Seguramente nos ha pasado a nosotros, o conocemos a alguien que lleva varios años en una relación de enamorados, esperando cumplir en algún momento de la vida con los “requisitos necesarios y esenciales para poder llevar a cabo el sacramento del Matrimonio”. En realidad, muchas veces estos no son tan medulares como creemos, e incluso les damos mayor peso en el camino que a otros —que no vamos a desarrollar ahora, por no tratarse del tema central de este artículo— mucho más importantes en cuanto a lo que se refiere a un noviazgo como con vistas a una preparación seria para el matrimonio.
Antes de pasar a mencionar algunos de los puntos más comunes tomados como requisitos básicos para considerar casarte, debo hacer dos aclaraciones: (i) no hablo de una regla general que aplique a todo el mundo en todos los casos —habría que ver cada caso en particular, aunque, por lo general, el principio siempre aplica—; y (ii) hay que hacer la distinción entre una pareja de enamorados que tiene cinco años de relación, que empezó cuando tenían doce años y ahora tienen 17, en contraste con una pareja con la misma cantidad de años de relación pero que empezó a los veinte y ahora tienen veinticinco. Vamos a los puntos…
“No hay plata”
Es decir: no hay dinero suficiente en este momento que asegure una estabilidad como para lanzarse a la planificación del matrimonio. A veces, en la práctica, se está esperando ser casi millonario para dar el paso.
No es que sea algo negativo prever y tener ciertas seguridades, pero la seguridad absoluta no la vas a alcanzar, y tal vez los estándares que estés esperando lograr ni si quiera se encuentren definidos. Sientes que, de alguna forma, en un momento, algo te hará decir así como “Creo que lo he alcanzado. Casémonos”.
Para casarse, en la parroquia no le preguntan a uno cuántas casas y carros tiene a su nombre, su capacidad de endeudamiento, ni nada por el estilo. Si uno de verdad entiende lo que significa el sacramento y está dispuesto a participar de él, lo demás es accesorio.
Insisto en que esto no es una invitación a la mediocridad; sin embargo, por ejemplo, en lo personal, una de las cosas que más nos llamó la atención y que nos sirvió mucho fue el testimonio de otros matrimonios que nos contaban cómo habían empezado: muchas veces, en un cuarto alquilado —los dos solos, o incluso con uno o dos hijos—, pero juntos en el amor que se tienen y se prometieron. En ese amor que madura y se perfecciona con ayuda de la gracia del sacramento, en cada situación de la vida que les toca.
Cuando se aman de verdad, se aman así estén en un cuarto alquilado, en un departamento amoblado, en una casa o en lo que sea. El amor no depende de eso, ni va a dejar de serlo según en dónde se encuentre.
Por otro lado, como mencionaba con relación a la seguridad que uno legítimamente busca, nada te asegura que mañana no te vaya a pasar algo que te jale la alfombra y te deje sin piso. Y no por eso vas a dejar de amar.
Los estudios
¿Los estudios son algo malo? No, al contrario. Es excelente que uno pueda desarrollarse profesionalmente. La pregunta del millón es: “¿Cuántos estudios son necesarios —y suficientes— para casarte…, y por qué?
“Pero necesito hacer una maestría antes de casarnos”. ¿La necesitas?
Insisto nuevamente en que no es una invocación a la mediocridad. Pero es distinto que una pareja se muera por casarse y no pueda hacerlo porque no han terminado la carrera universitaria, de una pareja en la que ambos ya la acabaron hace algún tiempo, tienen trabajo más o menos estable y un poco de ahorros, y uno o ambos se decidan por hacer otros estudios más antes de casarse. ¿Y luego otros más?… ¿Y otros? ¿Cuál sería el límite y/o el orden?
Habría que ver cuáles son las prioridades, y si de verdad uno realmente está dispuesto a tener que ceder en alguna medida a algo, con tal de llevar a cabo de forma muy concreta la vocación para la que fue llamado. Hay muchas salidas que pueden darse con una buena comunicación y con una planificación seria, con vistas a un noviazgo y a un matrimonio que podrían incluir estudios, sin descuidar lo otro.
La fiesta
Quiero hacer una super fiesta, y tiene que estar todo el mundo. Esto se tiene que celebrar, y no podría “solo” invitarlos a la ceremonia.
¡Amigo mío, la ceremonia es la parte más importante! Es donde se hacen una sola carne, es cuando ocurre el milagro del sacramento. ¡Qué alegría poder participar de ese momento y ser testigos de ese amor! Lo demás es accesorio. Si se puede hacer una recepción, fiesta o lo que fuere, a buena hora.
Si un amigo o familiar llegase a incomodarse o resentirse porque uno no tuvo la capacidad de hacer una recepción o reunión lo suficientemente grande como para que puedan ser invitados todos los que hubiese querido, incluyendo al antes mencionado, es porque lamentablemente no entendió nada y no es capaz de salir de sí mismo como para recordar que no es el centro del evento y que viene bien de vez en cuando dejar el egoísmo y alegrarse con y por la nueva familia. No es poca cosa lo que están haciendo, y es un gran paso al comienzo a esta nueva vida como esposos.
“Estamos viendo”
La verdad es que esta la he escuchado bastante, pero no nunca he llegado a entenderla del todo. Es algo así como una buena excusa para no ir ni para atrás ni para adelante: solo se está en un estado de espera a que pase algo —que no se sabe qué es—, o a que haya una señal divina que impulse al movimiento. Al movimiento —como decía— hacia atrás, o hacia adelante, y no a esa monotonía que no lleva a ningún lado más allá del vivir el momento sin planificación a nada, con la justificación de “sí lo hemos hablado”.
Mi pregunta es “Qué bueno que se haya hablado, pero ¿a qué resoluciones concretas te llevó esa conversación?”. Porque, si se habla así como quien menciona el tema, y tras hablarlo resulta muy bonita la ilusión del futuro en subjuntivo, bien. Pero lo cierto es que el que quiere algo pone los medios para alcanzarlo.
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Para finalizar, solo el consejo humilde desde la poca experiencia y los muchos aprendizajes que faltan: si de verdad lo quieren, convérsenlo, pongan metas a corto, mediano y no tan largo plazo, hacia este proyecto en común, que terminará y comenzará con el sacramento del matrimonio. Seguro que el camino hacia ello se ve muchas veces, y en muchos casos, como algo inconcebible, pero los regalos y gracias que otorga son inimaginables. Dios no se deja ganar en generosidad para aquellos que confiaron en Él y, a pesar de que les pareció difícil y les costó, estuvieron dispuestos a ser imitación suya en el Amor.