El amor es el anhelo más grande de la vida de toda persona. Cuando la persona nace, no espera que le reciban con lujos, con dinero, con muchas cosas materiales, sino solamente con un corazón dispuesto y abierto al amor.
El amor es, en sí mismo, un acto de confianza. Pues el amor nos implica naturalmente una dependencia a lo que el otro pueda hacer por nosotros: palabras que den afirmación a lo que somos, seguridad emocional y física, sustento económico, formación humana y espiritual, etc.
En el camino, ciegamente confiamos en que esa persona va a hacer lo que debe hacer con nosotros en ese proceso de desarrollo. Sin embargo, todos hemos tenido que atravesar una dura prueba en nuestras vidas y es ser heridos por quienes más amamos y nos aman: nuestros padres, hermanos, amigos y parejas.
Frente a esto, se plantea una pregunta: ¿Que hago para que estos eventos no se sientan más como una cadena para mi presente? ¿Cómo perdonar lo imperdonable? De eso queremos profundizar a continuación
1. Somos perfectos ante Dios
Suena difícil de leer este primer título ¿perfectos? ¿Acaso ignoras cuantos errores cometes en el día? ¿Cuántas cosas malas has hecho? No, no se ignoran, solo que no las hacemos parte de nuestra verdadera identidad.
Todo lo que Dios hace es bueno, santo, perfecto y tiene un fin que expresa esos mismos tres elementos. Así, la identidad, es decir, lo que somos, nunca cambia. Una persona puede cometer muchos errores, que seguramente deberá reparar, que seguramente causará dolor, que moralmente puede ser reprochable y debe ser reparado.
Sin embargo, esos actos que esa persona (es decir nosotros mismos) ha realizado no es su identidad. Son actos que derivan como fruto de sus heridas y las heridas surgen como consecuencia de eventos traumáticos. Por tanto, una herida no me habla de quien es la persona, sino de aquello que ha vivido.
2. Aceptar la realidad
¿Como suena este segundo título? ¡Corto pero exigente! ¿Cómo aceptar una traición? ¿Cómo aceptar un abuso? ¿Cómo aceptar un abandono? Aceptar es diferente a aprobar y estar de acuerdo.
Aceptar no es promover, aprobar, repetir y perpetuar actos que nos han lastimado, sino reconocerlos como parte de la realidad que hemos vivido y que ha impactado en nuestras potencias del alma. Es saber que ese evento ocurrió y es parte de mi historia de vida y que, como se dijo anteriormente, no toca nuestra identidad.
Muchas veces el proceso de sanar se estanca y obstaculiza grandemente, porque interiormente se tiene una guerra con el evento vivido y con la persona responsable del evento. Cuando tenemos una herida emocional, lo que tenemos es una deuda de amor hacia nosotros o hacia los demás: la ausencia de papa o mama, la situación de abuso, la situación de rechazo, el no haber sido deseado en la concepción, etc.
Son dolores reales, duelen profundamente y eso genera una deuda de amor: ¿por qué papa y mama no estuvieron? ¿Por qué esta persona abuso de mí? ¿Por qué esta persona no aceptó? ¿Por qué no te alegraste de mi concepción? Acoger esta realidad, no es estar de acuerdo con ella. Es reconocer que es un evento que ocurrió en mi vida e impactó en mi interior.
3. Renunciar a las mentiras que esto te ha llevado a vivir
Cuando tenemos heridas, no solamente nos duele, sino que impacta en todas las potencias del alma: los afectos, el modo en que sentimos las cosas, la inteligencia, el modo como nos comprendemos a nosotros mismos, a los demás, a Dios y al entorno, la voluntad, la elección del verdadero bien y la memoria, nuestros recuerdos, la conciencia de nuestra historia.
Esos recuerdos distorsionados (porque no son parte real de tu identidad) conducen a la persona a vivir de un modo inadecuado. Pues distorsiona lo que cree que él o ella es. Lo que somos es eterno, viene de Dios, pero se distorsiona lo que creemos que somos.
4. Recibir la verdad de Dios
Frente a las mentiras de identidad, Dios siempre nos regalará su verdad. La vida de oración se convierte en una batalla entre las mentiras que el mundo, el demonio y nuestras heridas que nos ha vendido y la verdad que Dios nos quiere regalar.
Por eso, es importante pedirle a Dios que nos regale la verdad de nosotros mismos, que ya existe, no es nueva, solo que no la hemos comprendido a profundidad por la confusión que trae las distorsiones de identidad. En ese proceso, nuestra vida es ordenada en Dios y somos reconciliados con lo que desde siempre hemos sido.
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En conclusión, las heridas impactan el modo como nos vemos. Nos generan distorsiones en la verdad de quiénes somos y no nos dejan ver nuestra verdadera identidad, que ha sido dada y que es recibida y vivida por nosotros.
En ese camino, Dios quiere regalarte la verdad más profunda sobre ti, pero esto pasa por un camino de renuncia a las mentiras y distorsiones de identidad que se han dado en ti, fruto de las heridas que se han recibido.