El deseo de tener hijos es inherente al ser humano. Nuestro deseo de donación y entrega y de vivir un amor que da vid, se puede expresar de muchas maneras. Sin embargo, una de sus expresiones más plenas es la maternidad y paternidad.
En el matrimonio, la maternidad o paternidad se expresará con hijos biológicos o adoptivos, mientras que en la vida religiosa hablaremos de una paternidad o maternidad espiritual. Sin embargo, muchas personas ven este deseo opacado en sus vidas por distintas razones. A continuación, me gustaría hablar de algunas de ellas.
1. Heridas emocionales
Las experiencias o ejemplos de crianza en la propia familia pueden influir en la percepción sobre la paternidad o maternidad. Por ejemplo, haber tenido que hacerse cargo de los hermanos, haber presenciado las peleas de papá y mamá y/o atravesar su separación, la ausencia total o parcial de alguno de los padres, actitudes despectivas de mamá hacia su maternidad, etcétera.
Si ha habido dificultades en la familia en relación con la crianza, esto podría generar algunos miedos. Por ejemplo, miedo al compromiso, miedo a asumir responsabilidades, miedo a la incertidumbre y a lo desconocido, miedo al cambio y a donarse al otro.
Estos miedos finalmente nos hacen ensimismarnos, encerrarnos en nosotros mismos. Sanar las heridas emocionales en nuestra historia es indispensable por dos razones:
1) Nos permite vencer el miedo al compromiso, a donarnos y a tener hijos.
2) Nos ayuda a no repetir con nuestros hijos los mismos patrones nocivos de crianza que pudieron habernos herido, de manera que no repitamos la historia.
2. Propaganda antinatalista
Para nadie es un secreto que estamos bombardeados de propaganda que infunde temor y odio hacia la maternidad. Todos los días recibimos este tipo de mensajes. Desde la clásica frase de “para qué traer un niño al mundo si va a sufrir” hasta las campañas más agresivas que promueven el aborto.
Y es que recibimos este mensaje tan frecuentemente que cuando vemos una mujer embarazada o una familia numerosa, empezamos a juzgar en nuestra mente. Casi inconscientemente pensamos en lo “irresponsables” que están siendo y tomamos actitud de rechazo hacia ellos.
3. Experiencias traumáticas con la maternidad
Tampoco es un secreto que la mayoría de las mujeres embarazadas sufre violencia obstétrica durante el embarazo. Es común que el personal médico y de enfermería trate con agresividad o frialdad a las mujeres o que las juzguen por tener un hijo más. También puede ocurrir que no sean compasivos con el dolor que las mujeres pueden experimentar durante el trabajo de parto.
Igualmente, muchas mujeres son víctimas de procedimientos obsoletos o innecesarios, como cesáreas a conveniencia del médico de turno, pudiendo haber tenido un parto natural. Todas estas experiencias y muchas otras pueden hacer que las mujeres tengan mucho miedo a repetir una experiencia de ese estilo en un nuevo embarazo.
Bonus track: Cuidado con caer en el otro extremo
Hemos hablado del miedo a la maternidad, pero también existe otro extremo, que es querer ser madre o padre a costa de lo que sea. Lamentablemente, esta situación lleva a muchas personas a instrumentalizar a sus hijos para llenar vacíos propios. Así, muchos acuden a métodos de reproducción asistida —como inseminación artificial, fecundación in vitro, congelación y vitrificación, entre otros— que son moralmente ilícitos dado que traen consigo innumerables abortos y muchos otros dilemas morales.
Igualmente, muchas personas solteras acuden a estas técnicas para tener hijos sin importarles que ese bebé no tendrá una familia bien constituida, no tendrá a uno de sus padres, tendrá conflictos de identidad al no saber de dónde viene —a lo sumo sabrá que su padre es un donante anónimo—, entre otras heridas emocionales. Sabemos que los seres humanos no se usan, pero estamos usando a nuestros hijos para llenar vacíos propios, causándoles heridas indescriptibles por nuestro egoísmo, creyendo que ellos son extensiones de nosotros mismos.
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En resumen, la maternidad y la paternidad son dones que implican una gran responsabilidad y que requieren de nosotros madurez psicológica y espiritual. Ni el extremo de tener miedo a tener hijos ni el extremo de querer tenerlos a toda costa son sanos: ambos vienen de las heridas, del egoísmo y del ensimismamiento. Así que evaluemos lo que hay en nuestros corazones, purifiquemos nuestras intenciones, busquemos ayuda profesional y espiritual para sanar nuestras heridas y salgamos de nosotros mismos.
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