¿Es posible que hoy en día se afirme que se le tiene miedo al amor?
Pensemos lo siguiente. Seguro que, en algún momento de la vida ⎯de forma expresa, o a través de acciones concretas⎯, hemos podido atisbar en cierta medida una máxima que el mundo nos ha venido proponiendo con cada vez más intensidad. Aunque tal vez no hayamos reparado en este presupuesto en el día a día, resulta sumamente común; pero, a la vez, es contradictorio a la naturaleza misma del hombre.
¿De qué se trata? Del principio “No ames”, “No al amor” —al amor de verdad—, o expresiones semejantes.
Me explico…
Se suele creer que el amor es opuesto al odio. Sin embargo, el principal motivo por el que no se va a amar a alguien, por el que se le va a amar menos, o por el que se le va a amar con menos perfección no es porque lo odies —poco o mucho—. Más bien, porque la cuota de egoísmo que todos tenemos, en ese momento, situación o etapa de la vida, va a ser de la medida suficiente como para llevarme a mí a la resolución concreta ⎯ya sea consciente o inconscientemente⎯ de limitarme a amar al otro como debería ser amado.
Ya vamos aterrizando…
En ese sentido, creo que coincidiremos en que vivimos en un mundo que tiende al egoísmo. Es más individualista, más encerrado en uno mismo: tiene como centro al “yo”, y todo lo demás gira en torno a él. Es el egoísmo el que se nos va vendiendo como algo normal, como parte de nuestra vida, como algo no cuestionable.
“Pero no creo que eso me pase a mí”, se podría decir
Nos pasa a todos: en diferentes momentos, situaciones, estados de vida… Por ejemplo: el amar genera necesariamente vínculos. Por lo tanto, a veces, por no sufrir, por no cargar la cruz, uno (se) dice —unas veces más conscientes que otras, y de las formas más variadas de acuerdo a la imaginación de cada persona—: “Mejor no ames”. Claro: porque, como te pongas a amar, eso genera vínculos, compromiso, salida de uno mismo y de donde me siento tranquilo y seguro, y donde no tengo que dar más de lo que estoy dispuesto a hacer por alguien más.
Algunos ejemplos concretos
Como primer ejemplo, pensemos en una chica joven, que ha decidido no vincularse sentimentalmente con ningún chico, ya que afirma: “Así estoy bien, estoy tranquila, y no tengo que darle explicaciones o rendirle cuentas a nadie”: Estas afirmaciones de autosabotaje podrían ser el termómetro o la forma en que se manifiesta la decisión de no amar, a partir del egoísmo normalizado, en un estilo de vida cómodo, que no sale de sí mismo. Un estilo de vida en el que no se está dispuesto a dar algo por alguien, sin la capacidad de intentar generar un compromiso duradero que, eventualmente, además me obligará a cambiar cosas y prácticas que creo están bien, y con las que me quiero quedar ⎯lo cual no sería necesario si me hubiese quedado en el primer momento, en el “así estoy bien”⎯.
En segundo lugar, pensemos en un varón joven en una relación de enamorados con una joven por cinco años. Ambos profesionales, independientes económicamente… Pero él afirma que no está preparado para casarse porque “así nomás está bien, y no va a hacer gran diferencia”, entre otras. El compromiso hacia un matrimonio y el matrimonio como tal implican un nivel de desprendimiento siempre superior, propio de la convivencia y las ganas de querer seguir mejorando siempre como nueva unidad, desde lo particular y como familia. Evidentemente, implica seguir limando defectos persistentes y nuevos que van apareciendo.
En tercer y último lugar, imaginemos a un matrimonio de tres años, que ha decidido conocer todos los países del mundo y cumplir todos sus sueños, maestrías, doctorados, haber alcanzado cierta cantidad de ahorros en su cuenta bancaria, antes de tener su primer hijo porque “el hijo se merece lo mejor”. Es verdad que se merece lo mejor y, si es posible darle todo eso que se quisiera, a buena hora: sin embargo, resulta egoísta pensar que todo eso es estrictamente necesario antes que uno pueda desprenderse, incomodarse, esforzarse más de lo que ya se esfuerza, para ser copartícipe de la creación de una vida, de un milagro, que, si bien es cierto, va a hacer salir a uno de la zona de confort, quitarte horas de sueño, etc., la recompensa de ese no egoísmo ⎯mejor dicho, de esa entrega amorosa⎯, que se manifiesta en una nueva vida, es indescriptible.
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Como sostenía al inicio, se nos propone este principio, que no le es inherente al ser humano, pero que sí está normalizado como algo bueno, y enseñado de forma positiva. Por poner el caso: el preocuparse por uno mismo, que no es malo, sino todo lo contrario. Sin embargo, cuando ese uno mismo se queda ahí para no salir hacia el otro, nos quedamos a la mitad del camino.
¿Cómo se mejora en este sentido? ¿Cómo se aprende a amar mejor? Amando. Creo que ha quedado claro que no nos referimos al sentimiento bonito de las mariposas y todo eso, sino al entregarse cada vez que se tenga que hacer, y más allá de la medida que se crea que tenga que ser. No hay un límite: siempre se puede amar más, siempre se puede dar más, siempre se puede uno negar más en la línea de dar más por el otro, y sin esperar que el otro dé tanto para yo considerar la posibilidad de hacer lo mismo: si no, no sería amor.
Finalmente, creo que todos los problemas de la vida se resuelven amando más y mejor a los demás, siendo más desprendidos y menos egoístas, incomodarnos cuando se tenga que hacer, trabajar en nuestros defectos, mejorar en nuestras virtudes, estar dispuestos y disponibles al otro… ¿Se podría vivir al margen de todo esto? Es posible, pero la pregunta que nos debemos hacer todos es: ¿de qué nos sirve haber vivido, si no hemos amado?, ¿para qué todo esto? Por eso, ¡ámense mucho!
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