Todos estamos invitados a cargar una cruz. A veces, esa cruz se materializa en lo físico; otras, en lo emocional; y otras, en lo espiritual; e incluso en todas a la vez. Las cruces pueden ser más o menos pesadas y adoptar infinidad de formas. Por ejemplo, con lo vinculado a los hijos.
Una vocación tan sana y tan natural como la maternidad, cuando no se satisface, puede ser una cruz sumamente dolorosa. ¿Cómo puedo cargarla para sobrevivir? Aquí te dejo algunos consejos.
1. No te compares
Dado que tendemos a buscar aceptación social, evitar compararnos es una ardua tarea, y luchar contra la envidia requiere fortaleza. Sin embargo, compararse es un absurdo porque Dios nos ha hecho a todos y cada uno de nosotros —con nuestras circunstancias y nuestros tiempos— únicos e irrepetibles.
Muchas veces, compararse genera dolor y frustración; sin embargo, en el fondo, carece de sentido. El por qué ocurren las cosas debemos encontrarlo a la luz de nuestra propia vida, aunque de primeras no podamos entenderlo.
2. Cuídate y aprovecha el tiempo
Es fácil que un proceso complejo nos absorba hasta el punto de que todo parezca girar en torno a eso. Intenta no olvidar cuidarte en lo físico, lo emocional y lo espiritual. Intenta rescatar todo aquello que te hace disfrutar de tu día a día, porque es un regalo inmenso que a veces perdemos de vista.
Si, por ejemplo, los hijos no llegan, intenta aprovechar ese tiempo para fortalecer el vínculo en el matrimonio o para buscar otras maneras de darte a los demás. Termina ese proyecto que tenías en mente y, sobre todo, intenta que esa cruz que cargas sea fuente de fortaleza y una oportunidad para crecer. Así, poco a poco, irás encontrando su sentido.
3. Comparte
El ser humano es un ser social porque tiende al amor. Por eso, pide ayuda. Puede ser un ayuda profesional, o simplemente alguien a quien quieras o en quien confíes. No tienes por qué cargar esa cruz en silencio. El amor es la base y respuesta a todo, y resulta fundamental cultivarlo en cualquier circunstancia.
La sociedad no tiene por qué condicionar nuestras vidas. Ella no tiene por qué marcar nuestros ritmos, el numero de hijos que hay que tener, el tipo de casa o de coche, el sueldo que hay que ganar. Nuestro entorno debe ayudarnos a dar y recibir amor. Pedirlo —porque lo necesitas— está bien.
4. Pon el foco en lo que tienes, no en lo que falta
La vida es una secuencia infinita de regalos. Cada día es un milagro en sí mismo. Sin embargo, estamos tan acostumbrados a “recibirlo” que lo damos por sentado, y no nos hacemos conscientes de lo muchísimo que tenemos. Solo nos detenemos a pensar en esos regalos cuando algo que queremos —no necesariamente que necesitamos— nos falta. Y esto es injusto e ingrato.
Intenta hacerte consciente de todo lo que te rodea: de tu respiración, de los pajaritos, del trabajo, de tu pareja, de tu familia y amigos, de la oportunidad de estar comiendo esto en concreto, de la playa en verano, de la ropa en el armario, de la salud, del chiste que te hizo reír ayer, etcétera. Sé consciente de toda esa secuencia infinita de milagros que se dan en tu vida ahora mismo, así tal cual ella es.
5. Reza y confía en Dios
Esta es la última y más importante. Reza y abandónate a los brazos de Dios. Pídele, espera y confía. Llegue o no llegue lo que pides, Él siempre sabe más y te quiere feliz. Todo pasa por y para algo, por razones mucho más inmensas de lo que todavía hoy podemos imaginar, pero que algún día entendemos.
Por supuesto, camina y pon los medios para cumplir tus anhelos, porque Dios te quiere trabajando: Él obra sus milagros a través de personas y de acciones. Pero, mientras tanto, pídele, y si es necesario, suelta. Él lleva tu cruz también.