El corazón humano
Cuando hablamos sobre el corazón humano no nos referimos a aquel centro de puro emotivismo reactivo del que emergen todas nuestras emociones, como algunas veces suele pensarse. Se trata de la realidad más profunda y compleja del hombre. El lugar en el que razón y emoción son capaces de encontrarse e incluso comprenderse. No obstante, en más de una ocasión el hombre encuentra un “versus” en su interior que lo lleva a experimentar dos fuerzas, a veces opuestas, que pueden llegar a cuestionarlo. ¿Se debe vivir según la razón o la emoción?
La tiranía de la razón
Cuando una persona es excesivamente racional y elimina las emociones de su vida por considerarlas débiles, inestables o poco confiables, corre el riesgo de caer en el mundo tiránico de la razón. Bajo este influjo, el individuo tiene la necesidad de pensarlo, re-pensarlo y ordenarlo todo, poniéndose a sí mismo como el único punto de referencia. Pensar tanto puede llegar a ser agotador, pues terminamos girando en un espiral sin fin que nos deja sumidos en nosotros mismos. Creer saberlo todo nos cierra las puertas hacia el encuentro.
La montaña rusa de las emociones
Por el contrario, ser excesivamente emocional puede generar que la persona se lance hacia el mundo y hacia los otros sin ningún orden, meta o razón de ser, siguiendo el vano deseo del sentir por el sentir. También podría tener una necesidad imperiosa de manifestar su emotividad, recibirla e incluso exigirla de los demás, moviéndose en el plano de lo pasajero y lo cambiante, propio de la emoción.
La verdadera integración
La solución ante este dilema consiste en apuntar hacia la verdadera madurez personal, la cual se consigue cuando encontramos la manera de integrar ambas dimensiones. Emoción y razón deben ir de la mano para no guiar al hombre por caminos distintos u opuestos y terminar por fragmentarlo. Como seres humanos, es cierto que necesitamos ser capaces de pensar constantemente y comprender lo que nos sucede, tener orden en el pensamiento, responder al por qué de las cosas y cuestionarnos, pero también necesitamos permitirnos sentir, humanizarnos día a día, conmovernos, fiarnos de los demás, etc. Solo cuando aprendamos a integrar y no a enfrentar la razón y la emoción, sentiremos que actuamos en sintonía y con entereza, sin que una fuerza interior nos domine o nos arrastre.