En 1978 nació Louise Joy Brown, el primer bebé probeta. Desde ese momento, el hombre continuó “creando” vida en laboratorio, haciendo cumplir el sueño de cantidad de personas de ser padres. Hoy en día, cada año nacen aproximadamente un 10% de niños por reproducción asistida. Dicho de otra manera, al año nacen más de medio millón de niños a través de estas técnicas y se realizan una media de dos millones de tratamientos.
La mayoría de estos nacimientos son por técnicas extracorpóreas —fecundación in vitro, es decir, el inicio de la vida tiene lugar en un laboratorio—. Muy pocos por intracorpóreas —inseminación artificial, es decir, la fecundación tiene lugar en la trompa de Falopio—.
¿Qué no acepta la Iglesia?
Cuando un matrimonio vive la infertilidad es lógico que llegue a plantearse recurrir a alguna de estas técnicas, ya que llevan haciéndose años, y es, además, por lo general, la única salida que ofrecen los médicos. Habría que añadir aquí que la publicidad de las técnicas puede llegar a resultar algo engañosa para quien la recibe. En efecto, la realidad es que su eficacia no es elevada: alrededor del 10% para la inseminación artificial, y casi 30% para la fecundación in vitro. Estos son datos de los que hablamos fríamente, sin saber bien cómo lo viven aquellos que sufren la infertilidad: una muestra más de que el hombre y la mujer están creados para dar vida.
Cuando ese matrimonio es católico, se encuentra a veces frustrado ante la postura de la Iglesia que no acepta aquellas técnicas en las que el inicio de la vida está fuera de una relación conyugal. Recordemos la doble finalidad del acto sexual: unitivo y procreativo, donde a través de él llegan los hijos.
Dos posibles caminos
Un matrimonio puede obviar lo que dice su Madre y Maestra la Iglesia, y continuar el proceso calmando su conciencia con un “nos queremos, y si el hombre es capaz de darte un hijo a través de las técnicas que ha investigado, ¿por qué no agarrarse a ellas?”. Conozco a muchos que así lo han hecho.
Y también conozco a muchos que han optado, al principio con cierta resistencia humana, por escuchar en el fondo de su corazón y aceptar esa cruz tan concreta que les ha tocado. La mayoría de estos últimos han dado el paso de dejarse en manos de la medicina restaurativa de la fertilidad (un ejemplo claro es la Naprotecnología). En ella, se trata de encontrar las causas de la infertilidad y sanar el cuerpo.
Con estas técnicas, cada vez más extendidas en el mundo, tampoco nadie te asegura un hijo (algo imposible, dicho sea de paso), pero sí respetan la forma en la que puede llegar la vida, además de sanar y cuidar el cuerpo. Podría decirse que el embrión también es un paciente, no un objeto de laboratorio.
Habría que añadir, por comparar con las eficacias antes descritas, que la medicina restaurativa de la fertilidad triplica (más del 60%) la eficacia de embarazos que logra la fecundación in vitro. Muchos matrimonios infértiles desgraciadamente desconocen estos datos.
Un gran sufrimiento
El sufrimiento por no tener hijos biológicos es muy grande. Solo los que lo experimentan en sus carnes lo entienden. De hecho, los que lo contemplamos desde fuera no llegamos a atisbar ni la milésima parte de ese dolor. Sea como sea, habría que plantearse si todo lo técnicamente posible es éticamente aceptable.
Es posible que el hecho de tener el hijo en tus brazos te haga olvidar cómo llegó hasta ti. No negamos que cualquier hijo nacido, sea de forma natural, ojalá a través de un acto libre y de amor, o por medio de una probeta, puede ser grandemente querido por sus padres. ¿Ese bienestar, fruto de un deseo cumplido, podría justificar dejar al hijo en sus primeros días de vida en un lugar frío de laboratorio, siendo observado y, a veces, manipulado, seleccionado o desechado, por terceras personas (el médico, el técnico, …)?
Muchas mujeres me han confesado su pena tras entrar en estos procesos y acabar siendo conscientes de que su hijo estaba ahí lejos de ellas, siendo “creado” por otros. Algunos padres descubren un nuevo sufrimiento al saber que tienen hijos congelados que nunca llegarán a “transferirse” en el cuerpo de su madre.
Hay vida desde la fecundación
Sinceramente, no dudo de que los niños nacidos por reproducción asistida tienen alma. Dios también les infunde el espíritu en el momento de la unión del óvulo y del espermatozoide, en ese momento en el que empiezan a ser persona, única e irrepetible. ¿Acaso no existe desde ese momento una nueva información genética, diferente a cualquier otro individuo que haya existido y existirá en la historia de la humanidad?
Lo que me parece verdaderamente sorprendente es cómo Dios ha querido someterse a la naturaleza y aceptar igualmente a esos hijos como suyos. Porque si no fuera así, entonces tampoco podríamos incluir como hijos de Dios a gran parte de la humanidad: fruto de relaciones sexuales sin amor, con desconocidos; frutos de violaciones; incluso en el contexto conyugal cuando los esposos se utilizan mutuamente para obtener placer y de ahí viene un embarazo.
Cada vida es un don
Dios nos quiere a todos por igual, porque infinita es su misericordia, pero lo que nos pide es que respetemos la dignidad de cada persona, en su inicio y fin de la vida. Vivimos en una sociedad tan materialista e individualista que se nos olvida que los hijos son dones, regalos, no derechos ni objeto de nadie. Ya apenas sorprende ni escandaliza que existan miles de personas congeladas en un estante de un laboratorio. Estamos ciertamente anestesiados y no somos capaces de captar la bondad divina.
Todos los católicos deberíamos leer y profundizar bien sobre lo que dice la Iglesia en estos temas. Para empezar, recomiendo mucho leer este documento: la Instrucción Donum vitae, sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación. Hay un párrafo que me sacó de mis dudas, ya que no acababa de entender del todo la postura de la Iglesia:
El origen de una persona humana es en realidad el resultado de una donación. La persona concebida deberá ser el fruto del amor de sus padres. No puede ser querida ni concebida como el producto de una intervención de técnicas médicas y biológicas: esto equivaldría a reducirlo a ser objeto de una tecnología científica. Nadie puede subordinar la llegada al mundo de un niño a las condiciones de eficiencia técnica mensurables según parámetros de control y de dominio.
Al principio, cuando me planteaba estos temas viendo el sufrimiento de matrimonios infértiles, me decía a mí misma que qué mal habría en obtener tan solo un embrión para ser transferido, y no varios como se hace generalmente (los cuales acaban congelados o desechados). Y es que, aunque solo sea un embrión, no es una cosa u objeto de laboratorio, ¡es una persona! Ahí está la clave. De hecho, ya no me sorprende cuando escucho que se quiere eliminar el concepto “persona” para evitar el debate ético en torno a la investigación con embriones (=personas).
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Ojalá nos demos cuenta de que no podemos ser dioses por mucho que nos empeñemos. Desde luego, me parece un reto formarse, sentar las bases de lo que somos, y enseñar y acompañar a otros, especialmente a aquellos que sufren verdaderamente la no llegada de los hijos, que, en realidad, son los que más lo necesitan. Aunque no lo parezca, la Iglesia como Madre les acoge con amor en su regazo.