con el tiempo, se produce un efecto de acostumbramiento de la mente y del cuerpo. Se necesitan estímulos cada vez más fuertes para alcanzar los niveles de placer esperado. Consecuencia de esto es, por ejemplo, que ya no alcance con la presencia real de la persona amada para poder estar estimulado. Por tanto, se depende de estímulos externos cada vez más potentes.
Se llega así a padecer disfunciones sexuales graves, pérdida del interés por el cónyuge, dificultades para mantener el vínculo afectivo, disminución en la capacidad de entrega hacia el otro. Puede implicar la separación del matrimonio. Si somos conscientes de las propias debilidades humanas y de la facilidad con la que el mal entra en nuestro corazón, lo mejor que podemos hacer como esposos es alejarnos de toda ocasión de ingreso a este mundo vacío y dañino.
Es necesario, por ende, ser prudentes a la hora de elegir qué series o películas ver, qué música escuchar y de qué conversaciones o bromas participar. Aún, bajo las “buenas intenciones”, podemos estar arruinando nuestra afectividad y nuestro matrimonio.
La grandeza y la belleza del amor entre varón y mujer, considerando todas sus dimensiones, ya posee en sí todo el potencial para que ambos esposos puedan llenarse de deseo de unión y disfrutar de una intimidad sexual plena que se renueva y adapta conforme pasan los sucesos y el tiempo.
4. Reduce la intimidad sólo al placer
En el consumo de la pornografía no existe la noción de intimidad, mucho menos, la de comunión. El placer que se vive como resultado de la exposición pornográfica se da en absoluta soledad y encierro en uno mismo. Y esto no sucede sólo en la masturbación sino también cuando se tienen relaciones sexuales entre esposos que fueron incentivadas por materiales pornográficos.
¿Por qué decimos que se da en soledad? Porque aunque estemos compartiendo la cama con otro, bajo el influjo pornográfico no buscamos una unión personal y plena con nuestro cónyuge. Simplemente satisfacemos un deseo de placer usando el cuerpo del otro. Se busca, sencillamente, el máximo goce físico.
Se pierde de vista la integralidad que implica la intimidad esponsal. Se deja de lado el carácter sagrado de la unión sexual. La otra persona se convierte en un estímulo para el deseo. Ya no es sujeto deseado para entrar en comunión.
Cuando la unión sexual en el matrimonio es bien vivida, el deseo surge de los mismos esposos. El objetivo principal es la donación recíproca y la unión entre ambos. El placer físico experimentado viene como un fruto y un regalo a esa entrega de amor. Es decir, en el amor, el goce es un fruto y no un fin. Por el contrario, con la pornografía hay un objetivo único: la satisfacción.
Además, no es menor considerar que el deseo que deriva de un acto conyugal vivido en la verdad y en el amor al que Dios nos llama, es físico y, también, espiritual. Cuando la sexualidad es vivida en su plenitud original, nos da un gozo espiritual que colma el corazón de los esposos y perdura, en ambos, en el tiempo.
La satisfacción física se disipa luego de unos momentos, mientras que la satisfacción del alma y la paz que conlleva una unión sexual bien vivida. Une profundamente al marido y a la mujer. Perfecciona su modo de amarse.
***
Como conclusión podemos afirmar que la pornografía es nociva siempre, fundamentalmente, en el matrimonio. El uso creciente de la pornografía a nivel mundial nos muestra la inmensa carencia de educación afectivo sexual en los jóvenes y, también, en los adultos. Muestra, a su vez, la poca o nula confianza que se tienen muchas parejas, porque creen que deben recurrir a estas prácticas para poder mejorar sus relaciones sexuales.
La pornografía es el síntoma de una sociedad de consumo que nos inculca, de modo sutil y de mil maneras, que no somos merecedores ni capaces de vivir un amor sincero, generoso y pleno. Nosotros sabemos que fuimos creados para más.
Sabemos que nuestro corazón anhela el amor verdadero que ya tiene toda su belleza y fuerza vital en la unión perfecta de varón y mujer. Todos estamos llamados a vivirlo. Tan sólo hace falta abrir los ojos para verlo. Basta con disponer el corazón para hacer carne lo que el Verdadero Amor nos enseña.