El amor de pareja siempre está llamado a crecer, y a medida que crece, va adoptando diversas formas. El amor, ¿es un sentimiento? ¿Cómo evoluciona el amor? ¿Hay diversas clases de amor? Este post se ocupa de tres maneras de entender el amor.
Amor como sentimiento
Una primera manera de entender el amor es como un sentimiento. Visto así, el amor sería algo que uno siente. Con la expresión “te amo” uno querría decir algo así como: “siento cosas muy fuertes por ti”, “nunca me había sentido así”, “me siento bien estando contigo”. Tal vez todo esto podría sintetizarse en la expresión: “me haces sentir bien”. Esto que uno siente es real, y se puede llamar amor. Sin embargo, es la forma más elemental del amor, pues es la primera en aparecer —y cuando aparece, suele irrumpir con mucha fuerza—. Es lo que uno siente cuando está enamorado.
Algo importante a tener en cuenta es que esta forma de amor tiene el centro puesto en uno mismo y en lo que uno siente. No está mal que sea así, pues esto es lo propio de los sentimientos. Sin embargo, se puede generar un problema si uno pretende basar en ellos una relación. Los sentimientos nunca son compartidos, pues por más que ambos sientan cosas muy intensas, lo que uno siente no lo siente el otro: cada uno siente sus sentimientos. Una relación que se queda sólo en el plano de los sentimientos corre el riesgo de volverse egoísta, llegando incluso a hacer del otro la excusa para seguir sintiendo eso que uno siente. Es aquí donde aparecen las actitudes posesivas, el deseo de controlar a la otra persona, los celos injustificados, etc. Por eso es importante no quedarse sólo en este amor, y reconocer que si los sentimientos son buenos, lo son porque constituyen el insumo para un amor más profundo que se nutre de ellos. Se trata del amor como decisión.
Amor como decisión
Una segunda manera de entender el amor es como una decisión. Visto así, el amor es la decisión de buscar el bien de la otra persona. Con la expresión “te amo” uno querría decir: “quiero lo mejor para ti”, “eres la persona más importante”, “en todo lo que hago, busco tu bien”. Este es un amor que no se opone al amor entendido como un sentimiento, sino que se nutre de él para nacer y hacerse más fuerte. En efecto, muchas veces el hecho de sentir cosas fuertes hacia la otra persona lo lleva a uno a tratar de buscar siempre lo mejor para ella.
Este amor no necesariamente es recíproco, por eso uno puede amar a alguien tratando de buscar en todo su bien y no ser amado. Sin embargo, cuando sí lo es, este amor de decisión empieza a adquirir una forma que se da especialmente en el amor de pareja: amor como donación. En efecto, la confianza de saberse amado por el otro le permite a uno llevar la búsqueda del bien de esa persona a su forma más extrema: “busco tanto tu bien que te entrego lo mejor que tengo: te entrego mi persona”. Y como se trata de un amor que va en ambas direcciones, la entrega de la propia persona implica también la aceptación del don que la otra persona hace de sí. Evidentemente, se trata de un proceso, pues la entrega de uno mismo —junto con la aceptación del otro— se va dando de modo progresivo. Pero lo interesante es que, sobre la base de esta entrega mutua, este amor como decisión se empieza a dar en un nuevo escenario: el del amor de amistad.
Amor como amistad
El amor que se requiere para constituir la amistad no es el sentimiento, sino el amor de decisión. Sin embargo, el querer el bien para la otra persona no basta para constituir la amistad: se necesitan dos cosas más. En primer lugar, que el querer el bien para el otro sea mutuo. En segundo lugar, que dicha búsqueda mutua del bien del otro se dé sobre la base de algo común. En efecto, para que haya amistad se debe compartir algo; y mientras más profundo es aquello que se comparte, más profunda será la amistad.
La mutua donación —y aceptación del otro— permite que se constituya una amistad única y exclusiva de a dos, y que podríamos denominar “amistad de pareja” —cuya expresión más acabada es la amistad matrimonial—. Se trata de una amistad cuyo amor recíproco se funda sobre la base de que aquello que se comparte es la propia vida. Así, en la medida que la entrega de uno mismo y la aceptación del otro se va haciendo más plena, esos que son dos empiezan a ser uno. La consecuencia de esto es que lo que le hace bien a uno redunda siempre en un bien para los dos, de modo que buscar el bien del otro se vive como si se estuviera buscando el propio bien.