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¿Para qué vivo?



La vida es eso que pasa mientras tratamos de llegar a una nueva meta. Todo depende del momento en el que estemos. Esto, en sí, es bueno. Siempre hay que superarse. Pues, cuando no sabemos bien el fin -o cuando no existe- ¿a dónde vamos? Las metas son necesarias. La cuestión es definir bien nuestro mayor objetivo que da origen a lo demás.


¿En dónde estamos parados?


Tomemos como ejemplo el gimnasio, algo que muchas personas están empezando a incorporar a su rutina. Empezar es siempre el paso más difícil. Muchas veces, lo que nos impide dar el primer paso son las dudas, el miedo a lo desconocido. Decidir inscribirse es un compromiso.


Una vez hecho, no hay vuelta atrás. Ese compromiso nos pone en movimiento hacia un objetivo: cuidar nuestra salud, sentirnos mejor. Al principio, es difícil. Nos cuesta. Conforme avanzamos, algo comienza a cambiar. La rutina empieza a formar parte de nosotros. Así,  aunque a veces no nos guste, vemos los resultados. Es un esfuerzo constante que, con el tiempo, nos hace sentir más felices.


Este mismo proceso puede aplicarse a nuestras decisiones en la vida. En ocasiones, estamos buscando lo que nos hace bien, lo que nos ayuda a crecer, a sentirnos mejor. Otras veces, nos encontramos estancados, sin energía, sin saber qué queremos, lo que nos impide avanzar.


Vale la pena entender


Tomar decisiones importantes no siempre es fácil. Es un proceso que vale la pena vivir con conciencia. A veces, la indecisión viene de la inseguridad, de no saber si estamos tomando el camino correcto.


No se trata de tomar decisiones de manera impulsiva, ni de hacer lo que otros esperan de nosotros. Se trata de tomar el tiempo para entender qué queremos, de conocernos mejor, de confiar en nuestra capacidad de elegir sabiamente. Cuando no sepamos por dónde empezar, no está mal pedir ayuda a quienes tienen más experiencia o a aquellos que nos quieren y nos guían con amor.


Conocer implica ese primer paso de querer saber, estar dispuesto a que las cosas sean no como queremos o pensamos que son. Aprender y entender de a poco, en la medida que lo vamos viviendo. Con tranquilidad, soltar el control de lo que suceda o no. Saber que no depende de nosotros más que las decisiones que tomamos, por más insignificantes que parezcan. Sin embargo, que llueva o no, que suceda esto o aquello, no cambiará “tocando madera”, como dice el dicho.


No mentirse


Las primeras decisiones que tomamos en la vida pueden ser pequeñas. No obstante, no dejan de ser importantes. La vida no se construye en un solo momento, sino que es el resultado de las decisiones que vamos tomando día tras día. Incluso, si cometemos errores, lo importante es aprender de ellos, ajustarnos y seguir adelante. Es preferible equivocarse buscando lo mejor, que quedarse parado por miedo a equivocarse.


La vida es linda, siempre la clave está en cómo uno lo vea. Es así porque, previamente, nos acompañaron de muchas maneras o fuimos viviendo experiencias, momentos que nos enseñan la manera de ver las cosas. Por eso, en la medida que uno crece, la actitud de siempre aprender puede formatear lo antes vivido, para mejorarlo y no repetirlo.


Conocerse y ser realista es el primer paso. Saber que, pase lo que pase, cada uno vale muchísimo, sea como fuere. Esto es así gracias a que somos todos iguales, hijos de nuestro Padre, Quien nos mira con tanto cariño. Nos quiere felices acá, ya nos dijo cómo y qué hacer para lograrlo.


Es importante elegir bien a quienes nos acompañan: los amigos, la pareja que formará parte del equipo en nuestra vida. A su vez, nos tocan compañeros, vecinos y familiares que debemos conocer, aprender a mirar como Dios los ve, para también poder quererlos.


Detenerse y disfrutar


¿Por qué será que tenemos de todo, cada vez mejor y más llamativo, más fácil, pero, nunca es suficiente? Algunos psiquiatras nos recuerdan que vivimos en una cultura de la ansiedad, donde la gratificación instantánea se ha convertido en un estándar.


La vida no se encuentra en lo inmediato ni en el exceso de logros. La verdadera felicidad está en lo cotidiano, en los pequeños momentos que nos permiten estar plenamente presentes: en una conversación profunda, en un gesto de amor o en una oración tranquila.


Se escucha seguido a las personas mayores que quisieran haber estado en momentos simples, diarios. Anhelan no haber pasado la vida trabajando. Si elegimos a conciencia y si confiamos, veremos la grandeza de lo naturalmente dado.


Cada decisión que tomamos afecta nuestra capacidad de vivir el amor auténtico. La vocación de cada uno no es solo profesional, sino también, personal, en la manera en que damos y recibimos amor de manera plena y verdadera. El cuerpo refleja nuestra identidad y nuestra vocación al amor. Entender que nuestro cuerpo no es un objeto, sino un regalo, nos ayuda a tomar decisiones que respeten su dignidad y reflejen el amor verdadero que Dios nos tiene.


***


Buscamos algo que nos sirva, nos haga bien, nos dé un giro en la vida, aire fresco, nos abra. Imagina que eres un navegante en medio del océano. El barco es tu vida y, el océano, el mundo que te rodea: lleno de tempestades, aguas tranquilas ¡y hasta ciertos momentos de calma! Si no tienes un mapa, un rumbo claro, o un puerto al que dirigirte, es muy fácil perderse.


Sin embargo, aunque el mar sea impredecible y en ocasiones turbulento, tienes algo muy valioso: el timón. El timón representa tus decisiones, la voluntad que Dios te ha dado para dirigir tu vida, para tomar las riendas y dar sentido a tu trayecto. A veces, el mar parece tranquilo. Otras, rugen las olas. Siempre podrás volver al rumbo correcto si sabes para qué navegas. Cando encontremos el camino solo queda perseverancia en el querer.

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