“Quien ha encontrado un amigo, ha encontrado un tesoro”, dice el libro del Eclesiástico (Eclo 6, 14). Y los tesoros no son fáciles de encontrar: son demasiado valiosos… Es cierto, nadie quiere estar solo: desde pequeños, todos deseamos un amigo, todos tenemos este deseo de ser amados y aceptados por alguien. Sin embargo, la palabra “amistad” se ha desvirtuado tanto que ya pocos sabemos qué es tener verdaderamente un amigo. Pocos hemos tenido una experiencia de amistad duradera y verdadera. Pensamos que la amistad es solo ser compatibles, pasarla bien, que la otra persona me genere algún tipo de utilidad, entre otras.
Y pocas veces nos planteamos el hecho de que, para hablar verdaderamente de amistad, debemos saber que la amistad en su más alto grado significa “elegir al otro por quien es en sí mismo, no por lo que me da: elegirlo de manera incondicional”. Se trata de algo muy propio y muy grande del ser humano. Solo el ser humano es capaz de darse en gratuidad por la amistad. Esta es una capacidad que no debemos perder.
Entonces, ¿por qué se ha vuelto tan difícil encontrar amigos verdaderos? En este artículo reflexionaremos acerca de cuatro cosas que hacen imposible que una amistad verdadera florezca.
El utilitarismo
Este se da cuando somos amigos de alguien en tanto que esta persona me es útil para algo. Por ejemplo, cuando decimos “oy su amigo porque es inteligente y me puede ayudar a estudiar y pasar los exámenes”.
Pero nadie quiere ser amado así, sino por quién es profundamente… ¿Quién quiere ser amado sólo porque le es útil a alguien? Exacto: nadie. Hay un irrespeto muy grande a la persona cuando hacemos esto.
Las cosas son usadas por su utilidad; las personas, no… Las personas son mucho más que su utilidad o sus cualidades útiles, y es necesario descubrir esto para que una amistad florezca. De lo contrario, cuando se acabe aquello que me es útil, también se acabará la amistad, y entonces podremos saber que nunca existió realmente.
De hecho, estamos tan acostumbrados a tener amigos por algún interés que, si alguien hace algo bueno por nosotros, pensamos que seguro nos los cobrará en algún momento… Hemos perdido el sentido de incondicionalidad que tiene el amor de amistad.
Hemos “virtualizado” la amistad
Pensamos que conocemos a alguien porque vemos sus redes sociales todo el día, o porque platicamos por WhatsApp hasta quedarnos dormidos. Pero el mundo virtual es virtual: no hay nada como pasar tiempo con alguien en la realidad para conocerlo profundamente. El mundo virtual no puede sustituir a las relaciones reales, simplemente porque la amistad demanda presencia real para poder florecer.
De lo contario, fácilmente amaremos una “idea” que nos hemos construido en la cabeza de la persona, o que la persona construye en el mundo virtual; y no a la persona tal cual es en la realidad. Es decir: a través de experiencias reales, en situaciones reales y hasta en discusiones reales. Ahora hay “amigos” que se la pasan hablando todo el día virtualmente, pero que cuando se ven no saben ni de qué hablar. Como si no se conocieran… Y ocurre que en verdad no se conocen.
Primacía del placer
Somos amigos porque la pasamos bien, porque nos tomamos unos tragos y nos vamos de fiesta. Somos amigos de alguien por el placer que esta persona nos causa.
Otra vez: en este caso, la amistad también basa en mí y en lo que siento, mas no en la otra persona por quién es. Pero el momento en que esta persona ya no me produzca este placer, la “amistad” acabará, porque aquello en lo que estaba fundamentada se terminó.
Si en algún momento la otra persona me genera alguna incomodidad, si ya no me es tan placentero estar con ella, la amistad se acaba. Esto no es lo propio de la amistad, que busca siempre permanecer a pesar de las dificultades.
Primacía del yo
Se trata del egoísmo: todo es para mí, y todo gira a mi alrededor… En mis relaciones con los demás, a quien busco es a mí mismo. ¿Cómo puedo construir amistades, si no salgo de mí, si no busco saber quién es profundamente esta persona a quien llamo mi amigo?
El amigo es una realidad distinta a mí, mientras que el egoísmo me encierra en una burbuja imaginaria en la que veo todo con los ojos puestos en mí mismo. En esos casos, me privo de encontrar toda la riqueza que hay fuera de nosotros, en especial, en los demás.
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Después de estas reflexiones, plantéate cómo están tus amistades. Cuando tú tienes en claro esto, pronto los demás también lo entenderán, y muchas veces también podrá nacer en el otro el deseo de ser recíproco a esta amistad incondicional que brindamos. Toma en cuenta que hacer verdaderos amigos toma tiempo y mucha presencia. Pero vale la pena cultivar amistades que sean gratuitas, duraderas, fieles, sinceras y sobre todo, verdaderas.
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