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¿Y si mi pareja no cree lo mismo que yo?

Cuando nos enamoramos solemos dejar pasar algunos aspectos que podrían ser cruciales para que la relación prospere, como las creencias y los valores comunes. Si bien los gustos, preferencias y costumbres semejantes, al ser factores que refuerzan la simpatía —“nos gustan las mismas cosas”, “tenemos las mismas costumbres”—, pueden ayudar a la unión de la pareja, cuando se trata de creencias religiosas y conjunto de principios y valores de cada quien, pueden volverse el factor más relevante al momento de decidir iniciar y/o continuar una relación.

No se trata de que nuestra pareja tenga que creer en absolutamente todo lo que nosotros creemos. Se trata de encontrar un nivel apropiado de compatibilidad en las bases de aquellas creencias fundamentales. Por ejemplo, un caso conocido por muchos es que un novio sea ateo y la novia creyente, lo que ya es un obstáculo difícil de superar, porque no existe compatibilidad alguna, y puede conllevar a desenlaces insostenibles; aunque, claro está, no es necesariamente imposible. Esto es a lo que tradicionalmente llamamos el yugo desigual, que puede ser un impasse sustancial a la hora de afrontar los asuntos innegociables, por más buena intención que se tenga en resaltar los bienes comunes entre los dos.

 

En nuestra experiencia, sabemos que aquellos que no brindan la debida atención a las distintas confesiones de fe o creencias dentro de su relación, se encuentran, casi seguro, en un rumbo sin horizonte. En nuestro caso, ambos éramos cristianos, pero con marcada distancia confesional, Adriana era protestante y Luis era católico. Si bien no es un caso tan divergente como el ejemplo anterior, seguro que aquellos que conocen la importancia de tener afinidad en temas religiosos van a comprender lo delicado de nuestra situación. Siempre entendimos que el matrimonio es el espacio diseñado para vivir la unión de la fe y los valores. Y, si no conjugábamos nuestras creencias religiosas, sería improbable tener un fructífero matrimonio.

 

En ese sentido, tenemos algunos consejos que pueden ser de utilidad para afrontar esta clase de situaciones y poder armonizar, en la medida de lo posible, las distintas creencias:

 

#1 No imponer las creencias, sino proponerlas

 

Para empezar, debemos tener en claro que los puntos de vista no se imponen. Toda opinión es válida en la medida de su razonabilidad. Y, cuando se trata de cuestiones de fe y creencias, imponerle algo al otro sería ir en contra de su propia libertad y, por tanto, constituiría una falta de amor. Al ser libre, la fe se propone, no se impone. Por más que parezca tentador presionar al otro diciéndole “Si no crees como yo, entonces no me amas”, no hay que confundir que por amor uno tenga que doblegar su postura de fe o creencia. Nadie tiene el derecho de ponerse por encima de los principios del otro.

 

#2 Analizar lo común y lo diferente

 

Bajo este primer panorama, es importante identificar todos aquellos aspectos divergentes que puedan advertir una posible incompatibilidad de creencias. Hay que analizarlos con ánimo y esperanza, pero sin presiones que puedan forzar el diálogo. Asimismo, es importante rescatar los valores semejantes de ambos, y cimentar las bases bajo ese entendimiento común, sin desmerecer y obviar los aspectos sustanciales que los diferencien. Podemos caer en una ilusión por pensar que las diferencias son menos importantes o que nunca generarán desazón en la pareja. Tarde o temprano, las álgidas diferencias que no tuvieron en la mira, se presentarán en la relación, y serán una piedra de tropiezo difícil de superar si no la atendieron oportunamente.

 

#3 Diálogo alturado y sin prejuicios

 

Para dicho diálogo se requiere una comunicación madura y alturada, sin apasionamientos irracionales y sin prejuicios. Muchas veces nuestros conceptos preconcebidos suelen reflejarse en nuestra comunicación fluida, pudiendo ser incluso ofensivos para quienes no los interpretan bajo la misma óptica. Es importante, por eso, trabajar un diálogo alturado. Es aquí donde la pareja muestra su capacidad de amar con empatía y tolerancia a la persona con creencias diferentes. Organícense para discutir los asuntos prioritarios de manera ordenada y sistemática. De eso depende la prosperidad de su relación.

#4 Ser humildes en reconocer la realidad

 

Amar implica siempre desear la felicidad para el otro, incluso cuando lo mejor es culminar la relación. Es vital reconocer con humildad la realidad de la incompatibilidad de creencias y decidir mutuamente sobre la posibilidad de no forzar la relación. Esta etapa se presenta cuando la pareja discute los asuntos «innegociables», aquellos temas de prioridad que pueden marcar la propia vida de ese futuro matrimonio.

 

Temas como “qué entendemos por matrimonio”, “cómo nos casaremos” o “cómo criaremos a nuestros hijos” pueden vaticinar la unión o divergencia de la relación y futuro matrimonio. Es importante que la pareja tome valientemente la decisión de introducirse en el reto del conocimiento mutuo y descubrir las maravillas del amor incondicional. Es relativamente fácil amar a quien piensa como uno, pero difícil a quien no piensa igual.

***

 

Finalmente, en nuestra vivencia, ante un escenario de incompatibilidad de fe, nos propusimos valientemente encontrar juntos la Verdad. Nuestro proceso de diálogo y análisis resultó en la toma de decisión por continuar nuestra relación, gracias al encuentro de aquellos puntos a nuestro favor. Pesó más el bien común, y aprendimos a sobrellevar las diferencias. Palpamos realmente la integración de un amor libre, comprometido y desinteresado. Sin doblegar nuestras creencias, sin imponernos las ideas, y comprendiendo el misterio del matrimonio, nos casamos.

 

Creemos que nuestra lección testimonial y consejos puedan servir a las parejas que viven situaciones similares, para que asuman valientemente el reto de confrontar las diferencias de creencias y valores y tomar, así, la mejor decisión para sus vidas y felicidad. Sígannos en @angulo.amoris a través de nuestro Facebook e Instagram.

 

Adriana y Luis Gabriel

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