Nada moviliza e interpela tanto el corazón humano como el amor. Y nada paraliza y rompe el corazón humano tanto como el desamor. Es verdad que solo la vivencia del amor libre, total, fiel y fecundo llenará por completo nuestro corazón. Sin embargo, el hecho de que el amor verdadero sea nuestra principal vocación no significa que no haya un riesgo intrínseco y constante: el amor es siempre un riesgo. Es una decisión libre de buscar el bien del otro, haciéndose profundamente vulnerable en un proceso de conocimiento mutuo.
Cuando hemos arriesgado en la decisión de amar, deja
Nada moviliza e interpela tanto el corazón humano como el amor. Y nada paraliza y rompe el corazón humano tanto como el desamor. Es verdad que solo la vivencia del amor libre, total, fiel y fecundo llenará por completo nuestro corazón. Sin embargo, el hecho de que el amor verdadero sea nuestra principal vocación no significa que no haya un riesgo intrínseco y constante: el amor es siempre un riesgo. Es una decisión libre de buscar el bien del otro, haciéndose profundamente vulnerable en un proceso de conocimiento mutuo.
Cuando hemos arriesgado en la decisión de amar, dejando entrar al otro en el terreno sagrado de nuestra vulnerabilidad, lo hemos hecho confiando en la mutua reciprocidad —no solo sucede en relaciones románticas, sino en cualquier relación de intimidad, confianza y donación—. Pero cuando, a cambio de nuestra entrega, hemos sido defraudados, heridos, usados, desechados, traicionados… nuestros corazones tienden a experimentar reacciones fundadas en mentiras. Y estas hacen —y nos hacen— mucho daño. ¿Cómo tomar conciencia de ellas, para empezar a sanar?
Rencor y desconfianza en el amor
Cuando somos heridos en lo más profundo de nuestro corazón, es normal dentro de las etapas del duelo sentir ira, rabia y dolor hacia la persona que nos ha causado una decepción. Sin embargo, si no sanamos la experiencia y su respectiva herida, podemos albergar un rencor profundo, que por transferencia aplicamos a todas las relaciones, todos los hombres o todas las mujeres. Asumimos en nosotros la idea de que “el amor no existe”, o de que “solo me van a hacer sufrir”, como mecanismo de defensa para evitar posibles sufrimientos futuros.
Es necesario asumir y asignar las responsabilidades correspondientes a cada uno durante la relación. Y es necesario también permitirse vivir cada etapa de este duelo, para poder asimilar sanamente lo ocurrido y evitar que, al no sanar, repitamos patrones de comportamiento o busquemos inconscientemente relaciones similares. A pesar del dolor vivido en una experiencia, esta no marca la totalidad del amor. No todas las personas son iguales, y dependerá de una conciencia recta y un discernimiento responsable el reconocer a aquellas personas con las que se puedan construir verdaderas relaciones de confianza y reciprocidad.
Desvaloración de sí
Es muy común también transferir la rabia y el dolor de una o muchas experiencias de decepción hacia uno mismo. Eso nos lleva a decirnos cosas como “todo es mi culpa”, “no aprendo”, “no valgo”, “no merezco un amor de verdad” o “no soy suficiente”. Una cosa es asumir la responsabilidad de los errores que cometimos en una relación, y otra muy distinta es dirigir hacia nuestra persona una carga negativa de desvaloración e insuficiencia.
Claro que eres suficiente: eres valioso y digno de un amor total, fiel, libre y fecundo. Cuando no hemos formado el corazón en la verdad acerca de quiénes somos, en nuestra autenticidad, inevitablemente fundamos nuestra identidad en las percepciones o valoraciones de otros, dándoles un poder excesivo sobre nuestra estabilidad emocional y sobre nuestra autoestima.
¡Independientemente de lo que haya ocurrido en tus relaciones familiares, de amistad o de pareja, tu valor es inmenso! Y no varía con el tiempo, o la soledad. No esperes que ese amor que merces venga de alguien más, cuando tú mismo no experimentas ese amor por ti.
Alejamiento de tus creencias y convicciones
Por el fenómeno inconsciente de transferencia, también es común que, ante una experiencia de profundo dolor y de gran decepción, desvaloricemos nuestras convicciones o dirijamos nuestra decepción a Dios. Pensamos: “Dios, que todo lo puede, no quiso evitarme este dolor”; “Dios cumple los deseos y proyectos de todos menos los míos”.
Es verdad que el corazón humano es libre, pero esa libertad está herida por el pecado. Podemos decepcionarnos respecto de situaciones o personas, pero Dios está por encima de toda decepción humana. Su plan para tu vida es eterno, no lo compares con otros, ni pierdas fe en Sus propósitos: Él quiere cumplir y saciar todos los deseos de tu corazón.
* * *
Comprender las tendencias de nuestro corazón herido nos permitirá afrontar mejor las decepciones en el amor y tomar conciencia de la responsabilidad que tenemos con otros y nosotros mismos cuando decidimos amar. Recuerda que Dios te cuida, así que, ¡ábrete al amor!
Maria Paula Aldana @somos.sos
ndo entrar al otro en el terreno sagrado de nuestra vulnerabilidad, lo hemos hecho confiando en la mutua reciprocidad —no solo sucede en relaciones románticas, sino en cualquier relación de intimidad, confianza y donación—. Pero cuando, a cambio de nuestra entrega, hemos sido defraudados, heridos, usados, desechados, traicionados… nuestros corazones tienden a experimentar reacciones fundadas en mentiras. Y estas hacen —y nos hacen— mucho daño. ¿Cómo tomar conciencia de ellas, para empezar a sanar?
Rencor y desconfianza en el amor
Cuando somos heridos en lo más profundo de nuestro corazón, es normal dentro de las etapas del duelo sentir ira, rabia y dolor hacia la persona que nos ha causado una decepción. Sin embargo, si no sanamos la experiencia y su respectiva herida, podemos albergar un rencor profundo, que por transferencia aplicamos a todas las relaciones, todos los hombres o todas las mujeres. Asumimos en nosotros la idea de que “el amor no existe”, o de que “solo me van a hacer sufrir”, como mecanismo de defensa para evitar posibles sufrimientos futuros.
Es necesario asumir y asignar las responsabilidades correspondientes a cada uno durante la relación. Y es necesario también permitirse vivir cada etapa de este duelo, para poder asimilar sanamente lo ocurrido y evitar que, al no sanar, repitamos patrones de comportamiento o busquemos inconscientemente relaciones similares. A pesar del dolor vivido en una experiencia, esta no marca la totalidad del amor. No todas las personas son iguales, y dependerá de una conciencia recta y un discernimiento responsable el reconocer a aquellas personas con las que se puedan construir verdaderas relaciones de confianza y reciprocidad.
Desvaloración de sí
Es muy común también transferir la rabia y el dolor de una o muchas experiencias de decepción hacia uno mismo. Eso nos lleva a decirnos cosas como “todo es mi culpa”, “no aprendo”, “no valgo”, “no merezco un amor de verdad” o “no soy suficiente”. Una cosa es asumir la responsabilidad de los errores que cometimos en una relación, y otra muy distinta es dirigir hacia nuestra persona una carga negativa de desvaloración e insuficiencia.
Claro que eres suficiente: eres valioso y digno de un amor total, fiel, libre y fecundo. Cuando no hemos formado el corazón en la verdad acerca de quiénes somos, en nuestra autenticidad, inevitablemente fundamos nuestra identidad en las percepciones o valoraciones de otros, dándoles un poder excesivo sobre nuestra estabilidad emocional y sobre nuestra autoestima.
¡Independientemente de lo que haya ocurrido en tus relaciones familiares, de amistad o de pareja, tu valor es inmenso! Y no varía con el tiempo, o la soledad. No esperes que ese amor que merces venga de alguien más, cuando tú mismo no experimentas ese amor por ti.
Alejamiento de tus creencias y convicciones
Por el fenómeno inconsciente de transferencia, también es común que, ante una experiencia de profundo dolor y de gran decepción, desvaloricemos nuestras convicciones o dirijamos nuestra decepción a Dios. Pensamos: “Dios, que todo lo puede, no quiso evitarme este dolor”; “Dios cumple los deseos y proyectos de todos menos los míos”.
Es verdad que el corazón humano es libre, pero esa libertad está herida por el pecado. Podemos decepcionarnos respecto de situaciones o personas, pero Dios está por encima de toda decepción humana. Su plan para tu vida es eterno, no lo compares con otros, ni pierdas fe en Sus propósitos: Él quiere cumplir y saciar todos los deseos de tu corazón.
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Comprender las tendencias de nuestro corazón herido nos permitirá afrontar mejor las decepciones en el amor y tomar conciencia de la responsabilidad que tenemos con otros y nosotros mismos cuando decidimos amar. Recuerda que Dios te cuida, así que, ¡ábrete al amor!
Maria Paula Aldana @somos.sos