El noviazgo es una etapa esencial para conversar sobre temas profundos y conocer verdaderamente a la otra persona. Entre esos temas importantes, está el de los hijos. A menudo, se habla de cuántos se desean, de los intervalos entre ellos, de su educación, etc., asumiendo que inevitablemente llegarán.
Objetivo: la vocación
Hoy en día, una de cada seis parejas enfrenta problemas de infertilidad. Por ello, es crucial que, al casarse, los novios no consideren a los hijos como el propósito central del matrimonio. En verdad, no lo son.
La felicidad y el sentido del matrimonio radica en vivir plenamente su vocación: el matrimonio mismo. La verdadera vocación de cada uno es su cónyuge, quien da sentido y plenitud a esa vocación y a la felicidad.
Los hijos son fruto de la vocación y una expresión del amor en pareja, pero ese fruto puede -o no- llegar. En última instancia, no tenemos control absoluto sobre esto, ya que es Dios quien tiene la última palabra. Por lo tanto, es importante casarse poniendo en orden esta perspectiva.
Entonces, ¿qué sucede si no llegan los hijos?
La primera pregunta a responder sería: ¿mi matrimonio tendría sentido sin hijos? ¿Podría ser feliz sin ellos? La respuesta es sí. La felicidad es posible sin hijos.
La felicidad y el sentido de un matrimonio no dependen de circunstancias externas, como tener o no tener hijos. Cuando prometimos amarnos en la salud y en la enfermedad, incluimos la posibilidad de afrontar juntos la infertilidad, que es un tema de salud.
Por eso, es importante casarse no con la idea de “me caso para tener hijos”, sino de “me caso porque encontré en ti mi vocación de matrimonio”, un camino que puede dar frutos en forma de hijos o no.
Fertilidad y fecundidad
A menudo, se asocia el matrimonio con la fertilidad y con tener muchos hijos. El verdadero llamado es a ser fecundos: abrirle espacio a Dios en nuestra vida y permitir que de esa unión surja vida. Hay muchas maneras de dar vida sin ser fértiles en sentido biológico. Un matrimonio sin hijos puede ser inmensamente fecundo.
La fecundidad espiritual se trabaja en la verdadera unión de los esposos, que luchan por amarse cada día más. La vida (no biológica) que podemos ofrecer a los demás surge de una entrega real en la intimidad del matrimonio, que es capaz de iluminar a otros, independientemente de si tienen hijos o no.
Tener más hijos no garantiza un matrimonio feliz si no se cuida la relación. Tampoco la falta de hijos implica una vida menos plena. La base de la familia es el matrimonio, y desde el sacramento ya son una familia.
Deseo de paternidad
El anhelo de ser padres es natural, noble y bueno. Sin embargo, puede convertirse en una obsesión o en un deseo desordenado que afecte la relación y nuestra confianza en Dios. Es necesario purificar este deseo para que nazca de razones adecuadas y no como una forma de llenar un vacío, ya sea en la relación o en uno mismo.
Los esposos deben recordar que su vocación es ser esposos. El otro es un regalo entregado por Dios. Es fundamental que el matrimonio tenga una base firme y viva en comunión. Comprender que el matrimonio es una familia desde el sacramento mismo ayuda a recordar que los hijos, si llegan, son fruto de ese amor y no su complemento.
Otras formas de paternidad
También es valioso que los novios hablen sobre otras formas de paternidad, en caso de que no lleguen los hijos biológicos. Pueden considerar la adopción, la acogida, o simplemente, aceptar una vida sin hijos. No obstante, con la disposición de vivir una fecundidad que, aunque no biológica, es igualmente significativa.
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La paternidad comienza en el momento en que entendemos que la vida es un regalo y don de Dios, quien da y quita la vida.