Antes de nada, enmarquemos este post desde el punto de vista de un matrimonio católico que desea vivir la sexualidad plenamente. ¿Esto realmente qué significa? Que tanto marido como mujer desean cuidar algo grande que les ha sido dado, en todas sus dimensiones: la biológica, la afectiva y la trascendental. Significa que el deseo de cuidar lo que nos ha sido regalado, la sexualidad, incluye necesariamente una actitud de acogida y, concretamente —a través de la relación sexual—, incluye también la posibilidad de que venga una nueva vida. Y esto claramente depende de la fertilidad de la pareja.
Por lo tanto, desear vivir la sexualidad plenamente conlleva estar abiertos a la vida. Porque el amor verdadero es así: es un amor que se expande, que engrandece. Y en ocasiones la fecundidad conyugal significa fecundidad biológica, cuando se dan las condiciones fisiológicas óptimas. Podríamos decir que los hijos son resultado del amor conyugal que se expande.
Qué significa la apertura a la vida
Podemos tener actitud de apertura a la vida siempre, en todas las circunstancias posibles: cuando somos fértiles, cuando somos infértiles (por el propio ciclo, por problema de fertilidad, o porque entramos en la menopausia) y también cuando necesitamos posponer o evitar el embarazo. Es decir —y esto es importante—: estar abiertos a la vida no lo determina la posibilidad biológica de tener hijos, sino la actitud interior de querer estarlo en todo momento, venga o no un hijo. Es la esencia del acto conyugal, la muestra de que nos lo damos todo, y lo demostramos con el cuerpo cuando el hombre eyacula en la vagina.
Con recta conciencia y delante de Dios
Es el propio matrimonio quien valora y decide si es conveniente esperar a un nuevo embarazo, incluso evitarlo indefinidamente. ¿Motivos? No existe ningún listado, como tal, de razones por las que posponer o evitar un embarazo, ya que en realidad son los esposos, con recta conciencia y delante de Dios quienes deciden cuándo es mejor esperar a tener un hijo. A veces pueden ser motivos económicos, de salud física o mental… Esos motivos se van renovando a medida que va pasando el tiempo. Es posible que, en un momento dado, los esposos necesiten no tener relaciones sexuales en días fértiles, pero que con el paso del tiempo cambien, y se abran a la vida biológica. Tiene que existir un discernimiento continuo a lo largo de la vida matrimonial.
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En definitiva, en los esposos que viven así existe un deseo muy arraigado en su corazón de no convertirse en dueños absolutos de su fertilidad, sino en cuidadores de ella. Esto marca la diferencia con la anticoncepción, pues en ella se manipula intencionalmente la fertilidad, eliminándola con diversos medios (de barrera, hormonales…).
Cuando los esposos creen, con recta intención, que han de posponer un embarazo, pueden vivir la continencia periódica con los métodos naturales, con actitud activa de apertura a la vida. La continencia cuesta, pero es la manera de mantener esa recta intención y un deseo de resguardar el valor del acto sexual, que en definitiva es lo que nos interesa cuidar, vengan o no hijos.
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