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¿Tengo una relación tóxica con mis padres? 

La relación con nuestra familia es algo que atraviesa la vida de todo ser humano. Nuestra familia fue el primer lugar donde fuimos amados, consolados. Es, también, donde aprendimos a amar, a servir. Hay algo que a veces nos cuesta ver: la familia es el lugar donde fuimos heridos y, aunque suene contradictorio hablar de amor y dolor, no lo es en absoluto. Esa contradicción te lo quiero explicar a continuación.

Somos el fruto del amor y la donación de alguien que pensó en nosotros

Es verdad que muchas veces surgen embarazos que no han sido planeados. Eso supone un reto para las parejas que atraviesan por la experiencia. Cada quien, según su condición, madurez, personalidad, etc., deberá abrazarla. Lo fundamental es comprender que nuestra vida no es fruto del azar, sino del amor de Dios que se refleja en nuestros padres, aunque las condiciones y voluntad de nuestra concepción sea diferente de una pareja a otra.

Esto es un dato importante: saber que del amor y entrega generosa de dos personas ha resultado mi vida como don y bendición de Dios. Por ello, tenemos una relación profunda con nuestros padres, incluso aunque en otros lugares del mundo haya una experiencia de más independencia de los hijos hacia sus padres. Es parte de la ley natural que los hijos se deben a los padres.

La relación filial: ¿construida o impuesta?

Desde el vientre de nuestra madre tenemos un vínculo con ella y con nuestro papá. Empezamos a escuchar su voz apenas nuestro oído se desarrolla. Así, cada vez se estudia más cómo el bebé, desde el vientre materno, responde a estímulos de la voz del padre y de la madre. También esto es percibido por la madre. De modo tal, podemos afirmar que la pareja empieza a vincularse de un modo particular con el bebé desde el vientre.

Al nacer, empezamos a construir una relación con papá y mamá. Sin embargo, aquí es donde empiezan a presentarse diferentes modelos de crianza que la psicología nos permite categorizar hoy en día.

El modelo autoritario

Hay modelos que son autoritarios, los cuales se basan, como el nombre lo sugiere, en seguir una autoridad que es predominante y rígida, exigente e inflexible. Estos modelos usualmente no dan mucho lugar a la opinión de los hijos, así como tampoco permiten mucho su exploración. Se caracterizan por un alto grado de control. Los padres mandan sobre los hijos en absolutamente todo y no permiten que los hijos tengan una construcción y lugar dentro de la familia más allá de lo que los padres mismos estén dispuestos a darles.

Estos modelos autoritarios causan, muchas veces, que los padres no den permiso a sus hijos para desarrollar su autonomía, su auto-conocimiento y son más bien castrantes de cualquier iniciativa de los hijos. Así, pueden derivar en hijos que no tengan auto-regulación, pues toda regulación es dada por los adultos. Por ende, ante la experiencia de autonomía y libertad, los hijos no saben ver sus límites. Además, por otro lado, pueden tener dificultad en las relaciones interpersonales. Por último, pueden experimentar dificultades para resolver los problemas y gestionar la vida por sí mismos.

El modelo permisivo

Un segundo modelo es el permisivo. A diferencia del anterior, los padres, en este, tienen un bajo grado de control sobre los hijos. La autoridad en la casa es difícil de distinguir porque no se establece con claridad. Se caracteriza por una libertad excesiva en los hijos, donde los padres no influyen en sus comportamientos y el hijo cree que tiene la libertad para hacer cuanto le apetezca.

Posteriormente, presentar la adherencia a la norma y reconocer límites puede ser difícil. Pues, al carecer de límites, no logra aferrarse a la estructura dada por una institución o persona. Puede dificultarse, además, el establecimiento de acuerdos. Ocurre esta dificultad debido a que, muchas veces, son vistos no como acuerdos sino como imposiciones y restricciones a la libertad personal.

El modelo democrático

El último modelo, es el democrático. Dentro de todos, este es el más recomendable.  Este modelo fomenta la autonomía, la auto-estima y la independencia. Sin embargo, en este modelo los padres deben tener cuidado de no perder el nivel de autoridad y los límites que le dan un rango de elección a los hijos.

A veces, al utilizar la palabra “democrático” se malinterpreta como “hacer lo que quiero”. Sin embargo, no debe leerse en ese sentido, sino en la perspectiva de “la opinión de todos tiene un lugar”. Así, se construyen los acuerdos juntos, aunque siempre limitado y orientado por los padres quienes, como se dijo, dan unas opciones de elección a los hijos. Así, los padres ejercen un rol moderador, aunque no impositivo a los hijos.

Respetar la decisión personal: la clave para tener límites con respeto y amor

Para que no se convierta mi relación con mis hijos, o con mis padres, en una relación tóxica, es importante tener claro hasta dónde llego en la vida del otro. Usualmente, las relaciones tóxicas dejan poco espacio a la libertad personal, a la privacidad. Tienen un alto nivel de control y una profunda desconfianza hacia el otro. De ahí que se tenga la necesidad de controlarlo. 

Por ello, aunque tome tiempo, es importante tener una buena combinación de acuerdos, límites y confianza en el otro. Es preciso que me permita respetar, así, la libertad de cada quien, sin que eso signifique hacer lo que quiero, sino elegir lo que sé que debo hacer.

Muchas veces, lo que hace visible una relación tóxica es que los padres están excesivamente involucrados en todo lo concerniente a los hijos. De ese modo, no dan espacio a su exploración y decisión, desconfiando en todo momento de ellos.

No caer en escrúpulos

Muchas veces, en el intento de hacer las cosas bien, los padres pueden agobiarse o ser escrupulosos creyendo que todo es un abuso a la libertad del hijo y que puede estarle oprimiendo. Por ello, es importante entender que es un proceso gradual comprender el cómo  darle lugar a los hijos y pasar a un modelo más democrático, rectamente comprendido y construido.

Evitar tener un modelo ideal y saber que estamos en proceso de construir el amor y la mejor crianza con los hijos es importante para que este proceso no derive en algo agobiante que haga frustrar a los padres en su proceso.

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En conclusión, los procesos de construcción de la paternidad son graduales. Así como, también, son graduales los límites y la confianza en los hijos. Tanto los padres como los hijos deben participar en el proceso de construcción de los límites, escuchando mutuamente las necesidades que el otro y viviendo ese sano equilibrio entre límites, exploración y autonomía.

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